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México D.F. Martes 17 de febrero de 2004
Teresa del Conde/ I
Muestra exhaustiva de Tamayo
Uno de los mejores proyectos que me ha tocado observar de cerca, que data de lustros, corresponde al catálogo razonado de la obra gráfica de Rufino Tamayo. Es un trabajo cuidadoso, muy profesional, dirigido por el curador del museo Tamayo, Juan Carlos Pereda, desde que el recinto se encontraba bajo la dirección de Cristina Gálvez, quien lo auspició en todo momento.
Actualmente y hasta finales de este mes se presenta allí la exposición que corresponde a estas pesquisas y es lo mejor que he visto en materia de exposición monográfica en mucho tiempo, tanto que mi entusiasmo no conoce límites, porque el disfrute y las enseñanzas que depara el conjunto son múltiples: ilustra en cuanto a técnicas, iconografía tamayesca, vínculos de la misma con otros autores y, lo más importante, en cuanto a Tamayo mismo.
Su evolución inclusive pictórica es en gran medida deducible de su trabajo gráfico y no sólo en lo que respecta a la iconografía o a las orquestaciones colorísticas. Pero la gráfica es un medio completamente autosuficiente y ojalá los coleccionistas (de Tamayo y de otros artistas) lo entendieran así. Ojalá lo entendieran también las autoridades, y esperamos que el catálogo que ha de publicarse cuente con todos los recursos que necesita: será una publicación que funcionará a escala internacional y atraerá múltiples beneficios al país, como pretende Gabriel Orozco en la entrevista que le hizo Merry Mac Masters (La Jornada, 14/01/04). Sólo que yo estoy en desacuerdo no con ésta, sino con otras consideraciones del muy internacionalizado artista y quizá me refiera a ellas próximamente.
La lectura museográfica de la exposición se inicia con las xilografías -hay también un linóleo- de 1925, que se prolongan hasta 1934 con las felicitaciones navideñas de ''los Tamayo" (de Olga y Rufino, por más que en las cédulas están fechadas ca. 1930, cosa que no puede ser).
El trayecto se urdió en cuanto a técnicas y también en lo que respecta a cronología, por lo que en ese espacio se inicia el recuento litográfico, que no data de fechas muy posteriores, como se ha creído siempre, sino de 1934.
En efecto, Pareja (1933) es uno de los hallazgos que contiene esa sección. Posiblemente se realizó en el taller de Emilio Amero en San Carlos, afirma el curador. Otras dos ''novedades" expuestas (no son ampliamente conocidas) provienen de la colección del Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca (IAGO): Tehuanas, fechada en cédula en 1930, es una. Ambas figuras femeninas se encuentran danzando, respondiendo así a la costumbre istmeña. Creo que es de 1934, porque las tehuanas guardan ciertos rasgos de Olga.
Una más: Dos niñas mexicanas es especular. En un aspecto, remoto si se quiere, recuerda los lineamientos de Las dos Fridas, pero bajo significado distinto. En esta sección se encuentra la muy conocida Guadalupana que sí es, en verdad, una virgen indígena. Tiene la peculiaridad encantadora de que la media luna en la que se posa ostenta un ojito que mira al espectador.
El linóleo de 1930 ofrece tres niños cantando: chaparritos, sus cabezas estilizadas de acuerdo con el concepto ''primitivo". El de enmedio sostiene una guitarra tradicional, que contrasta con la forma redondeada de la mandolina que pulsa la mujer en otra pieza contigua. De sobra sabemos la atención, el cuidado y la complacencia que Tamayo guardaba por éstos y otros instrumentos musicales. La pieza de referencia pertenece a las colecciones del Los Angeles County Museum of Art.
En primer término hay una pequeña ánfora, representada para que la composición guarde perfecto balance. El piso del recinto, donde la ejecutante está sentada, se encuentra visto de frente, es decir, sin efecto alguno de perspectiva, se trata por tanto de una cuadrícula ortogonal a la visión del espectador, cosa muy pensada por el autor. La figura está vista de perfil y el fondo, en proporción áurea, ostenta un pilar dórico compuesto o una columna adosada que en ese tiempo aparecía también en las pinturas. Tamayo adoraba ese tipo de elementos arquitectónicos. La columna flanquea una hornacina, de modo que lo allí plasmado es un interior.
Cerca de este pieza se encuentra la representación de una mujer cargando un bulto con un maguey cerca. Corresponde al concepto exacto de figura, propio de la iconografía mexicanista que ilustran también Orozco, Siqueiros y Diego Rivera. El aire de vendaval que allí priva, recuperado en varias películas de la llamada época de oro, es típico de las representaciones de esa índole hacia 1928.
Me detengo en esta pieza, porque en la vitrina que corresponde a la sección de libros de artista -me refiero al cancionero de Mexican Folkways, que Tamayo ilustró- se exhibe la matriz, cosa que permite al espectador poco versado en los procederes de la estampa conocer la manera en que la imagen se invierte en su impresión.
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