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México D.F. Viernes 19 de marzo de 2004
SEÑAL DE ALERTA
El
atentado cometido ayer en contra del gobernador de Oaxaca, José
Murat, constituye un grave indicador del estado de crispación en
el que se encuentra el país. El ataque contra el vehículo
del mandatario oaxaqueño -realizado con rifles de alto poder- es
un acto delictivo por completo condenable que debe ser investigado y esclarecido
con rapidez y a cabalidad, y cuyos responsables -por ahora desconocidos-
deben ser sancionados conforme a derecho. Si bien Murat resultó,
por fortuna, sólo ligeramente lesionado -golpes y escoriaciones
leves, sin herida alguna por arma de fuego-, dos agentes de seguridad sí
resultaron seriamente afectados y uno de ellos se encuentra en estado de
coma. Por ende, el saldo de esta agresión no debe minimizarse, en
el entendido de que el atentado de ayer es un síntoma de la posible
existencia de individuos o grupos decididos a utilizar la intimidación
y la violencia más descarnadas para conmocionar a la sociedad y
golpear a las figuras políticas del país.
Ciertamente, se desconocen hasta el momento la identidad
y las motivaciones de los autores del ataque contra Murat, aunque el propio
gobernador ha señalado vagamente a "las mafias con los caciques"
o a "áreas de inteligencia" como los presuntos responsables del
ataque. Tales afirmaciones resultan graves, por lo que el mandatario oaxaqueño
debería emitir una clarificación sobre el particular. ¿Con
qué datos cuenta para señalar responsables de forma anticipada,
cuando las investigaciones judiciales apenas comienzan? ¿Qué
terribles cuentas querrían cobrarle sus supuestos enemigos al grado
de pretender su eliminación física? Si las afirmaciones de
Murat tuviesen algún fundamento, revelarían que México
se encuentra en un peligroso y perturbador escenario de barbarie política
-tal como sucedió hace casi 10 años en el contexto de los
asesinatos de Luis Donaldo Colosio y José Francisco Ruiz Massieu-,
que pondría en riesgo la institucionalidad republicana y la democracia
nacional.
Pero al margen de tales aseveraciones, es claro que en
el país tiene lugar una indeseable escalada de enfrentamientos y
escándalos que enturbia la convivencia partidista y el necesario
diálogo político, y que coloca a la ciudadanía en
un estado de confusión, malestar e incertidumbre. El atentado contra
Murat, así, representa una señal de alerta que debe suscitar,
de manera urgente y definitiva, la suspensión de toda forma de estridencia
discursiva y de confrontación entre los diversos actores políticos
del país, los cuales deben limitarse estrictamente a los mecanismos
institucionales, jurídicos, cívicos y democráticos
para dirimir respetuosamente sus diferencias y rivalidades, máxime
cuando en los próximos meses tendrán lugar procesos electorales
para renovar las gubernaturas de 10 entidades de la República.
De igual forma, y sin presuponer intencionalidades vinculadas
al atentado de ayer, el solo hecho de que un gobernador haya sido víctima
de una balacera a plena luz del día, y en un espacio público,
constituye una prueba más de que la actividad criminal sigue sin
control y de que nadie se encuentra a salvo. Por ello, cabe exigir que,
de una buena vez, las autoridades de todos los niveles de gobierno cumplan
con su obligación de proteger la vida, la integridad y el patrimonio
de los mexicanos, y emprendan un combate frontal contra la delincuencia
y la inseguridad, siempre con estricto apego a derecho y sin conceder margen
alguno a la impunidad y a la corrupción.
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