México D.F. Lunes 15 de marzo de 2004
Ante su propio asombro, López Obrador confirmó su poder de convocatoria
Cimbró al Zocálo la pejemanía
Protegido por la multitud, el jefe de Gobierno rompió el dispositivo de seguridad
JAIME AVILES
Si algo produjo entre los pobres de la ciudad de México la campaña desestabilizadora, con aroma de pequeño golpe de Estado, encabezada visiblemente por Diego Fernández de Cevallos contra Andrés Manuel López Obrador, fue la detonación de un fenómeno de masas que a partir de ayer puede ser descrito, sin originalidad pero con justicia, como la pejemanía.
Al término del mitin de ayer, cuando nadie se lo esperaba, el peje de Gobierno del Distrito Federal saltó del templete y entró en la multitud que lo había escuchado y aplaudido a lo largo de 50 minutos sosteniendo carteles de cuyo mensaje dará cuenta esta crónica. Todo ocurrió por sorpresa y con una sincronización en la que múltiples factores concurrieron para que se produjera la apoteosis.
Rompiendo el esquema de seguridad que iba a sacarlo del Zócalo en un coche blindado por 5 de Mayo, López Obrador cruzó la plaza caminando protegido por la concurrencia, mientras redoblaban todas las campanas de la catedral llamando a la misa de mediodía. Entró en el Antiguo Palacio del Ayuntamiento cobijado por el chillido y los vítores de sus fanáticos. Trepó corriendo las escaleras hasta el primer piso, llegó a su despacho sin detenerse y, empequeñecido por la fachada inmensa del edificio, salió al balcón para saludar victoriosamente, agitando los brazos, a la alfombra de cabezas humanas, cartulinas y mantas que le gritaba:
--šPre-si-den-te! šPre-si-dente!
Era la culminación de un acto político diseñado a despecho de sus asesores más cercanos, que temían lo peor -esto es, la ausencia del público-, pero después de blofear con aquellas barreras metálicas dispuestas detrás del templete para destantear a sus imaginarios agresores, López Obrador jugó de manera magistral con el tiempo, aprovechando las estentóreas llamadas a misa de los campanarios monumentales y se tardó apenas lo necesario para desencadenar el clímax colectivo saludando así, como un torero, como un astro de la escena teatral, como un héroe cívico arropado por la renovada esperanza de quienes desean, imploran, exigen que empiece con ellos a transitar por la ruta del cambio.
Pero aquella era la ratificación de lo que reiteraban hasta la saciedad las cartulinas y las mantas, comenzando por aquella que atravesaba como una banda blanca en letras negras las ventanas del hotel Majestic: "AMLO: El pueblo se cansa de tanta pinche transa". Y allí estaba el autor de la frase, aclamado, adorado, idolatrado re-pentinamente por aquella marea de pobres que ahora le decían a coro:
-šNo estás solo! šNo estás solo!
Mucha gente lloraba con lágrimas que cerraban la garganta y se quedaban temblando en las púas del contorno de los ojos. Era una emoción excesiva, pero no podía durar más. Así que López Obrador volvió a su despacho y todo sugería que era el final. Pero la muchedumbre que lo había escoltado para protegerlo no se movió de allí. Entonces, con menos enjundia, repetía sin descanso: "šObrador, Obrador, Obrador, Obrador!".
Ante ello, el aludido asomó de nuevo al balcón y el clímax cobró un segundo y trepidante impulso. El más asombrado de esta respuesta era él mismo. Ya no sabía qué hacer. Agitando aún el brazo, cerró la mano y alzó el pulgar: abajo, quienes lo ovacionaban se estremecían de dicha, alternando ahora los tres gritos antes reseñados hasta que el héroe del día desapareció por segunda vez. Pero la plaza continuaba zumbando.
Con el espejito de la polvera, las señoras de la multitud lanzaban reflejos de genuino sol azteca a las puertas de vidrio que sellaban el despacho del jefe del palacio y los cardillos danzaban sobre el muro y los cristales como un enjambre de luciérnagas. "šNo estás solo, no estás solo!", se quedó vibrando el rugido durante un cuarto de hora o más, y nuevos chillidos histéricos y alargados, como de concierto de rock, estremecieron la espina dorsal de los presentes cuando el balcón se abrió por tercera vez.
-šNo estás solo! šPre-si-den-te! šPre-si-dente! šPre-si-dente!
ƑCuándo se había registrado algo similar? Porque, ahora sí, después de aquellos tres telones aclamatorios, las masas se pusieron en movimiento, pero detrás de ellas venían más reclamando el mismo tratamiento: querían despedirse de él. De modo que un nuevo bloque se instaló en la esquina del Zócalo con Veinte de Noviembre y, como si fuera un truco estudiado y aprendido, nuevas señoras del pueblo sacaron nuevos espejitos para arrojarle nuevos destellos de sol y obligarlo a mostrarse por cuarta vez.
Y quince minutos más tarde por quinta.
Y quince minutos después por sexta.
Por séptima...
Por octava...
Mientras tanto, sobre los pilares de los portales, manos afanosas pegaban las cartulinas que habían sostenido para dejárselas de recuerdo. "Andrés, caudillo, EU te quiere en el banquillo." "Andrés, hermano, el pueblo te da la mano." "AMLO: Todo mi apoyo y confianza, sólo te exijo castigo a los corruptos." Y entonces, una pareja de miserables, que empujaba a un ancianito en silla de ruedas rompió a gritar: "šSe ve, se nota, Cevallos fuma mota!"
Nadie mencionó al PRD
Esta crónica comenzó al bajar de un taxi en 20 de Noviembre tras la desembocadura de la calzada de Tlalpan, donde los vendedores ambulantes exhibían cornetas de plástico pintadas de negro y de amarillo. Otro, con la camiseta en jirones, que bien podría haber estado a la puerta de un estadio de futbol, pregonaba: "Póngase el maquillaje del PRD", pero nadie lo tomaba en cuenta. Había infinidad de personas con paliacates del partido que expulsó a Rosario Robles y a René Bejarano, pero nadie invocaba el espíritu de esa organización. Corrían con más suerte los stickers que rezaban: "Yo amo al peje" y "Con el peje hasta la muerte".
En la orilla de la plancha del Zócalo, frente al Palacio Nacional, había seis gordas señoras del barrio bravo de Tepito debatiendo en torno de una cartulina vacía. Tenían dos propuestas. "ƑQué ponemos? ƑLópez Obrador te apoyamos o López Obrador presidente?" Sobre las rejas del atrio de catedral otro ingenioso había colgado este letrero: "En Tulancingo, Hgo., por salud mental vemos poca televisión". Y una señora se paseaba por el centro de la plaza con una cartulina personalizada: "La decimoquinta regidora de Coatepec apoya a López Obrador".
Todos estaban en cuerpo y alma a muerte con él. Cuando principió su discurso y habló de la ayuda social a la tercera edad, estallaron los vítores; cuando mencionó las obras que ha hecho retumbaron los aplausos; cuando se refirió a los demás aspectos de su gestión atronaron las palmas, pero, ojo, cuando aseguró que ha "reducido 15 por ciento la inseguridad", por única vez en la mañana, como un círculo en medio de la superficie de un lago, se abrió un significativo silencio.
Nadie, nunca, aludió al PRD. El único "sol azteca" era el que caía del cielo de Anáhuac y rebotaba en los espejitos de las polveras.
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