México D.F. Lunes 15 de marzo de 2004
REVOLUCIONARIOS EN EL OLVIDO
El documento reivindica a un personaje calumniado
y desdeñado por la historia oficial
Rescatan y editan las memorias de Máximo Castillo,
escolta de Madero
''La simple historia de mi vida'', texto estudiado por
Jesús Vargas, no sólo da cuenta de campañas militares,
sino también de reuniones donde se tomaban decisiones de índole
política
ARTURO GARCIA HERNANDEZ
Pese a la inmensa bibliografía existente sobre
la Revolución Mexicana, aún falta mucho por escribirse. La
historiografía oficial se ha ocupado de los grandes caudillos, pero
ha olvidado a los dirigentes locales y regionales, sin los cuales no se
explica el alcance nacional del movimiento.
De eso está convencido el historiador Jesús
Vargas Valdés, quien localizó y recién publicó
las memorias de Máximo Castillo -revolucionario chihuahuense y escolta
personal de Francisco I. Madero-, cuya participación en la gesta
no ha tenido el reconocimiento que merece.
''La simple historia de mi vida'' tituló Castillo
a sus memorias, escritas entre 1914 y 1915 durante su detención
en una cárcel estadunidense. Son 42 páginas de cuaderno -detalla
Vargas Valdés- redactadas a lápiz "con una escritura muy
apretada y letra pequeñísima".
Se trata de un testimonio de primera mano, que lo mismo
ubica al lector en la trinchera, bajo el silbido de las balas, que en las
reuniones donde se decidían estrategias políticas y militares.
Jesús Vargas, que ha dedicado 17 años a
investigar el surgimiento y desarrollo de la revolución en Chihuahua,
rescató las memorias, las editó, elaboró una introducción
y un estudio preliminar, y corroboró e hizo anotaciones a los hechos
descritos por el revolucionario.
El resultado fue el volumen titulado Máximo
Castillo y la Revolución en Chihuahua, publicado por el sello
Nueva Vizcaya Editores. El prólogo es del historiador austriaco
Friedrich Katz, biógrafo de Francisco Villa y una de las máximas
autoridades académicas en la materia.
El salvador de Madero
Máximo
Castillo nace el 11 de mayo de 1864 en un rancho del municipio de San Nicolás
de Carretas, Chihuahua. Desde joven padece la miseria y la represión
propias de la dictadura porfirista.
Motivado por los ideales democráticos y de justicia
que enarbolaba Francisco I. Madero, Castillo ingresa al movimiento armado
en diciembre de 1910, a los 46 años, bajo las órdenes de
Pascual Orozco.
En febrero del año siguiente conoce al prócer
personalmente, cuando éste concluye su exilio en Estados Unidos
y entra a México por Chihuahua. Castillo forma parte de la comitiva
que cubre su retorno a territorio mexicano.
Semanas después, al intentar tomar el poblado de
Casas Grandes, es derrotado por las fuerzas porfiristas.
Así describe Castillo un momento durante la batalla:
(...) A la voz de que habían matado a un compañero
vino el señor Madero, a la curiosidad de ver el muerto. En el momento
en que el enemigo nos hacía muy nutrido tiroteo, al señor
Madero le pasaban las balas muy cerca de la cabeza. Y me preguntaba:
-¿Qué es eso que zumba?
-Son las balas que así chillan. Sí, señor,
quítese de aquí, váyase a su lugar porque lo matan.
-No hombre, si son muy malos para tirar.
-No, señor, ahí tiene usted la muestra
(...).
Ese mismo día, Castillo salva la vida a Madero,
al alejarlo, herido, del campo de batalla:
-Ya lo hirieron -le dije, porque vi que soltó
la carabina.
-Creo que no; le pegaron a la carabina, retachó
y se me durmió el brazo.
Seguimos adelante; luego llegamos a un arroyito que
estaba a unos diez pasos, nos paramos y le alcé la manga de la camiseta
que estaba muy ajustada, porque lo vi que movía mucho los dedos
como para saber si estaba herido, luego le noté el hilito de sangre
y se vio el agujerito.
-Sí me hirieron -dijo.
Seguimos; luego que llegamos a un llanito limpio, vi
una caballería que iba por la izquierda, muy cerca, ya cortándonos
la retirada. A nuestra espalda nos seguía una infantería
acompañada de un cañón; además, nos hacían
un nutrido fuego a unos 200 pasos de nosotros, a la derecha, otra caballería.
La lluvia de balas de fusil y de cañón que nos caía
era tan nutrida, y tan repetidas las granadas que reventaban entre nosotros,
que nos vimos obligados a dejarnos caer al suelo.
-Déjese caer, señor Madero -le dije yo.
Y me contestó:
-¿Para qué...? Se revuelca uno mucho.
Con esta contestación me dio mucha pena, y cuando
reventaba la granada me vi obligado a permanecer parado (...)
No fue la única vez que Castillo salvó la
vida de Madero. Una más ocurrió después de la toma
de Ciudad Juárez. Los generales Pascual Orozco y Francisco Villa
se rebelaron, porque Madero no proporcionaba los recursos para que las
tropas comieran y se asearan.
Sucedió en el Palacio Municipal de Ciudad Juárez:
(...) En esos momentos observé que Villa traía
al señor Madero estirándolo de un brazo y que el señor
Madero se resistía. Luego corrí, abriendo la gente hacia
donde Villa hacía esfuerzo para sacar de la puerta al señor
Madero, al tiempo que oí que Villa le decía:
-¡Camine! ¡Camine!
Y el señor Madero le contestaba:
-¿Por qué me llevas?
En ese momento que yo llegaba, mi hermano Apolonio
y Carlos Aguirre, que estaban de guardia en la puerta, uno cogió
al señor Madero y otro a Villa, los apartaron; luego que se vio
libre de las garras de Villa, daba voces:
--¡Fusilen a Villa!
Villa corrió a su cuartel a traer más
gente y el señor Madero se dirigió hacia donde estaba un
automóvil. Observé que Orozco lo seguía, diciendo:
--Dese por preso.
La intervención de Castillo impidió que
Orozco disparara contra Madero. Pero el estira y afloja siguió.
(...) El señor Madero, tan pronto se montó
en su auto, empezó a gritar a las tropas que estaban presentes.
-¿A quién obedecen ustedes, a mí
o a Orozco?
Unos gritaban "¡a usted"; otros, "¡a Orozco!",
y otros, "¡a los dos!". Orozco y Madero seguían averiguando.
Orozco le decía:
-Dese usted por preso, Madero.
-No hagas uso de tu pistola -le decía el señor
Madero.
-Si se hace necesario, sí lo hago -contestó
Orozco.
-Hombre -contestó el señor Madero- dame
un abrazo... todo está arreglado.
-No señor, dese por preso. Usted es un hombre
inútil, inservible, no es capaz para dar de comer a la gente...
¿Cómo podrá ser presidente? (...)
Finalmente, a regañadientes y atendiendo "las súplicas
de muchísima gente" presente en el altercado, Orozco estrechó
la mano que le tendía Madero.
El triunfo y la decepción
Admirado por la valentía, la lealtad y la convicción
revolucionaria de Castillo, Madero lo nombra jefe de escoltas. Luego del
triunfo militar en Ciudad Juárez, Castillo atestigua su entrada
triunfal a la ciudad de México, el 7 de junio de 1911.
Días después, entre el 13 y el 15 del mismo
mes, acompaña al prócer a Morelos y presencia su encuentro
con el ya legendario líder revolucionario en aquel estado, Emiliano
Zapata.
Escuchar de viva voz las ideas agraristas de Zapata será
un hecho definitorio de las convicciones revolucionarias de Castillo.
Poco después de la visita al caudillo del sur,
empiezan a encadenarse una serie de hechos que llevarán a Castillo
a romper con Madero. Igual que Zapata, percibe que Francisco I. Madero
no está dispuesto a repartir la tierra o devolver a los campesinos
las propiedades despojadas por los terratenientes durante el porfiriato.
En ese momento -explica Vargas Valdés- "Castillo
se aparta de Madero y se levanta de nuevo en armas, de manera similar a
lo que hace Zapata en Morelos''.
Es la primera de varias decepciones que lo llenarán
de amargura y desencanto. El único dirigente revolucionario por
el que no se sentirá defraudado es Zapata.
Las memorias de Máximo Castillo -explica Jesús
Vargas- ofrecen un excepcional acercamiento a la personalidad y al comportamiento
político de Francisco I. Madero.
A partir de su experiencia, revela ''de manera contundente
y objetiva'' que el hombre ''humanista y caritativo'' que ''se conmovía
hasta las lágrimas por el sufrimiento de los peones en la hacienda
de su padre'', a la hora de construir la revolución ''no tuvo confianza
en ellos''.
Madero ''no confió en las capacidades de esos hombres
que se convierten en parte de su ejército, en los peones y rancheros
que lo acompañaron''.
Por eso ''desarma a los revolucionarios en todo el país
y lo que hace es entregarles de nuevo el mando a los militares porfiristas.
A eso se debe en buena parte el fracaso de la revolución''.
La honorabilidad, única herencia
Jesús
Vargas advierte que la historiografía oficial sobre la Revolución,
evidentemente elaborada desde la perspectiva de los vencedores, olvida
o hace juicios lapidarios de los mandos medios y de las bases revolucionarias.
Por ejemplo, hasta ahora ha prevalecido la imagen de Máximo
Castillo como un ''extorsionador, pistolero, poderoso por sí mismo''
que reinó ''sin piedad mediante el terrorismo'' (cita tomada por
Vargas de la tercera edición -1992- del libro Chihuahua, almacén
de tempestades, de Florence C. Lister y Robert H. Lister, publicado
por el gobierno de Chihuahua).
También se le acusa haber incendiado y dinamitado,
en 1914, un túnel por el que transitaba un tren de pasajeros, hecho
que costó la vida a 51 personas.
Encarcelado, acosado por la derrota y el desencanto, Máximo
Castillo aún tiene algo que cuidar: su nombre y su honorabilidad.
Por eso se dio a la tarea de escribir sus memorias.
Su intención era -señala Vargas en la introducción-
''dejar para la historia su propia verdad: porque era un hombre de honor,
porque lo habían acusado injustamente, porque no quería que
su nombre quedara en entredicho, porque no le quería dejar mancha
a su familia''.
Según el historiador, quizá la aportación
más importante de las memorias de Máximo Castillo sea que
también hablan por ''miles de chihuahuenses que se lanzaron a la
lucha por el ideal del cambio''.
Revolucionarios ''que actuaban por ideales, que estaban
dispuestos al sacrificio por ellos. Es refrescante encontrarnos con un
hombre que nos recuerda que la política es otra cosa, no sólo
andar empujándose para tomar el poder''.
El general Castillo -enfatiza Vargas en la introducción
a las memorias- ''toma la pal
abra para hablar en nombre de miles de revolucionarios
que se fueron calladamente''.
De acuerdo con Jesús Vargas, la reivindicación
de los mandos medios y las bases revolucionarias va más allá
de la historiografía. También tiene que darse en el terreno
amplio de la cultura.
El cine, la literatura y las artes plásticas, entre
otras expresiones artísticas, en buena medida también se
han hecho eco de la historia oficial, independientemente del valor estético.
Vargas pone como ejemplo ni más ni menos que Los
de abajo, de Mariano Azuela:
''Da una visión pesimista del hombre revolucionario.
Deja la idea de que nada más andaba en la bola y se iba para donde
oía los balazos, sin ideología, ni convicción, ni
compromiso.''
Máximo Castillo es un ejemplo antagónico
del revolucionario que describe Azuela. En ese sentido, concuerda, la novela
de la revolución tampoco ha terminado de escribirse.
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