México D.F. Domingo 15 de febrero de 2004
Michael Mertes*
¿El ocaso del canciller alemán?
La renuncia del canciller Gerhard Schroeder a la presidencia
del Partido Social Demócrata (PSD) de Alemania afectará profundamente
la distribución de fuerzas al interior del gobierno y su ajustada
ma-yoría "rojiverde" en el Parlamento. Si bien parece prematuro
hablar, como algunos ya lo hacen en Alemania, de un "ocaso del canciller"
o anunciar que este sorpresivo paso de Schroeder es "el comienzo del fin"
de su mandato, es perfectamente correcto describirlo como una importante
pérdida de poder. El ganador inmediato es Franz Müntefering,
de 64 años, líder del grupo parlamentario del PSD, que sucederá
a Schroeder como jefe del partido. Ambos políticos formarán
un tándem, pero Schroeder de-penderá más de la lealtad
de Müntefering que éste del éxito del primero.
Schroeder ha estado representando una plataforma y agenda
políticas de izquierda moderada, comparables al nuevo laborismo
del primer ministro británico, Tony Blair, o al centrismo del ex
presidente Bill Clinton. Müntefering, sin embargo, está más
vinculado con los valores socialdemócratas tradicionales (o viejo
laborismo). En términos de estilos de liderazgo, Schroeder es solista
mientras que Müntefering toca en grupo.
En Alemania, el canciller tiene la posición política
más fuerte entre los actores políticos clave. Sin embargo,
la principal fuente del poder de cualquier canciller no se encuentra en
los poderes legales que le confiere la Constitución, sino en el
apoyo del que disfruta al interior de su propio partido. Con una notable
excepción en la década de 1950, ninguno de los dos principales
partidos políticos alemanes (los socialdemócratas y los demócratacristianos,
que representan un conservadurismo moderado) se las ha arreglado jamás
para ganar una mayoría absoluta en el Parlamento. Como consecuencia,
los cancilleres alemanes usualmente presiden gobiernos de coalición
y su autoridad efectiva se basa en la lealtad de las fuerzas partidarias
que dirigen al interior de tales alianzas políticas.
Aunque Schroeder nunca les gustó realmente a los
socialdemócratas (ciertamente no lo aman como al inolvidable Willy
Brandt), lo siguieron a regañadientes porque lo veían como
el único que podía garantizar el éxito electoral después
de 16 frustrantes años (1982-1998) como oposición a Helmut
Kohl. Pero ya no es el caso. Desde finales de 2002, Schroeder y el PSD
han estado enfrentando niveles de aprobación pública inusualmente
bajos y no parece que esta tendencia vaya a cambiar muy pronto.
Sólo en 2003, casi 40 mil socialdemócratas
abandonaron el partido, hemorragia sin precedente. Si se hubieran celebrado
elecciones nacionales, digamos que el pasado domingo 8 de febrero, una
coalición de centroderecha formada por demócratacristianos
y liberales habría ganado 57 por ciento de los votos, según
Infratest Dimap, uno de los principales institutos encuestadores de Alemania.
Con no más del 35 por ciento de los votos, la coalición rojiverde
de Schroeder hubiera sufrido un desastre.
Al comienzo del que ha sido calificado como un "año
de superelecciones" en Alemania (con 14 comicios, uno en el ámbito
europeo, cinco de tipo regional y ocho en el ámbito local) estas
son muy malas noticias para el PSD.
En el pasado ha ocurrido varias veces que Schroeder ha
cobrado inusitadas energías al estar enfrentado situaciones desesperadas
que lo ponen entre la espada y la pared. Esta cualidad es su mayor fortaleza
y parece ser que ahora se ha embarcado en su contraofensiva más
riesgosa. Se basa en el pronóstico de que habrá recuperación
económica considerable a partir de mediados de 2004 y hasta las
próximas elecciones nacionales que se celebrarán en el otoño
de 2006, y que los votantes atribuirán esta esperada recuperación
a las reformas económicas, laborales y de bienestar, llamadas Agenda
2010, que el canciller federal ha convertido en el emblema de su gestión.
Durante mucho tiempo la retórica reformista de
Schroeder no se ha visto correspondida por sus políticas. Sólo
tras su relección en el otoño de 2002 abandonó sus
posturas populistas, sus respuestas de corto plazo y sus modos neocorporativistas
de tratar de lograr que los sindicatos y las asociaciones de empresarios
logren acuerdos.
A la vista de los problemas más acuciantes de Alemania
(declive demográfico acelerado, mercado laboral sobrerregulado y
sistema tributario impreciso y confuso), el programa de reformas de Schroeder
puede parecer demasiado tímido, pero muchas de sus reducciones han
sido percibidas como extremadamente crueles por el núcleo duro de
quienes votan al PSD, especialmente los poderosos sindicatos. Pero dado
el malestar económico de Alemania, que parece proclive a empeorar
por los problemas demográficos del país, los socialdemócratas
están hoy condenados a dar prioridad a la creación de riqueza
por sobre la redistribución de la misma. Alemania no se puede dar
el lujo de reducir el ritmo del proceso de reformas o, peor aún,
de detenerlo.
En el mejor escenario, Schroeder se aferrará entonces
al ideario de la Agenda 2010 y Müntefering explicará pacientemente
a un reluctante PSD que es necesario cruzar el desierto para poder llegar
a la tierra prometida. En el peor caso, Schroeder volverá
a caer en el populismo en aras de un éxito electoral de corto plazo,
y Müntefering confirmará ese método para salvar el alma
socialdemócrata del descalabro total.
La tragedia de Schroeder es que es probable que su poder
se erosione, cualquiera sea el camino que elija. Al final de este "año
de superelecciones" sabremos la respuesta.
* Michael Mertes, ex consejero de políticas de
Helmut Kohl, es escritor y socio de Dimap Consult, consultoría comercial
con sede en Bonn y Berlín
Traducción: David Meléndez Tormen
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