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México D.F. Viernes 19 de marzo de 2004
Horacio Labastida
El pueblo y López Obrador ganan la batalla
A pesar de la enorme experiencia marrullera que las elites industriales han acumulado desde la promulgación de la Constitución estadunidense en 1787 y su sofisticado método de elección indirecta a los más altos cargos del aparato gubernamental, no obstante que las tácticas de perversión del voto ciudadano han evolucionado desde la violencia primitiva del robo de urnas y homicidios de la oposición hasta los sutiles métodos subliminales de la mediatización que se utilizan hoy durante los tiempos comiciales para inducir desde el subconsciente sufragios hacia candidatos de las clases ricas, muchas contradicciones que se generan en la sociedad revierten los efectos de esos apañados procedimientos. Ahora se sabe bien lo que ha sido y es el juego en el mundo contemporáneo. La democracia salta a la escena esposada de un poder político asociado al poder económico, de manera que el primero garantice la producción y reproducción creciente de las ganancias que estabilizan el statu quo capitalista. En la medida en que los titulares de las funciones políticas del Estado se saben personeros de las corporaciones burguesas, manejan frente a los pueblos discursos engañosos, corruptos, que enmascaran una democracia protectora de los acaudalados e indiferente a las demandas nacionales. Quizá en esto pensaba Aristóteles cuando aseveró que la democracia es régimen confiscatorio, tesis que en términos generales desvela lo que ha sido la democracia capitalista en los últimos 200 años y fracción. Por esto la clasificación de democracia propuesta por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) chiapaneco tiene validez sorprendente: hay una democracia falsa y una democracia verdadera, afirmaron los zapatistas, y desde la rebelión del 1Ɔ de enero de 1994 tal afirmación ilumina nuestra historia. La democracia falsa es aquella en que los gobiernos enajenan el estado constitucional democrático al subordinar el poder político a las exigencias no del pueblo y sí de los sectores privilegiados; por el contrario, la democracia verdadera connota la existencia de un gobierno que usa las facultades del Estado para satisfacer las necesidades colectivas. Y este modelo es el que afortunadamente avanza día a día ante la pretensión imperial del capitalismo trasnacional cobijado en el gobierno de la Casa Blanca. Las multitudes reunidas en Seattle, Porto Alegre, Cancún y otros lugares crearon el clima para que la fuerza moral de los pueblos venza el enhebramiento de poder político y poder económico, en el grado y medida en que esa fuerza moral unificada y consciente arranque al poder político de su implementación en las burguesías capitalistas y logre volverlo servidor de los más y no de los menos.
Los símbolos del cambio están a la vista. Luego de la tragedia que acaba de conmover a España y al mundo, en elecciones inesperadas los ciudadanos echaron del poder al neofranquismo que comandara José María Aznar y socios. El acontecimiento es trascendental porque desde que Franco, Hitler y Mussolini aplastaron a la República Española (1939), el pueblo no había sido escuchado nunca más. Pero las cosas cambiaron el domingo pasado. El pueblo habló con la ética que le es propia y Aznar cayó abatido en su desvergüenza.
El mismo domingo 14 otro acontecimiento cimbró a los mexicanos. Los daños parecían graves y aniquilantes como resultado del ataque al actual gobierno de la capital de la República. Tres años de una política honesta y atenta a los problemas sociales de las gentes elevaron los valores de una administración cada vez más cercana a familias y ciudadanos marginados de los bienes materiales y espirituales. Las encuestas mostraban el éxito de una política orientada a solucionar ingentes problemas populares, y estas evidencias pusieron en alerta a los círculos que consideran a México como un patrimonio personal, y de inmediato organizaron el combate. Recordando las virtudes que el clásico Francisco de Quevedo atribuye al dinero, "poderoso caballero es don dinero", y agregando atractivos créditos al futuro, manipularon a colaboradores del gobierno local y montaron un escandaloso teatro mediático que, esperaban, haría caer para siempre a López Obrador. El proyecto les era esencial porque la corrupción es incompatible con la honestidad, pero muy pronto saborearon un amargo fracaso. Igual que sucedió a Aznar en Madrid, miles de ciudadanos se reunieron en el Zócalo capitalino, vitorearon a Andrés Manuel López Obrador, mostráronle con entusiasmo su apoyo y revirtieron los efectos de la ignominiosa confabulación al dejar en claro algo que jamás han entendido los enemigos del bien común. El pueblo del Distrito Federal está con su gobierno porque este gobierno está con el pueblo. Es decir, lo ocurrido en España y en nuestra capital acreditan con alegría que la democracia verdadera puede y es capaz de derrotar a la democracia falsa. Hace apenas dos semanas estalló el escándalo de los videos. Dos semanas después el pueblo y López Obrador ganan la batalla.
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