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México D.F. Jueves 18 de marzo de 2004
Vilma Fuentes
Régis Debray: lo que vela el velo
Extraña situación: como si las manecillas del reloj hubiesen comenzado a girar, de súbito, en sentido inverso y nos regresaran a épocas que creíamos acabadas.
Pero los hechos son ciertos y no se trata de una pesadilla de la que vamos a despertarnos y poder olvidar. En efecto, después de un siglo de enfrentamientos y guerras por motivos en apariencia ideológicos y políticos, el planeta se desgarra a causa de diferencias religiosas. ƑQuién lo hubiese pensado hace 30, 20 años? Y, sin embargo, es verdad: parece no haber más razón, o sinrazón, de violencia que la fe distinta, otro Dios, otros ritos, señales, medallas, prendedores, mascadas, estilo de vestimentas, adornos. Otros. Los otros.
En México, todos conocemos la violencia de las guerras religiosas: la última, la cristera, para poder olvidarla por completo. En Europa duraron demasiados siglos y costaron demasiadas vidas para ser enterradas en los sótanos de la historia.
No obstante, había señales que debieron habernos advertido -de saber interpretarlas-. ƑUna de las figuras políticas más importantes, si no la principal, de la segunda mitad del siglo XX no es el papa Juan Pablo II? Sobran pruebas, entre la caída del Muro de Berlín o, al otro extremo del planeta, la de Videla. En un mundo en apariencia laico, materialista, sin fe en un más allá, ''ateo'', y donde, al mismo tiempo, todo puede ''ser'', al menos de manera virtual, la necesidad espiritual aparece de pronto, tan dolorosa cuando falta -cuestión de vida o muerte-, tan placentera cuando se la satisface, como la física.
En fin, las personas, los hombres, las mujeres, usted, yo, el otro, teníamos necesidad de ''creer''. De ahí, acaso, en un momento para nada azaroso y sobre todo en los países más ricos donde se pregona la libertad de cultos, la proliferación de sectas que, por fortuna, desaparecen casi tan pronto como aparecen. Y en los países pobres, el recrudecimiento de las viejas creencias, la vuelta a las religiones monoteístas tradicionales. Como si la pobreza empujara algunas poblaciones a buscar una especie de seguridad en un retorno a los orígenes, a la identidad, esa famosa identidad que se halla en la base de los nacionalismos, incluido el racismo. Cuando un hombre no posee nada, puede imaginar que posee como sea una fortuna: su identidad. Este fantasma se encuentra en el origen de los peores desbordamientos racistas, como muestra la historia.
En Francia, unas jóvenes decidieron asistir a colegios y liceos cubiertas por un velo que les cubre parte del rostro y disimula por completo el cabello. Invocaban, para justificar su conducta, los preceptos de su libro sagrado, el Corán. Una violenta polémica se apoderó del país, agitó la clase política y concluyó con una ley votada por la Asamblea Nacional, para prohibir el porte de todo signo religioso ostensible, cruz, kippa o velo musulmán en las escuelas, en nombre de la defensa de la laicidad.
Este principio, inscrito en la Constitución francesa y en la ley, autoriza a todos y a cada uno el libre ejercicio de su religión o del culto que escoja, pero prohíbe toda propaganda o proselitismo en el espacio escolar que debe quedar neutro y protegido.
El asunto, muy rápido, tomó un giro dramático. Unos protestaban, en nombre de la libertad de expresión, contra la prohibición del velo; otros, en nombre del respeto de la laicidad, querían prohibirlo, considerado como una manifestación política de los extremistas islámicos y, para colmo, símbolo de la sumisión de la mujer en el mundo de los integristas musulmanes, totalmente inaceptable por los principios y leyes de la República francesa.
Régis Debray, quien se interesa en la historia de las religiones, es ahora el presidente del Instituto Europeo en Ciencias de las Religiones, acaba de publicar en Gallimard un breve libro: Ce que nous voile le voile (Lo que nos vela el velo). Se trata de su participación en la Comisión Stassi, la cual tenía como objeto escuchar a las partes involucradas para elaborar un expediente completo sobre esa cuestión antes de legislar. La lectura del ensayo de Debray es esclarecedor. Describe con fineza la relación entre los valores de la República y los de lo sagrado. Apasionante.
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