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México D.F. Sábado 28 de febrero de 2004

Gustavo Iruegas

Se armó de valor y huyó cobardemente

Hace unos días se escribió una triste página en la historia de la diplomacia mexicana. El gobierno de México decidió evacuar a sus nacionales de Haití y cerrar su embajada, por miedo. El día 21 comunicó a la prensa (CP-028) que había recomendado a la comunidad mexicana que se encuentra en territorio haitiano su salida del país en conflicto, "aprovechando que aún hay las condiciones para que se trasladen en vuelos comerciales fuera de la zona de conflicto", y advirtió, pusilánime, que "las familias mexicanas que decidan quedarse en el país lo harán bajo su propio riesgo, aun cuando el gobierno mexicano les notificó la conveniencia de abandonar la nación caribeña". El día 25 se informó (CP-029) haber enviado una aeronave de la Fuerza Aérea Mexicana a Puerto Príncipe para evacuar a los nacionales que aún permanecían en ese país y al personal de la embajada de México, la cual "permanecerá cerrada temporalmente mientras no existan todas las condiciones que garanticen la seguridad del personal diplomático acreditado en ese país."

La decisión de abandonar un país por temores reales o infundados es tan personal como lo fue la decisión de ir ahí en primer lugar. Buscar información y consejo y, en su caso, apoyo de la embajada, es un derecho. Pero que el gobierno recomiende públicamente a sus nacionales salir del país, "mientras se puede", es un acto político, y advertir: "se los dije", es una inútil pretensión de deslindarse. Nadie entre las dos o tres docenas de mexicanos en Haití se enteró de la recomendación por el boletín.

Evacuar a los nacionales es una medida extrema que se toma cuando hay muy fundados motivos para temer peligros específicos sobre esa comunidad. Los estadunidenses se encuentran muy frecuentemente en esa situación porque tienen presencia planetaria y son grandes cultivadores de enemistades. A veces también utilizan la medida como gesto político para hacer notar su preocupación sobre determinada situación. Además aprovechan los barcos y aviones que tienen por todas partes del mundo. No es el caso de México.

Aun suponiendo que la cancillería cuente con profundos análisis, sustentados en serias informaciones, en el sentido de que hordas de haitianos pretenden hacer una cacería de mexicanos, no se justifica el cierre de la embajada. Por el contrario, en una situación así es cuando más se necesita. Este es el momento en que la embajada debía estar prestando sus mejores servicios: es ahora que se necesita la información de primera mano. La información evaluada y ponderada por el embajador, enriquecida por su acceso privilegiado a los distintos actores, es un insumo fundamental para que el gobierno norme su actuación. Habiendo abandonado la plaza, la participación de México en las decisiones de la Organización de Estados Americanos o en las de Naciones Unidas estará sustentada en la información que le den otros gobiernos (ya sabemos cuál); ya no tendrá el beneficio de haber tenido y mantenido una embajada ahí durante tantos años.

Si en realidad la sangre que llegara al río fuera mexicana, Ƒa quién podrán recurrir los mexicanos que no pudieron o no quisieron oír la advertencia que a manera de disclaimer se lanzó en el boletín 28? Si el gobierno actual sale en desbandada o si los insurrectos son derrotados ya no podrán buscar la protección de la bandera mexicana. ƑClaudicó el campeón del asilo diplomático? O, simplemente, Ƒno sabe que es el campeón de esa institución humanitaria exclusiva de América Latina que cae de perlas en el objetivo primordial del régimen que es la protección de los derechos humanos?

Ese grupo de políticos haitianos que tienen en común haber pasado su exilio en territorio nacional como profesores e investigadores en la Universidad Nacional Autónoma de México -uno de ellos recientemente condecorado con la Orden del Aguila Azteca-, que es conocido en Haití como "grupo México", deberá, en las nuevas circunstancias, reconsiderar la idea que tienen de este país.

Qué remotas parecen ya las enseñanzas del embajador Gilberto Bosques, que durante la crisis de octubre dispuso refugios especiales para los asilados antes que para su propia familia; qué triste debe de ser la sonrisa que todo esto ha provocado en el funcionario que tuvo que entrar clandestinamente en Nicaragua durante la ofensiva final para derrocar a Anastasio Somoza, después de rotas las relaciones diplomáticas, para auxiliar a 300 compatriotas a salir en los aviones de Colombia, España, Panamá y Estados Unidos (aunque en este último caso pagando religiosamente los pasajes); o los dos que resistieron por cinco horas los intentos de dos pelotones de soldados salvadoreños que intentaban arrebatarles a dos asilados, quienes, con su debido salvoconducto, esperaban el avión para volar a México, o el embajador que fue personalmente a la montaña a rescatar a un compatriota secuestrado por la guerrilla y regresó con él a salvo.

Qué desperdicio de la memoria institucional; qué falta de sensibilidad política; qué falta de oficio; qué vergüenza.

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