Deambulan por Tijuana chivos expiatorios que no lo fueron

Tijuana, BC. Entre la confusión, pruebas prefabricadas y la prisa por armar sus propias teorías del complot en el asesinato de Luis Donaldo Colosio, los fiscales Miguel Montes y Pablo Chapa Bezanilla llevaron a la cárcel a cuatro sujetos que nunca aportaron nada a las pesquisas, más que descrédito y dudas, muchas dudas sobre los hechos y el comportamiento de los responsables de investigarlos.

Esos cuatro sujetos fueron puestos en libertad. Hoy deambulan por Tijuana. Sombras entre las sombras son Vicente y Rodolfo Mayoral, Tranquilino Sánchez y Othón Cortés Vázquez.

Los tres primeros fueron parte de la teoría de la "acción concertada" a la que el fiscal Montes llegó, sin aportar nada más que aquellas detenciones, que no soportaron el análisis judicial; el cuarto, Othón Cortés, señalado como el "segundo tirador", sirvió a Chapa Bezanilla para dar forma a su idea de que el crimen en Lomas Taurinas había sido planeado "desde las más altas esferas del poder político", y como el muchacho oaxaqueño había sido chofer de un automóvil que alguna vez ocupó el general Domiro García Reyes, pues de ahí se agarró para vender su historia.

Vicente Mayoral Valenzuela ya era un viejo enfermo cuando fue contratado para integrarse al grupo de "orden y vallas" de la campaña priísta en Tijuana. Sobrevivió al penal de máxima seguridad de Almoloya y hoy está acabado, sin empleo. Vive en un barrio del centro tijuanense; frecuentemente se le ve caminar, lento, solo por la calle Décima, cerca de la zona comercial del Río Tijuana.

Alentado por un reportero local, Arturo Geraldo, el viejo Mayoral escribió su paso por la cárcel en el libro Almoloya de Juárez. Sin el apoyo de ninguna casa editorial, el tiraje fue marginal. Dicen que ya prepara otro, ahora con su "memorias y reflexiones".

Su hijo, Rodolfo Mayoral Esquer -también formó parte del grupo de vallas-, tiene un pequeño negocio de lavado de carros. "Car Wash Plata", dice el letrero. Esa fue la única opción laboral que se le presentó en diez años. Se casó y tiene tres hijas.

La de Tranquilino es una vida similar a la de sus compañeros del equipo de "seguridad" del candidato asesinado. Permaneció en el penal de Almoloya casi un año; salió y no hubo quien le ofreciera trabajo. Viejo y enfermo como está, si acaso en ocasiones se suma a cuadrillas de albañiles para ganarse unos pesos.

Othón Cortés, el "segundo tirador", también escribe un libro con sus memorias. Militante priísta, hace diez años decía que se "había sacado la lotería" porque lo habían comisionado como chofer para la gira de Colosio por Tijuana. Hoy no tiene empleo formal. Con lo que aprendió cuando trabajó para el PRI estatal se dedica a tramitar permisos para comerciantes ambulantes.

Una quinta sombra en esta historia es la de Jorge Antonio Sánchez Ortega, todavía agente del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen). Había sido asignado como oreja en el mitin de Lomas Taurinas; su "parecido" con Aburto y el hecho de que en sus ropas había sangre del candidato, hicieron de él un personaje en las primeras pesquisas. Durante los cuatro años que permaneció en Tijuana tras la muerte de Colosio optó por "cambiarse el nombre" y se llamó Tomás Jaso... Tomás, por su abuelo; Jaso eran las siglas de su nombre verdadero.

ANTONIO HERAS, ESPECIAL PARA LA JORNADA