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México D.F. Sábado 21 de febrero de 2004
Ricardo Robles O.
San Andrés, pese a todo
Hace un par de semanas, como para celebrar la vida de los acuerdos de San Andrés en su aniversario, recibí un testimonio. En una reunión de tantas me encontré con un amigo indígena. Venía de los rumbos de las selvas chiapanecas. Poco a poco su entusiasmo me cautivó. Tanto me delató la fascinación, que pronto él cayó en la cuenta, se distrajo y preguntó: qué pues. Nos reímos. Le respondí que me sorprendía, pero no por lo que estaba diciendo, sino por el gozo de su narración. Hablaba de los caracoles y de las juntas de buen gobierno.
La experiencia que narraba era importante. El no es zapatista. Simpatiza con los planteamientos y luchas de ellos, con las 13 demandas, como él dice. Y nos contaba cómo van trabajando los caracoles y las juntas. Hablaba con convicción, seguro de su relato por él vivido, con esperanza y optimismo para mí excesivos viniendo de Chiapas -ese entorno de acoso, en el que durante 10 años tres presidentes se han ensañado-. Y desde ahí brotaba aquel testimonio gozoso.
Hablaba de la composición de las juntas de buen gobierno, por ejemplo. De cómo otros conocidos nuestros, sin ser siquiera bases de apoyo, forman parte de ellas. Están ahí como miembros de las comunidades, haciendo presentes otras maneras de pensar, aunque compartiendo con los zapatistas los sueños más hondos, las 13 demandas: tierra, trabajo, vivienda, alimentación, salud, educación, comunicación, cultura, independencia, democracia, libertad, justicia y paz. Las juntas de buen gobierno van concretando así el anhelo posible de "un mundo en el que quepan muchos mundos". Las diversidades en armonía, contrarrestando artimañas.
Narraba las experiencias recientes de vecinos que, pese a diferencias y distancias mantenidas ante el zapatismo, van prefiriendo presentar ante las juntas sus conflictos, porque ahí se resuelven con prontitud y razonablemente, porque ahí se logran acuerdos concertados entre las partes, con el arbitrio de los plurales miembros de la junta, que ratifican la solución común. También está presente un zapatista que atestigua los procesos, con su pasamontañas o paliacate al rostro. Discreto está, según el testimonio recibido. Y así, unidos, van siguiendo el rumbo decidido del "mandar obedeciendo". Las comunidades arreglan, deciden, tienen voz, reconstruyendo y siguiendo sus sistemas normativos ancestrales.
Por turnos van trabajando en esa nueva y propia forma de gobierno, gratuitamente, no permanentemente, porque deben trabajar también su milpa. Que todos puedan disfrutar de lo logrado en esas autonomías en curso -por las que los zapatistas han luchado y resistido- parece ser la consigna. Se propusieron incluir a todos y atender igualmente a los no zapatistas. Al parecer lo van logrando, trabajosa pero sólidamente. Convocando, incluyendo, respetando, van su camino tras el "todo para todos, para nosotros nada". Y desde la carencia, sin presupuestos o medios, arman legítimas y generosas autonomías en menos de 10 años.
Y no es que ahí se viva la idílica utopía del indio feliz. Está también presente el Ejército, posicionándose, desplegándose ya, para aniquilar y someter. Están los paramilitares como contrainsurgencia mezquina, como mercenarios, acosando, derramando su propia sangre. Está el empobrecimiento de la zona para hacer codiciables las dádivas, para comprar disidencias o para engendrar traidores. Lo exactamente opuesto a la dignidad buscada, a la paz, la democracia, la libertad y la justicia.
El testimonio entusiasmado que recibí desde la selva chiapaneca no deja de agobiarme por contraste. Cada día se reciben las noticias de guerra agazapada, por muy diversas fuentes, desde allá. La inicua invasión en curso, calculada, programada, negada, ahí está. Y nos dicen que no, con ironía, como en una competencia de engaño y perversidad.
Cómo no recordar los días de San Andrés. Igualmente estaban los indios y sus sueños, sus dignidades y sabidurías, sus demandas y firmezas, la razón de su parte. Igualmente los gobiernos, entre los engaños y las artimañas, los desprecios y los racismos, los asesinatos y las prisiones, la prepotencia de su parte.
San Andrés Sakamch'en -el de los pobres-, asediado, sigue expandiendo su vida ocho años después en Chiapas y más allá, por la nación. Larráinzar -el del poder acaudalado- persiste en ultrajar la vida y repudiar la diversidad mexicana. Cómo no rememorar y deplorar al mismo tiempo.
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