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México D.F. Domingo 15 de febrero de 2004
Juan José Reyes, escritor y crítico
literario
''Me ocupo de un libro cuando me dice algo''
Prepara un trabajo sobre el grupo filosófico
Hiperión y ensayos acerca de José Emilio Pacheco y Juan García
Ponce
ELENA PONIATOWSKA /I
Quizá nadie en nuestro medio ha publicado tantas
reseñas y notas críticas de la narrativa mexicana como el
escritor Juan José Reyes.
-Juan José, ¿por qué nunca destrozas
a nadie?
-Me ocupo de un libro cuando me ha dicho algo, poco o
mucho. Si es mucho, mucho mejor, pero si es poco, tiendo a pensar, en primera
instancia, que quizás ese poco no es en razón del libro,
en razón del autor, sino en razón mía, es decir, tal
vez por una insuficiencia mía que me ha impedido ver algo. Pero
por lo pronto ya he percibido algo, acaso ese poco. En el momento de escribir
abro, en la medida en que puedo hacerlo, más ventanas para hallar
más cosas.
José Emilio Pacheco y Juan García Ponce,
entrañables
Lo mejor del país está en su cultura, en
la obra de sus creadores, dice Juan José Reyes, escritor y editor,
miembro de una familia de escritores y periodistas (nieto de la escritora
María Elvira Bermúdez, e hijo de Salvador y Beatriz Reyes
Nevares). Siempre tranquilo, o dando esa impresión, Juan José
fue durante 15 años jefe de redacción de El Semanario
Cultural, del difunto Novedades, y director de la revista Textual,
hasta que ésta desapareció.
Actualmente
trabaja en un libro sobre la idea de México y los mexicanos hacia
mediados del siglo XX, a partir de las búsquedas del grupo filosófico
Hiperión (formado por Ricardo Guerra, Luis Villoro, Jorge Portilla,
Emilio Uranga, Joaquín Sánchez MacGregor, Salvador Reyes
Nevares y Fausto Vega) hasta la obra, ''ya muy distinta'', de Carlos Monsiváis.
También prepara ensayos críticos sobre algunos autores mexicanos
que para él son entrañables, como José Emilio Pacheco
y Juan García Ponce. Ha publicado un libro sobre el juego, especialmente
acerca de la lotería en México -Cuestión de suerte-,
y con Ignacio Trejo Fuentes, una gruesa antología de textos futboleros
(otra de sus pasiones): Hambre de gol.
-¿Por qué te resultan entrañables
ciertos escritores?
-En primer lugar porque comparto mundos con ellos. Desde
luego, la obra narrativa de José Emilio. Y Juan García Ponce,
quien es el primer autor de literatura "para adultos" que yo recuerde,
al que leí cuando era muy niño. Recuerdo bien la escena,
que platiqué más de una vez al propio Juan una de estas mañanas
en Coyoacán: un domingo, temprano, mientras todos dormían
en mi casa, me puse a leer Figura de paja. Ahí estaba yo,
tendido en el sofá de la sala de aquel departamento de la calle
de Orizaba, en la colonia Roma, y de pronto apareció mi padre por
ahí y yo oculté el libro, sin suerte, porque él alcanzó
a ver que estaba escondiendo algo y me dijo: ''A ver, ¿qué
estás leyendo?'' Saqué mi ejemplar de la Serie del Volador.
¿Por qué escondía yo aquel libro? Porque intuía
que, en algún grado, lo que contaba ahí el escritor no era
propio de la normalidad infantil, de mi mundo. La novela, por lo demás,
sigue gustándome mucho. Mi padre entonces vio de qué se trataba
y me dijo ''¿Ya la acabaste? ¿Qué te pareció?"
Le respondí que muy padre o una cosa así, y me quedé
viéndolo como esperando alguna prevención de su parte. Sin
que le dijera nada él me dijo: ''Oye, no te preocupes. Todos los
libros que están aquí son precisamente para que los leas''.
Pues bien, de aquel mundo de deseos y miradas abiertas de García
Ponce no he salido nunca. También me siento muy cerca de Leñero,
de Garibay, de Ibargüengoitia, de Jorge López Páez.
-¿No de Inés Arredondo?
-Me parece formidable, pero no me interesa tanto. Me pasa
lo mismo en otros casos, como el de Elena Garro, el del propio Carlos Fuentes,
el de Sergio Galindo.
-¿Y cómo se llama tu libro?
-Mira, no lo sé. En lo que ahora trabajo es en
la escritura de otro libro, una revisión de la idea de México
y lo mexicano alrededor y a partir del medio siglo, es decir, desde el
grupo Hiperión (y su figura fulgurante y desconcertante: Emilio
Uranga), hasta la obra de varios de estos autores; creo que hasta la de
un personaje clave, que tiende las redes donde se entrecruzan la tradición
y los rituales caóticos de la posmodernidad, que es claramente Carlos
Monsiváis. En el grupo Hiperión confluyen varias tendencias
importantes del pensamiento nacional, y se cierran para dar lugar a otras,
ya no representadas en grupos sino en esfuerzos estrictamente personales,
como el de Monsiváis, cada vez más abarcante e iluminador.
-Héctor Aguilar Camín ya trabajó
con la figura de Emilio Uranga en su novela recién reditada La
guerra de Galio.
-Sí, pero en un plano estrictamente ficticio. El
propio Aguilar Camín me ha dicho que si acaso un par de veces tuvo
contacto escaso con el filósofo. Uranga se mantiene como un personaje
nebuloso de la cultura mexicana. Todo mundo habla de su genio; no he encontrado
a nadie que no recuerde su inteligencia de excepción. Pero el público,
los lectores de ahora, no están al tanto de qué sucedió
con Uranga, y qué significaba ser un filósofo mexicano a
mediados del siglo XX. Aquellos fueron, como el propio Octavio Paz, hombres
que quisieron saber qué tierra pisaban y ver qué significaba
la Revolución. Hoy cuenta mucho menos, en el plano de lo real, lo
acertado o no de sus respuestas (incluso candorosas tal vez, como en el
caso de Uranga, de tan gran ambición), que el hecho mismo de que
se hayan propuesto estos problemas. Roger Bartra ha escrito sobre el tema
con inteligencia, pero es posible que valga la pena entrar más a
aquella formidable generación que formuló un proyecto menos
que fugaz.
La abuela detective
-¿Qué representó para ti tu abuela
María Elvira Bermúdez? ¿La extrañas?
-Imagínate si no. María Elvira Bermúdez
no sólo fue mi abuela materna, sino también mi amiga y amiga
de muchos amigos míos. Era una persona llena de vitalidad, de imaginación
y de ganas de jugar, unas ganas de jugar que no perdió nunca. Le
gustaba ganar (y no fue buena perdedora en juegos de mesa). Era muy cálida,
muy alegre y en la casa de ella, en la calle de Flora, en la colonia Roma,
varias noches nos reunimos amigos míos y mi hermano Pablo y yo a
jugar lo que llamamos primero Cuarto Oscuro y después Casa Oscura
(ya cuando pasamos a la secundaria). Es una casa, aún existe, porfiriana,
de principios del siglo XX, que podía estar hasta hace poco totalmente
a oscuras, podías cerrar los visillos de madera en las ventanas
y evitar que entrara la luz. María Elvira era de las más
animadas en el juego.
-Pero, ¿cuántos años tenían?
¿Eran niños?
-No, no tan niños. Teníamos entre 13 y 14
años. Ella siempre estuvo rodeada de jóvenes. De pronto a
la calle de Flora comenzaron a llegar escritores que principiaron en aquellos
años 70. Había tardes enteras que me recuerdan un poco a
lo que sucede aquí, en tu casa, Elena: llega una llamada telefónica
cada momento, o suena el timbre. Igual sucedía ahí: llegaba
gente de lo más disímbola. Por ejemplo, iban a visitarla
Archibaldo Burns o Rubén Salazar Mallén. Después la
visitaron críticos incipientes, como Nacho Trejo Fuentes o, más
joven aún, Christopher Domínguez. Recuerdo haber encontrado
allí a Sandro Cohen, Josefina Estrada, Vicente Francisco Torres,
José Rafael Calva... Mi abuela hablaba de literatura, también
de política y de futbol (siempre fue atlantista, y en su estudio
podía hallarse un escudo de ese equipo, que le regaló Efraín
Huerta, muy cerca de un retrato de otro poeta: Ramón López
Velarde).
''Me preguntas por sus libros. En la segunda mitad de
los años 50 publicó una novela policiaca, de corte estrictamente
tradicional y de título afortunado: Diferentes razones tiene
la muerte. La novela es muy esquemática, sigue al pie de la
letra el modelo de la investigación detectivesca. Fue una novela
pionera en el medio mexicano e impecable dentro de los límites que
se impone. Publicó también los cuentos Alegoría
presuntuosa. Después viene lo mejor, otro conjunto de cuentos
titulado Encono de hormigas, un verso de López Velarde, en
el que hay algunas piezas muy logradas y muy intensas. En la colección
de Lecturas Mexicanas circulan también cuentos suyos; los de Muerte
a la zaga, de corte policiaco. Muchos años antes había
publicado La vida familiar del mexicano, un ensayo en aquella colección
ya legendaria México y lo mexicano, de mediados de siglo. Aquel
libro tenía buenas anticipaciones en la materia y ponía el
acento en lo que María Elvira sostuvo siempre: el papel de la mujer,
en muchos casos, como cómplice del machismo en México. Muchas
mujeres, decía María Elvira, si no propician el machismo
al menos lo admiten. Pero lo que más le interesaba era la literatura,
especialmente la mexicana, y le apasionaba la de enigma. María Elvira
estaba empeñada en deslindar los campos, en decir que una cosa es
lo policiaco y otra lo negro. Puede ser denunciatorio, puede incluir lo
sexual, las drogas, en fin, la represión política, la violencia,
pero no está lo que a ella le interesaba realmente, que era el enigma,
descifrarlo. Para ella toda gran novela policiaca era una prueba. Vivía
la novela policiaca, y sin exagerar, se metía con pasión
a seguir las pistas, formular hipótesis, buscar al culpable. Tenía
una formación muy ortodoxa. Ella fue abogada por la Escuela Libre
de Derecho.
-¿Cuántos años tendría ahora?
-Nació en noviembre de 1912... Tendría 91
años.
-¿De qué edad murió?
-Murió en 1987, a los 75 años. Uno de sus
primeros trabajos fue de defensora de oficio. Pablo, mi hermano, y yo le
preguntábamos, cuando éramos muy chavos, en qué consistía
eso, y ella nos contaba muy divertida y a veces con entusiasmo que sacaba
del bote a los marihuanos, a quienes por cualquier cosita agarraban, que
si un cigarrito y los encerraban. Era una abogada hábil, peleonera.
También como abogada trabajó en la Suprema Corte de Justicia,
en un puesto menor. Pero el mundo de las leyes lo tenía sobre todo
en su imaginación literaria. Veía en la novela policiaca
un asunto de justicia. Además de tener que desentrañar un
enigma, en la novela había que ver que hubiera justicia en el mundo,
entre los hombres. A María Elvira le encantaba discutir. Lo hicimos
mucho entre los dos, sobre todo acerca de asuntos literarios. No siempre
coincidimos. Ya en su última época tendió a ver en
las obras literarias provocaciones gratuitas y que no lo eran; según
yo, dejó de apreciar cierta tendencia al cambio.
-¿Se amargó?
-No, nunca.
-¿Y se sentía reconocida?
-Sí, aunque el reconocimiento le llegó tardíamente.
Y le dio mucha alegría.
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