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México D.F. Lunes 15 de marzo de 2004
Hermann Bellinghausen
Un camino en los escombros
1. Imaginados o predichos, los futuros que abrigan nuestras esperanzas y temores se convierten de inmediato en un pasado que ya se cumplió, y ésta es siempre la mañana siguiente. Cómo le encanta a la gente para pasatiempo prenderse de alguna proyección del porvenir, siempre endeble, así en la Tierra como en el Cielo. Coleccionar apocalipsis y redenciones. Así en las novelas de ciencia ficción como en las religiones, sólo que las primeras son humildes, se aceptan hipótesis, y las segundas apuntan contra todos nosotros con los ojos feroces de quien trae la Verdad.
El fabulador de futuros prefigura infiernos o purgatorios que no desea, mundos después de la bomba o de la destrucción del planeta, bajo dictaduras atroces y a merced de epidemias incontrolables, donde los humanos se comen a sus propios muertos en forma de carne procesada y enlatada, o las máquinas deciden y gobiernan, o la telepatía guía los anticuados cinco sentidos originales, o cualquier otra tontería.
Ah pero los predicadores y creyentes, dios-nos-libre, prometen paraíso total. Y punto. Para el resto, condenación eterna.
2. Estas reflexiones cándidas, y otras más desordenadas, ocupaban la mente del contable Grimaldo mientras caminaba entre las ruinas, aún humeantes y aturdidas. Se le hacía tarde. ƑTarde para qué? El tráfico era un caos sin semáforos, en poder de los controles policiacos, las brigadas de bomberos, ambulancias, helicópteros. Un fastidio. Multitudes que se congregan atemorizadas, no curiosas. Los transportes públicos estaban varados por todas partes.
En una esquina de la plaza Fulania casi choca con un equipo de filmación. Cuatro cámaras. Al menos una transmitía en vivo y estaba on line a través de la antena empotrada al techo del camioncito mal estacionado unos pasos al oriente. Tal vez la cámara conectada era la de la grúa, la única emplazada en alto. La operaba una muchacha atlética pero delgada, oculta tras una cabellera próspera y despeinada. A ras de tierra la asistían dos técnicos y un sonidista, cuando menos. Otra mujer en traje sastre iba y venía con una carpeta en la mano, tratando lo imposible: atenerse al guión.
Grimaldo venía en plan de no ver. Bastante ya. Se aferraba a sus últimas reservas de indiferencia para no perderse. Explotar está en la naturaleza de las cosas estos días, pensaba. Se detuvo. Un insoportable olor a plástico quemado. Clavó los ojos, bovinamente, en la muchacha de la cámara en la grúa. Se halló viendo a quien veía los acontecimientos. En ese momento la muchacha giró su rostro hacia Grimaldo, abandonando unos segundos la lente, como si se sintiera observada.
ƑMuchacha, o anciana? El rostro blanco, como cubierto de arena o maquillado kabuki. O simplemente pálida. Un destello negro en la zona de los ojos, la cara envuelta en una cabellera negra y desordenada. Una expresión de tristeza que le hizo saltar en el pecho a Grimaldo el corazón.
No necesitó ver para ver. Bastaba ella, su faz azorada, expandida, traspasada, preguntando sin palabras qué es ésto. La aglomeración de ruidos era tal que había dejado de ser alarmante. Timbres, estruendos, gritos, rumores, motores, marrazos. De pronto, el efecto de una campana de cristal donde todo seguía visible pero con el volúmen apagado, cubrió a Grimaldo.
El instante ya fue. Esta guerra ya se peleó. Es pasado irremediable. Algo más para recordar. Archívese. Shit, juró Grimaldo para sí. Caímos en un futuro que alguien soñó convertir en pesadilla nuestra vigilia. Una vez más.
No quería Grimaldo convertirse en coleccionista de desgracias, que es lo que se ha vuelto la humanidad moderna. Como si pudiera evitarlo. El odio es pesado. Prendió su walkman para romper el silencio, soportar y seguir andando.
3. ''Bajo la piel de todo esto, lo único que importa es qué naciste y dónde, qué tan bien lo usas y lo encubres cuando no hay paz en estas costas terribles. Cada día es una batalla, y cuánto aún amamos la guerra.
''Por ti se movilizan las biblias más peligrosas. Al final, todos somos piezas rotas, prendidas con goma, y no tenemos paz. Cuando decimos que ya fue suficiente, bien sabemos que todavía queremos más. Cada día es una batalla, y cuánto aún amamos la guerra". (Hate is the New Love, o El odio es el nuevo amor, canción del grupo pospunk británico Mekons, 2002).
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