México D.F. Lunes 15 de marzo de 2004
Friedrich Katz
Los otros combatientes
Los grandes dirigentes de la Revolución Mexicana -Francisco Madero, Emiliano Zapata, Francisco Villa, Venustiano Carranza y Alvaro Obregón- han sido estudiados por historiadores, retratados por pintores, analizados por novelistas y festejados o atacados por gobiernos. Pero estos grandes dirigentes no hicieron la revolución por sí solos. Enormes grupos populares lucharon bajo su dirección y estos grupos fueron movilizados, inspirados y acaudillados por dirigentes locales y regionales.
Una gran parte de estos dirigentes han caído en el olvido. Este olvido se debe a múltiples factores. Muchos de ellos perecieron en los combates revolucionarios. Otros no escribieron memorias o no dejaron testimonios. Otros, que sí los dejaron, fueron olvidados porque los vencedores escriben la historia y muchos de estos dirigentes lucharon del lado de los vencidos en la revolución. Frecuentemente los vencedores les pusieron el apodo de bandidos y de este modo los sacaron de la historia de la revolución.
Un caso de esta índole es el de Máximo Castillo. Durante muchos años sólo fue retratado como bandido que había cometido uno de los atentados más salvajes que tuvieron lugar durante la Revolución. En el túnel de la Cumbre, se decía, había dejado entrar un tren de pasajeros a pesar de que sabía que otro tren había sido incendiado dentro del mismo túnel. Más de 70 personas, la mayoría civiles, murieron asfixiadas.
El gran mérito del historiador chihuahuense Jesús Vargas Valdés consiste en haber rescatado la imagen y la memoria de Máximo Castillo. Localizó al nieto de Máximo Castillo, don Máximo Vargas, que puso a su disposición las memorias, hasta entonces no publicadas y completamente desconocidas, del combatiente.
Jesús Vargas Valdés no se contentó con las memorias, sino que estudió todos los documentos relativos a Máximo Castillo, que obtuvo tanto de las memorias de otros revolucionarios, como en documentos obtenidos de archivos y de periódicos. El resultado es una imagen completamente diferente de la del tradicional bandido, como tantas veces se ha retratado a Máximo Castillo.
En sus memorias, se describe como un revolucionario interesado, ante todo, en el reparto agrario para los campesinos pobres de Chihuahua. Insiste en que fue siempre un hombre de principios que rompió con dirigentes revolucionarios que apoyaba, cuando estos ya no correspondían a sus ideales. Se desilusionó de Madero, a pesar de haber sido su guardaespaldas durante el comienzo de la Revolución, por la falta de interés del gobierno maderista por la revolución agraria.
También rompió con Pascual Orozco, a cuyo movimiento se había sumado, cuando descubrió que aquél tampoco estaba interesado en la reforma agraria y que se había unido a Victoriano Huerta.
Castillo siguió con sus ideales agrarios y él mismo repartió tierras de las haciendas de Terrazas. Se identificaba como zapatista. Sin embargo, a pesar de que Villa y Zapata desde muy temprano tenían mucho en común, Castillo tuvo conflictos con Villa. Estos conflictos eran de índole compleja. Castillo criticaba y admiraba a Villa al mismo tiempo. Lo que finalmente los diferenció fue que Castillo quería, por una parte, una reforma agraria inmediata, es decir, una división de las haciendas de Terrazas, en tanto que Villa quería que esta división se pospusiera hasta la victoria de la Revolución, pues necesitaba de los recursos de las haciendas terrazeñas para cubrir los gastos de organización de la División del Norte.
Villa tampoco estuvo de acuerdo con la presión que Castillo ejerció sobre compañías estadunidenses y extranjeras para que le pagaran subsidios, pues quería la buena voluntad de Estados Unidos para poder comprar armas más allá de la frontera. Derrotado por Villa, Máximo Castillo finalmente tuvo que refugiarse en Estados Unidos, donde durante algunos años fue internado por las autoridades estadunidenses. Durante todo este tiempo pudo escribir sus memorias.
Las memorias son siempre problemáticas. Los autores siempre tratan de mejorar su imagen, y a veces, con el tiempo, no se acuerdan de lo que realmente pasó. Por este motivo, Jesús Vargas Valdés ha tratado con éxito de corroborrar los hechos que las memorias cuentan, con datos obtenidos de fuentes muy diferentes. Estos datos comprueban el retrato que da de sí mismo Máximo Castillo como luchador primordialmente agrario que nunca trató de enriquecerse.
Uno de los grandes méritos del ensayo introductorio de Jesús Vargas Valdés, aparte de colocar la personalidad de Máximo Castillo en su tiempo, es poner fin a la leyenda negra de este revolucionario. Con nuevos documentos logra corroborar lo que ya había escrito el gran historiador chihuahuense, Francisco Almada, que no fue Máximo Castillo, sino un lugarteniente con el cual había roto relaciones, el responsable del incendio del túnel de la Cumbre.
Las memorias no sólo son interesantes por la reinvidicación de la imagen de Máximo Castillo, sino también por los retratos que da de las personalidades tanto de Francisco Madero como de Pascual Orozco y de Francisco Villa. Gustavo Madero y otros dirigentes revolucionarios querían que Máximo Castillo se fuera a la ciudad de México para encabezar a los guardaespaldas de Francisco Madero cuando fue presidente. Francisco Madero lo descartó enseguida. Prefirió una guardia presidencial compuesta de soldados federales. Es concebible que si Madero hubiera tenido a hombres como Máximo Castillo o como Francisco Villa de guardia presidencial, la Decena Trágica hubiera tenido otro desenlace y la historia de México hubiera sido diferente.
Quiero felicitar otra vez a Jesús Vargas Valdés por esta importante obra de rescate y de interpretación que ha realizado.
Texto enviado por el historiador a la presentación de las memorias de Máximo Castillo, el 12 de febrero en Chihuahua
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