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México D.F. Jueves 18 de marzo de 2004
CRISIS DE LA POLITICA
El
cúmulo de indicios, datos, denuncias y evidencias de financiamientos
ilegales, turbios o dudosos que involucran a las más importantes
fuerzas electorales del país y que generan un permanente estado
de escándalo en la opinión pública nacional constituye,
a todas luces, la punta del iceberg de una alarmante descomposición
de la clase política nacional que pasa por una presumible violación
regular de las leyes y disposiciones electorales y fiscales, pero que no
se limita a prácticas ilegales sino que ha llegado, en sectores
de todos los partidos o en partidos enteros, a la prescindencia de toda
ética política.
Los actos indebidos que cimbran actualmente al Partido
de la Revolución Democrática -las entregas de dinero en efectivo
a varios de sus cuadros, previsoramente videograbadas y oportunamente difundidas-
son los más visibles, pero no los únicos y no necesariamente
los más cuantiosos. La ausencia de videos testimoniales del Pemexgate
priísta o de los enjuagues financieros de Amigos de Fox no significa
que esos episodios vergonzosos no hayan existido; la complacencia del negocio
verde ecologista para con su jefe, Jorge Emilio González Martínez,
no borra la demanda de mordida formulada por el Niño Verde
a cambio de gestionar permisos. A esos indignantes episodios se suma, ahora,
una amplia miscelánea de raterías electorales a la que concurre
el conjunto de las fuerzas partidarias.
Invariablemente, a las revelaciones de corrupción
siguen, al interior de los partidos, ajustes de cuentas más o menos
públicos. Los videos de los perredistas recibidores de efectivo
han llevado no sólo a la adopción de medidas disciplinarias
en su instituto político sino también a una exhibición
de canibalismo entre las tribus que conforman el partido del sol
azteca. Sin haber salido aún del episodio del Pemexgate,
los priístas protagonizan -con la marginación de los diputados
elbistas y su reacción de "independizarse" de su fracción
partidaria, con la impúdica maniobra de Elba Esther Gordillo nombrándose
a sí misma presidenta del SNTE, que es casi como poner a su nombre
las escrituras del sindicato- nuevas escenas de disputa familiar y episodios
adicionales de desarticulación. Acción Nacional no ha logrado
aún un deslinde creíble de los desaseos de la campaña
foxista, y ya se le viene encima el escándalo siguiente: el de la
tolerancia, el encubrimiento y hasta la defensa de las trapacerías
de sus exponentes que se ostentan y cobran como legisladores y se entregan,
al mismo tiempo, al coyotaje, a la ordeña de fondos
públicos mediante demandas legales al Estado y a las conspiraciones
de alcantarilla.
La corrupción estructural y enquistada en los partidos
es un hecho indiscutible que no sólo ha hundido en el descrédito
la acción política en su conjunto sino que ha contribuido
a distorsionarla gravemente: en las circunstancias actuales la confrontación
partidista no se entiende tanto como un cotejo de ideas y propuestas ante
la sociedad sino como un duelo de delaciones mediáticas en las que
la podredumbre del adversario es exhibida en horario televisivo estelar.
Estos nuevos usos y costumbres desvirtúan, a su vez, el quehacer
informativo y mediático, el cual deja de lado la motivación
de servir a la verdad y a la gente y tiende a concentrarse en la búsqueda
de una masa crítica de inmundicia espectacular que permita incrementar
la circulación, la audiencia y, por ende, la venta de publicidad.
Esta especie de suicidio de la clase política -suicidio
asistido por los consorcios mediáticos, cabe reiterar- debe ser
frenado si es que se pretende preservar y reconstruir la vida republicana.
En esa perspectiva, resulta fundamental mejorar, precisar y adicionar la
legislación electoral del país a fin de cerrar los resquicios
que han permitido la transmutación de delitos en meras inmoralidades
a las que resulta imposible sancionar. Pero el problema trasciende el ámbito
de las irregularidades electorales. Afecta la totalidad de la vida política
e institucional y es necesario realizar una cuidadosa reflexión
nacional al respecto.
Al final de los procesos de degradación referidos
hay una circunstancia demoledora para la democracia, las instituciones
y la convivencia de cualquier sociedad: aquella en la que los ciudadanos
convocados a votar observan los logotipos partidarios en las boletas y
les resulta moralmente repulsivo e insostenible cruzar cualquiera de ellos.
Por desgracia, y en el actual curso de acontecimientos, al país
no le falta mucho para llegar a ese momento.
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