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México D.F. Viernes 20 de febrero de 2004
NAZAR HARO ANTE LA JUSTICIA
La
aprehensión, antenoche en esta capital, del ex director de la desaparecida
Dirección Federal de Seguridad (DFS), Miguel Nazar Haro, a quien
innumerables voces señalan como responsable de torturas, desapariciones
forzadas y asesinatos políticos, y quien ayer rindió declaración
preparatoria en un juzgado penal de Monterrey, Nuevo León, como
presunto responsable del secuestro de Jesús Piedra Ibarra, es un
hecho que debe saludarse porque constituye la primera acción concreta
de la justicia civil para esclarecer los crímenes perpetrados por
el poder público durante la guerra sucia emprendida por los
gobiernos de Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría y José
López Portillo contra orga- nizaciones guerrilleras, grupos políticos,
opositores individuales, sindicalistas y luchadores sociales en general.
La consignación del ex policía es, asimismo, el primer resultado
concreto del trabajo de la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales
y Políticos del Pasado, que dirige Ignacio Carrillo Prieto, y permite
reavivar las expectativas en torno a una labor de esclarecimiento e impartición
de justicia que hasta anteayer parecía condenada a un fracaso total.
No debe soslayarse, sin embargo, la precariedad y fragilidad
de este primer logro en el ejercicio de la justicia histórica. Nazar
Haro fue capturado y está sometido a proceso por uno solo de los
múltiples delitos que se le imputan -el secuestro de Jesús
Piedra Ibarra, perpetrado en Monterrey en los años 70, durante la
presidencia de Luis Echeverría Alvarez-, y es sólo uno de
los muchos responsables aún vivos de la brutalidad represiva que
se abatió sobre la sociedad mexicana en las décadas de los
60, 70 y 80. En tales circunstancias, existe el peligro real de que el
propio Nazar, sus superiores y sus cómplices logren preservar la
impunidad de que han gozado y que el grueso de los crímenes de lesa
humanidad perpetrados desde el poder público en aquellas épocas
queden para siempre sin castigo.
Como ejemplo de este peligro, cabe señalar que
la exasperante lentitud de las pesquisas y los procesos ministeriales hizo
posible que dos de los presuntos responsables más prominentes de
la atrocidad represiva -Alfonso Martínez Domínguez, ex regente
del Distrito Federal en tiempos de la matanza del 10 de junio de 1971,
y José López Portillo, presidente de la República
durante el último periodo de la guerra sucia (1976-1982)-
murieran sin ser sometidos al proceso legal que habría permitido
determinar sus respectivas responsabilidades o su inocencia. El segundo,
de hecho, ni siquiera fue llamado a declarar para que dijera ante una autoridad
judicial lo que sabía acerca de las violaciones a los derechos humanos
cometidas en su sexenio y en el anterior, y con ello se redujeron significativamente
las probabilidades de lograr el pleno esclarecimiento de los hechos.
En esta circunstancia, es evidente la urgencia de lograr
la captura del prófugo Luis de la Barreda Moreno, también
ex director de la DFS, sobre quien pesa una orden de aprehensión
análoga a la que llevó a Nazar Haro al penal de Topochico;
es necesario, asimismo, agilizar los procedimientos ministeriales contra
Luis Echeverría, Mario Moya Palencia, Francisco Sahagún Baca,
Mario Arturo Acosta Chaparro, Humberto Quirós Hermosillo y demás
funcionarios que participaron en la represión.
Por lo que respecta a la situación legal de Nazar
Haro, cabe esperar que en la coyuntura actual sus víctimas sobrevivientes,
así como los familiares de las que fueron asesinadas o se encuentran
desaparecidas, presenten o renueven las denuncias correspondientes, y que
el juez encargado del caso -el cuarto penal de Distrito, Guillermo Vázquez
Martínez- actúe con pleno respeto a la legalidad, a fin de
impedir que el ex funcionario policial pueda evadir, una vez más,
la acción de la justicia. Nada sería más desmoralizador
en este momento, ni podría generar mayor descrédito a las
instituciones judiciales, que la exculpación del ex policía,
su colocación en régimen de arresto domiciliario o el otorgamiento
para él de una libertad bajo fianza, como ha ocurrido con los innumerables
ladrones y corruptos del salinato y del zedillismo. El inicio del proceso
legal contra Nazar Haro, cabe insistir, es un buen paso en la dirección
correcta. Ahora es necesario andar todo el camino hasta el final, y el
final es el esclarecimiento del destino de los desaparecidos, el establecimiento
de la verdad sobre las responsabilidades de la represión y el castigo
por los asesinatos, los secuestros y las torturas.
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