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México D.F. Jueves 11 de marzo de 2004

Octavio Rodríguez Araujo

Contra la ley de Murphy

Pablo González Casanova nos ha ofrecido (La Jornada, 9/3/04) un análisis sobre la crisis en México (y la corrupción) que, en mi interpretación, pone en entredicho la primera ley de Murphy, tan cara para todos los que se han sentido inundados por los varios ejemplos de corrupción en los partidos políticos y en la esfera gubernamental.

Para quienes piensan que la política está podrida porque ha mostrado su permeabilidad a la corrupción, la primera ley de Murphy es apropiada: si algo puede ir mal, irá mal; por lo tanto, no hay remedio. Y la propuesta de González Casanova nos dice que no, que el futuro se puede construir, no a partir de cero, sino superando las contradicciones que se han desarrollado en los medios elitistas de la política, entre quienes tienen o han tenido cierto poder.

No es casualidad que otra mente brillante tenga una propuesta similar. Carlos Monsiváis, en entrevista con Ramírez Cuevas, afirmó que "si hay un pacto necesario es el de la reconstrucción de la confianza..." (Idem)

Superar las contradicciones que se han desarrollado en los medios elitistas de la política y reconstruir la confianza mediante la autocrítica y la enmienda de los errores son en esencia dos planteamientos complementarios y necesarios para evitar la fatalidad de la ley de Murphy.

De la misma manera en que los pueblos se equivocan al votar por A en lugar de votar por B, las bases de los partidos también pueden equivocarse en la elección de sus dirigentes. Pero el hecho de que un gobernante lleve a la ruina a un país no debe significar que ese país tenga que desaparecer. Lo mismo digo sobre los partidos. Lo que debe hacerse, en un caso y en el otro, es cambiar de gobernante o de dirigentes y tratar de salvar el país y el partido o, menos radical, obligar a uno y a otros a que rectifiquen sus políticas, sus alianzas, sus objetivos y a que respondan ante quienes les dieron el mandato.

La corrupción entre dirigentes partidarios y gobernantes no es nueva. Existió antes de la revolución, durante ésta y después. Los cañonazos de 50 mil pesos no se inventaron con el neoliberalismo. La diferencia es que antes se ocultaban y se quedaban en rumores de boca en boca en las calles o en los cafés, y ahora aparecen en la televisión y dejan de ser rumores para convertirse en evidencias.

La corrupción por sistema sólo existe en los ámbitos protegidos, donde existe la impunidad. Lo que no debe existir es la impunidad, cuyo fin terminaría con la corrupción. Y la impunidad existe porque quienes tienen cierta cuota de poder están convencidos de que no tienen que entregar cuentas a nadie o porque creen que pueden sustraerse al juicio popular. Y esto es posible porque vivimos una democracia de elites y no participativa. La democracia participativa es aquella en la que las mayorías sociales se comprometen, en principio, con ellas mismas mediante la solidaridad y la organización, pero también con principios éticos, ideológicos y sociales con base en los cuales puedan exigir cierta conducta de quienes tienen el poder. El dirigente, sea de un partido, de un sindicato o del gobierno, hace lo que quiere si la sociedad se lo permite. De aquí la importancia de la democracia participativa, única que puede acabar con la democracia elitista que vivimos, y con la impunidad, que no es sólo asunto de barandilla de Ministerio Público.

La base de existencia de una democracia de elites es que las mayorías no participen, tanto fuera como dentro de los partidos. Si las mayorías participaran, si exigieran, si eligieran democráticamente a sus representantes, si reivindicaran el derecho a revocarlos; si conquistaran, en una palabra, la democracia no sólo para beneficio de quienes tienen o han tenido cierto poder, éstos no llegarían tan lejos como han llegado en relación con esas mayorías a las que se les ha dado la espalda.

La única manera en que el esclavo puede realizarse a sí mismo como hombre libre -permítaseme la analogía hegeliana- es negando al amo. La única manera en que las bases de la sociedad, de los partidos o de los sindicatos pueden realizarse como personas que sean tomadas en cuenta es negando a los dirigentes que no se identifican con ellas, que no las respetan.

El amo existe mientras existe el esclavo; el dirigente existe en tanto existe el dirigido, pero una cosa es dirigir mediante la imposición y la libertad absoluta del dirigente y otra, muy distinta, es dirigir con la aprobación del dirigido y en función de los intereses de éste. Este es, a mi manera de ver, el meollo de la ética política, hoy altamente cuestionada, si no ausente entre quienes debieran hacerla suya como gobernantes y como dirigentes.

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