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México D.F. Sábado 6 de marzo de 2004

Julio Moguel

Pedro Páramo y Alicia algo nos dicen

"Dio un golpe seco... y se fue desmoronando como si fuera un montón de piedras". Se equivocará el lector si lee, en la metáfora que indican estas líneas, el desmoronamiento del señor René Bejarano Martínez frente a las cámaras de televisión el pasado miércoles 3 de marzo en la mañana, en el conocido programa de Brozo. Es más bien, recordemos, la última frase de la extraordinaria novela de Juan Rulfo, en la que Pedro Páramo, "después de unos cuantos pasos", cayó para morir, "suplicando por dentro".

Pero viendo las cosas más de cerca, encontraremos, en dicha aparente "confusión" del lector de marras, más puntos de relación que equívocos de lectura, pues la caída fulminante -unos cuantos segundos, eternos- del perredista René Bejarano se inscribe en el marco de lo que la novela Pedro Páramo magistralmente condensa: la historia del derrumbamiento arquetípico de todo poder sustentado en la arbitrariedad absoluta, sin piso real que le otorgue legitimidad, fuerza y alma.

Amarres clientelares por doquier, redes fieles de incondicionales dedicados a jalar aguas a molinos propios, cochupos, tráfico de influencias, cobro de servicios múltiples, etcétera, etcétera, conformaron y distinguieron durante mucho tiempo prácticas políticas que se volvieron de uso corriente entre algunos núcleos perredistas del Distrito Federal.

La comparación metafórica que hacemos en el inicio de nuestro texto no tendría demasiado sentido si no fuera porque en la caída de Páramo, como en la de Bejarano, se delínean desmoronamientos sociales, históricos, colectivos. En el caso primero, el del pueblo de Comala; en el segundo, el de una vieja corriente política del perredismo que en los últimos años llegó a manejar una parte no despreciable de los circuitos "más altos" de poder en la ciudad más grande del mundo.

El "efecto dominó" acarreará sin dudas sus graves consecuencias, pues otros núcleos perredistas han caído en vicios parecidos o, en sus variantes, han perdido la cordura al confundir literalmente la gimnasia con la magnesia y se enfilan ya hacia rutas desconocidas. Algunas de estas vertientes de la institución del sol azteca entraron desde hace algunos años en un éxtasis vertiginoso que nada o nadie parecía poder parar, desplegando esfuerzos inauditos para generar y multiplicar luminosidades de una vacuidad tan sorprendente como la luz tan generosa que las cámaras televisivas les vendieron o les quisieron dar.

Por ello es que vale aquí otra "comparación" que viene de plumas literarias: como en el caso de Alicia, el affaire Bejarano (al que se suma, sin duda, el de Gustavo Ponce) empequeñeció hasta límites mágicos las "estrategias" en curso de la transformación perredista, de tal forma que todo lo que había venido tejiendo y cocinando la mano maestra del presidente Leonel Godoy y su núcleo de aliados y colaboradores cercanos, de cara a "superar la crisis" y encontrar las vías de una "recomposición interna" positiva, se convirtió de pronto en liliputiense llave que no sirve ni servirá más para abrir la puerta grande del esperado cambio.

Quiérase o no, con el cisma Bejarano (y anexas) se acabaron los tiempos de "las corrientes" internas del perredismo, de los "predestapes" precoces, del corporativismo y de la acción clientelar. Se acabaron los tiempos de "los amarres" en corto y en la cúpula, del toma y daca de los acuerdos y de la mercadotecnia política y electoral.

Habrá entonces que tomar, como la protagonista principal de la obra de Lewis Carrol, la pócima correspondiente, para crecer rápidamente y retomar los rumbos.

El PRD no deberá morir con muertes que en su constitución política y moral le son -le deberían ser- profundamente ajenas.

Aún es tiempo de recobrar alientos y hacer a un lado velocidad y vértigos. Que el affaire Bejarano sirva, en efecto, para refundar.

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