México D.F. Viernes 6 de febrero de 2004
Gabriela Rodríguez
De censura, píldoras y fundamentalismo
No cabe duda que los vientos políticos son intensos y que en la disputa por el poder hoy se enfrentan contracorrientes en parte nuevas y en parte muy viejas. El control de los cuerpos y de las conciencias siempre han sido blancos muy sensibles del poder.
Fue justamente el derecho al divorcio y al control natal los puntos de disidencia de las primeras feministas del siglo XIX con los sectores eclesiales, y esa polarización las vinculó con la defensa del Estado laico, condición que vuelve a cobrar sentido en el siglo XXI. Libertad de conciencia y de culto han sido, y seguirán siendo, estructurales para el ejercicio de los derechos de las mujeres y de los derechos sexuales de todos.
En pleno bicentenario del natalicio de Benito Juárez enfrentamos la alianza de movimientos fundamentalistas con líderes políticos y medios de comunicación, para promover una moral rigurosa sobre los usos del cuerpo y la reproducción. Se trata de una imitación, a lo pobre, de lo ocurrido en Estados Unidos desde hace 20 años, de ese acuerdo triangular que favoreció la concentración del poder al Partido Republicano.
No sé si por claridad o inercia, pero los panistas de hoy importan a nuestro país esa estrategia. Vemos a legisladores y funcionarios junto con obispos y líderes cristianos rechazar la tolerancia en los medios electrónicos, promover la ignorancia y defender certezas absolutas, como las que explican el origen de la vida.
Después de 10 años de trabajo ininterrumpido hoy tenemos que alzar muy alto la voz para denunciar la censura del programa Diálogos en Confianza de Canal 11, el mejor esfuerzo televisivo que con gran seriedad ha logrado posicionar los derechos sexuales y reproductivos en la audiencia mexicana.
Originario de Irapuato, el actual director del canal, Julio Di Bella, fue muy cercano colaborador de Marta Sahagún. El ex director de Radio y Televisión en Guanajuato ha ido tomando más poder con el apoyo de esa mujer, quien casi milagrosamente combina en una misma persona la caridad cristiana con el tráfico de influencias, y la representatividad del Ejecutivo federal con la de las organizaciones de la sociedad civil. Ambos ganan hoy indulgencias al cambiar la programación de Canal 11: en vez de sexualidad se hablará de familia natural, de matrimonio y maternidad, y también evitarán el purgatorio al retirar a la productora María Eugenia Tamez, calificada de ultrafeminista, porque se opuso a cerrar cámaras para explicar el uso del condón y a evitar la presencia de participantes homosexuales en pantalla.
Esto ocurre en la misma semana en que se aprobó la nueva Norma Oficial de Planificación Familiar, la cual autoriza el uso del condón femenino y la anticoncepción de emergencia (AE): píldora que evita el embarazo hasta tres días después de un acto sexual desprotegido.
La falta de coordinación y las contradicciones muchas veces es lo que permite avanzar. La ira que despertó la censura a Canal 11 no me impide celebrar el compromiso asumido por la Secretaría de Salud con la prevención, sin ningún prejuicio religioso, y felicitar a la Dirección General de Equidad y Salud Reproductiva por la decisión de actualizar una regulación médica que garantiza a las mujeres mexicanas el derecho a beneficiarse de avances tecnológicos que se utilizan hace más de dos décadas en los países industrializados.
Los líderes panistas que valoran con incertidumbre si la AE contraviene sus principios partidistas, podrían encontrar las fuentes de sus argumentaciones en documentos teológicos del siglo XII, cuando los inquisidores incineraron vivas a todas las comadronas o parteras. Entonces toda anticoncepción era sinónimo de asesinato: "nadie hacía más daño a la fe católica que las comadronas". Calificadas de brujas, sabían impedir de diversas maneras la concepción en el útero materno y suministraban nociones de anticoncepción o de lo que entonces se tenía por tal.
Aunque el contexto de las disputas actuales es muy diferente, es igualmente revelador de la más oscura cara de lo religioso: el fundamentalismo, que no es otra cosa que el rechazo a la argumentación, al carácter abierto del pensamiento, a la ciencia ilustrada, y a lo que hoy llamamos modernidad.
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