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México D.F. Jueves 19 de febrero de 2004
Sergio Zermeño
El país del espectáculo y la injusticia
ƑQué podremos hacer para cambiar esta cultura estatal, embelesada por el espectáculo del poder en su ascenso, su esplendor y sacrificio? Cuando la opinión pública comenzaba a hartarse de los políticos y la politiquería, de las corruptelas en el seno de los partidos y de las sociedades de amigos, cuando ya nos sentíamos hastiados del muñequeo sin resultados entre Legislativo y Ejecutivo, brincaron a la alberca del lodo Elba Esther, Rosario y Martita, tres luchadoras rudísimas, ahuyentando a los varones uno por uno y en hilerita, desplegando las tretas más novedosas e ingratas, haciendo astillas la inocencia teórica de ligar masculinidad, poder y Estado. Con tal relevo femenil, el espectáculo de la política parece no tener fin, los reflectores brillan más intensamente que nunca sobre la pista central de este circo que es nuestra patria y la gritería se vuelve ensordecedora.
ƑY qué hay de las otras pistas? ƑCuál es el estado que guarda la sociedad mexicana? ƑQué más hemos sabido de Tlalnepantla, de su gente desplazada ya por más de un mes?
Apenas leíamos azorados el reportaje de Matilde Pérez, en la pagina 31 de nuestro diario sobre los intereses de empresarios internacionales y gobernantes morelenses que se ciernen sobre el jugoso negocio de la exportación del nopal, cuando el pequeño reflector era nuevamente desviado hacia San Lázaro, hacia Los Pinos, hacia los enjuagues del IFE, hacia la convención perredista y su endeudamiento exponencial... Lo mismo ha sucedido con los reportajes de Rosa Rojas sobre los municipios autónomos de la Costa Chica de Guerrero, con las crónicas de Blanche Petrich y de Hermann Bellinghausen: se pierden en el interior de La Jornada, apabullados por las ocho primeras planas inevitablemente acaparadas por Marta Sahagún en lo que va de febrero (y eso que nuestro diario se preocupa por indagar, aunque sea a oscuras, sobre lo que sucede en las pistas laterales).
Ya lo habíamos dicho, pero hay que repetirlo: no se entiende por qué hay un Canal del Congreso funcionando todo el día (igual que el Animal Planet, pero sin la espontaneidad ni la magia del reino natural); no se entiende por qué aparece una revista, En Pleno, distribuida como encarte en los periódicos de circulación nacional; no se comprende por qué algunos grandes diarios abren una segunda página a sus mejores plumas con la condición de narrar diariamente lo que acontece en San Lázaro.
Francamente, si esos espacios de difusión estuvieran al servicio de la sociedad y de equipos de comunicólogos, sociólogos, antropólogos, médicos, ingenieros y demás, podrían estar proyectando experiencias exitosas de organización y desarrollo local y regional (como la del nopal en Tlalnepantla, ni más ni menos), de abasto, de comercialización, de sanidad comunitaria, de prevención contra el cáncer cervicouterino, de monitoreo inmediato sobre desapariciones y secuestros en zonas de alto riesgo (como Ciudad Juárez); la política comenzaría a regresar a las dimensiones que le corresponden y a su función, no hay que olvidarlo: estar al servicio de los ciudadanos (ojalá se pudieran difundir documentales, como los de Michael Moore sobre la violencia en Estados Unidos; reportajes como los de Arte, en Europa, y apoyar, no desaparecer, programas como los de María Eugenia Tamez).
Hay otra pista sobre la que también necesitamos reorientar los reflectores: la procuración de justicia en nuestro país. Se han creado tres fiscalías especiales en los últimos años: una para indagar la muerte de Colosio y de Francisco Ruiz Massieu, otra para investigar los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez, principalmente, y una más para investigar y castigar a los culpables de los asesinatos y desapariciones forzadas durante los movimientos sociales desde 1968 hasta la llamada guerra sucia de los años setenta.
Esos aspavientos y flashazos desde el poder hacia la olvidada pista de la justicia están a punto de pasar a la historia sin más pena ni más gloria que haber cumplido su función de "testimonio de la 'preocupación' de los de arriba por las grandes injusticias". Sobre los magnicidios sabemos que, pasado un tiempo, no tienen solución; las mujeres asesinadas en Juárez, al ser víctimas de la más horrenda descomposición social, no encontrarán durante mucho tiempo resultados contundentes (sólo con la presencia de grandes estrellas del cine los reflectores se han podido orientar hacia allá, por un momento); sobre las desapariciones forzadas del pasado podría haber alguna esperanza, pero los costos políticos son elevados, el sexenio se recorta y la atracción hacia la pista central es enorme.
šQue siga el carnaval de la política! Busquemos detrás de las capuchas a la reina fea. No hay remedio, así somos.
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