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México D.F. Domingo 15 de febrero de 2004
Francisco López Bárcenas
San Andrés: los saldos de un incumplimiento
Hace ocho años, en un municipio del estado de Chiapas
llamado San Andrés Sacamch'em de los Pobres, el gobierno federal
y el Ejército Zapatista de Liberación Nacional firmaron unos
acuerdos sobre derechos y cultura indígenas. Eran los primeros de
una serie que debían conducir a la firma de la paz entre el gobierno
y los rebeldes. Era también la esperanza de que en México
entráramos al siglo xxi con los derechos indígenas reconocidos.
Porque, aunque muchos reconocíamos que los acuerdos de San Andrés
no contenían todos los reclamos de los pueblos indígenas,
también éramos conscientes de que lo sustancial estaba en
ellos y podía servir de base para comenzar a construir una nueva
sociedad.
Pero ni el gobierno firmante ni su sucesor cumplieron
con lo acordado, por más que los dos prometieron que lo harían.
Ambos terminaron simulando que cumplían su palabra cuando en realidad
lo que hacían era poner obstáculos para que los reclamos
de los pueblos indígenas pudieran concretarse. La burocracia gubernamental
también intentó apropiarse del discurso indígena,
pero no pudo articularlo, porque la lógica de aquél es transformar
el país para que sus derechos puedan concretarse, mientras la del
gobierno es seguir fungiendo de administrador del gran capital, que es
quien en realidad toma las decisiones fundamentales sobre el rumbo del
país.
Agotada la posibilidad de que el gobierno reconociera
los derechos de los pueblos indígenas, reformara sus instituciones
y transformara sustancialmente sus políticas para que pudieran ejercerse,
los pueblos indígenas regresaron a sus lugares de origen a construir
su futuro, con la razón de sus argumentos y los resquicios que la
legislación internacional y alguna nacional o estatal le dejaban,
pero sobre todo, apostando a su propia capacidad de construir nuevos caminos
para un nuevo fin: dejar de ser los sometidos de siempre y conquistar su
derecho a la igualdad en la diferencia, en otras palabras, dejar de ser
tratados como mexicanos de segunda o súbditos de los monarcas temporales
en turno.
Los saldos de esa decisión arrojan resultados diversos.
Por distintas partes del país se ven aparecer como hongos los gobiernos
autónomos, algunas veces con declaración expresa de serlo
y otras sin ella. Pero también de manera paralela a ellos se ve
llegar la represión del Estado, la mayoría de las veces desde
el mismo gobierno, pero en otras esa tarea queda a cargo de caciques regionales
que funcionan como sus aliados, y no faltan quienes, camuflados con el
discurso indígena, luchan contra ellos, sembrando la confusión
o creando conflictos entre comunidades indígenas.
La otra línea de la resistencia indígena
se encuentra en la lucha por el control territorial. Uno de sus efectos
ha sido mostrar los centenares de conflictos agrarios que existen por todo
el país, producto del despojo estatal hacia los pueblos indígenas,
de los errores de la reforma agraria y de la necesidad que tiene el aparato
estatal de mantener los conflictos para someter a los dueños de
la tierra. En lugar de atender las causas profundas de esos conflictos,
al actual gobierno lo que más se le ha ocurrido es consolidar una
bolsa de dinero para repartir entre las partes si se ponen de acuerdo y
llegan a un arreglo. Que esto no es la solución lo demuestra el
hecho de que en algunos casos declarados resueltos por el gobierno, días
después las partes siguen agrediéndose, o que mientras el
Presidente de la República entrega legalmente la tierra que los
indígenas han recuperado, otros actores declaran que el problema
continúa.
En fin, el incumplimiento de los acuerdos de San Andrés
por el gobierno no ha sido obstáculo para que los pueblos indígenas
sigan viendo en él un documento muy importante, porque contiene
sus derechos mínimos y ellos participaron en las discusiones que
lo concretaron. Pero luchar por que su contenido se haga realidad les ha
costado muchas lágrimas y sangre. Aunque no sólo los indígenas
han perdido, dentro de los saldos a la baja hay que contar la deslegitimación
del gobierno de la transición, que prometió cumplir la palabra
empeñada con los pueblos indígenas y no lo hizo. También
pierde la sociedad, que no ha podido dejar atrás el régimen
autoritario en que por décadas ha vivido. Es más, desde otro
ángulo, se puede decir que en realidad pierden más el gobierno
y la sociedad, porque los pueblos indígenas han ganado en presencia
y dignidad.
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