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México D.F. Jueves 18 de marzo de 2004
Miguel Marín Bosch*
Gracias, Howard
El domingo pasado, tras una campaña electoral corta y algo aburrida, los españoles le pasaron la factura al gobierno de Aznar. Convencidos de que el Partido Popular estaba utilizando la autoría de los horríficos atentados del 11 de marzo con fines electorales, muchos españoles, sobre todo jóvenes, acudieron a las urnas para apoyar al PSOE. Los atentados, la torpeza del PP y la oposición a la guerra en Irak se combinaron para que el partido en el poder perdiera unas elecciones que tenía ganadas el 10 de marzo. La oposición a como se dio la guerra en Irak y el entusiasmo de los jóvenes fueron también dos factores importantes en el éxito inicial de Howard Dean en el muy largo proceso electoral en Estados Unidos.
Cada año bisiesto se llevan a cabo elecciones federales en Estados Unidos. Se renueva la totalidad de la Cámara de Representantes y una tercera parte del Senado y se elige al presidente. Para conseguir el apoyo de uno de los dos principales partidos políticos, los aspirantes a la presidencia deben contender en una serie de elecciones estatales (las llamadas primarias), que sirven para ir depurando la lista de candidatos.
No es nada fácil obtener el endoso de un partido. Para empezar, es un proceso caro, que no suele favorecer a aquellos aspirantes fuera del círculo de poder en Washington, y menos aún a los que se resisten a dar el brazo a torcer a los llamados intereses especiales. Luego, es difícil manejarse al margen de los grupos dominantes dentro del partido y tratar de ir directamente al electorado con un mensaje fresco y atractivo. El sistema no suele permitirlo. Recuerden el caso del senador John McCain cuando, hace cuatro años, decidió irse por la libre en las primarias del Partido Republicano. Cuando empezó a cosechar victorias, se movilizaron los representantes de los poderosos intereses económicos de ese partido para asegurar el triunfo del entonces gobernador de Texas, George W. Bush. Y éste les devolvió el favor al nombrar a Dick Cheney como candidato a la vicepresidencia.
Este año les tocó a los miembros del Partido Demócrata someterse a este proceso de selección por eliminación. En otras ocasiones les ha correspondido a los del Partido Republicano, y a veces a ambos, como ocurrió en 2000. Todo depende de si el inquilino de la Casa Blanca va de salida o pretende relegirse.
En un principio hubo nueve aspirantes presidenciales del Partido Demócrata. Las encuestas iniciales favorecieron a Howard Dean, el ex gobernador del minúsculo estado de Vermont. Su espíritu independiente y estilo poco ortodoxo empezaron a calar en el electorado. Además, había acumulado unos 40 millones de dólares, casi todos recaudados con pequeñas aportaciones de un amplio número de ciudadanos. Pero muy pronto se tropezó con el aparato del Partido Demócrata, que ciertamente prefiere a un candidato más tradicional, como el senador por Massachussets, John Forbes Kerry (Ƒotro JFK?). Y lo que tenía que pasar pasó. Hace 15 días Kerry tenía amarrada la nominación de su partido. Resulta insólito que un candidato consiga el apoyo de su partido casi seis meses antes de la convención convocada para nominarlo, y nueve meses antes de las elecciones presidenciales.
En las últimas semanas ha habido repetidas muestras de la unidad del Partido Demócrata. Ello obedece a varias razones, pero la principal es el deseo de sacar a Bush de la Casa Blanca, y el electorado demócrata pensó que Kerry, más que el simpático senador John Edwards, era el candidato mejor situado para derrotar a Bush en noviembre. Ahora habrá un largo mano a mano entre ellos.
En la prolongada campaña presidencial se intensificará el debate entre liberales y conservadores. Estos últimos están intentando, además, que los candidatos definan sus posiciones sobre una variedad de temas de la agenda social, desde el papel del cristianismo hasta los matrimonios entre personas del mismo sexo. En medio de este debate, reaparece otro tema que hace temblar a muchos conservadores: la creciente presencia de los hispanos (mayoritariamente mexicanos) y su resistencia a asimilarse a los usos y costumbres del país en que residen. El tema lo aborda Samuel Huntington en un texto reciente que ha causado mucho revuelo en ambos lados de la frontera. Preocupado por la creciente hispanización de su país, Huntington defiende el proyecto de nación definido a finales del siglo XVIII: blanco, anglosajón y protestante, conocido como WASP por sus siglas en inglés. Desde luego que no todos tienen que ser WASP pero, cuando menos, deben asimilar sus valores y cultura (empezando por su idioma).
Huntington es un profesor de la Universidad de Harvard que, junto con la de Yale, ha sido un semillero de políticos cuya visión del país (y del mundo) estuvo formada por profesores como él. La actual generación de dirigentes políticos tiene alrededor de 60 años y quizás sea la última con esa visión. Cuando Bush, Lieberman, Kerry y Dean estudiaron en Yale, cada año ingresaban unos mil alumnos (todavía no admitían a mujeres), cuyo perfil era un espejo de los prejuicios de la elite social de la época. Yale seguía siendo una universidad de hombres y para hombres. Unos 800 de los mil alumnos de nuevo ingreso eran blancos, protestantes y de ascendencia anglosajona. El ingreso seguía basado en sistema de cuotas que "aceptaba" la presencia de un centenar de judíos y unos 50 católicos. Sólo una treintena eran extranjeros, y no había más de cinco o seis negros.
La visión WASP de Estados Unidos (y del mundo) era dominante en la universidad y aún prevalece en algunos círculos académicos, como lo demuestran los escritos de Huntington. En lo político, se refleja en el apego de Bush y Kerry al establishment tradicional. Por fortuna no es el caso de Dean. Y si Kerry (pese a la sombra de Ralph Nader) tiene el éxito de un Rodríguez Zapatero será, en parte, gracias al voto joven que consiguió inicialmente Dean al atreverse a decir lo que pensaba del establishment y de la guerra en Irak. * Ex subsecretario de Relaciones Exteriores e
investigador de la Universidad Iberoamericana
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