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México D.F. Jueves 11 de marzo de 2004
Soledad Loaeza
Puro amor
Empresarios rojos siempre hubo. Desde tiempos de Lenin y hasta finales de los ochenta, Armand Hammer, un millonario petrolero estadunidense de origen ruso, sirvió de vínculo entre Estados Unidos y la Unión Soviética, donde hacía muchos negocios -unos públicos y otros no tanto- y muchos donativos. Hammer trabajó siempre para sí mismo, y ya de viejo, de paso, para la paz. También se volvió coleccionista de arte y filántropo, pero nunca nadie pensó que fuera un luchador socialista. O sea, que no hizo nada por amor.
Carlos Ahumada tampoco. Aunque Carlos Imaz haya querido justificar que aceptó sus dineros porque le habían dicho que era un empresario comprometido con causas progresistas, es muy difícil creer que la construcción del socialismo estuviera entre los muchos proyectos urbanos del empresario. Pese a que Rosario Robles diga que sus sentimientos no podían engañarla -cuando todo mundo sabe que eso es precisamente lo que hacen los sentimientos, engañar a la razón-, es cuesta arriba pensar que realmente creyera que sólo por amor Ahumada ponía sus recursos a disposición de funcionarios y candidatos del PRD. Los funcionarios tenían que saber que un empresario que corrompe es muy mala compañía, y que apelar a valores universales no basta para santificar los medios ilegítimos que utilizaban. En esto también se equivoca Imaz cuando afirma que las causas por las que trabajaba justifican los medios que utilizó. Viejo argumento autoritario y antidemocrático. Tampoco puede tomarse en serio el escudo de Rosario Robles, quien ahora pretende proteger su vida privada cuando, según dicen los perredistas involucrados, ése fue el camino que tomó Ahumada para instalar en el corazón del PRD una red de complicidades que amenaza con arrastrar al partido a la autodestrucción.
La sombra oscura de Ahumada sobre el PRD evoca los daños que sufrió el Partido Comunista Francés (PCF) cuando a finales de los setenta quedó al descubierto que recibía financiamiento ilegal del gobierno soviético, por la vía de intermediarios rusos que actuaban como comunes y silvestres inversionistas extranjeros cuyos negocios en realidad eran propiedad del PCF. Uno de los problemas de este astuto esquema fue que los empresarios rojos desarrollaron intereses capitalistas muy egoístas a costillas del proletariado internacional, se hicieron ricos y un día se echaron a volar. El PCF quedó en entredicho; como nada hicieron los comunistas para limpiar su casa, poco tiempo después volvieron a las andadas. La honestidad que por años había distinguido a los funcionarios comunistas de los gobiernos locales se vino abajo cuando se descubrieron facturas falsas de gastos que nunca ocurrieron, contratos de construcción que fueron directamente atribuidos, y/o complicidades fraudulentas con empresas de distribución de agua.
Hoy el PCF recibe menos de 6 por ciento del voto en Francia; ha perdido todo el capital político y moral que había acumulado en una larga historia como uno de los grandes partidos de izquierda en el mundo occidental. La corrupción no es ajena a esta caída. Se pueden aducir muchas explicaciones, pero es indiscutible que una de las causas de su destrucción fue su incapacidad para combatir la corrupción en su interior.
Esta historia tenían que conocerla los dirigentes perredistas, siempre atentos a la izquierda europea. Si no la conocían, tenía que haberlos guiado el olfato que desarrollaron en las luchas universitarias, donde se entrenaron casi profesionalmente a desafiar a sus profesores y señalar con dedo flamígero sus debilidades teóricas y las de las autoridades universitarias, porque no estaban comprometidas con las causas populares. Es increíble que estos políticos avezados se hayan dejado engatusar por un tipo bien vestido, bien peinado y buen conversador, pero sobre todo muy rico. Uno se pregunta si fue en la política universitaria donde se acostumbraron al abuso y a la impunidad. ƑAcaso ese pasado explica que Carlos Imaz se niegue a renunciar y no sienta un ápice de vergüenza por un comportamiento político a todas luces deshonesto?
Uno de los aspectos más descorazonadores de este grave escándalo son las reacciones de los involucrados. Oscilan entre la puerilidad y el cinismo. Las crisis nos ponen a prueba, sacan de nosotros lo mejor o lo peor. Así ha ocurrido en este caso. La historia del PRD en los últimos días ha estado plagada de traiciones, intercambios de acusaciones, arrogancia, mentiras, inconsistencias, conductas poco edificantes. Se echa de menos la dignidad, el coraje, la valentía, un mínimo de valor civil, como se decía antes.
La salvación del partido pasa por su compromiso con la aplicación de la ley y su apoyo a las instancias legales a las que corresponde investigar y sancionar estas conductas: el Instituto Federal Electoral, la Procuraduría y la Secretaría de la Contraloría. Ojalá que el PRD tome este camino y deje atrás el falso victimismo del pasado.
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