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México D.F. Martes 3 de febrero de 2004
Teresa del Conde
Exposición de la transvanguardia
El fenómeno de la transvanguardia hace rato que vio su ocaso, pero su creador, Acchile Bonito Oliva, ha procurado a capa y espada que recupere su fuero. El Museo de Arte Moderno ofrece una muestra (Ƒitinerante?) bajo el rubro del famoso término acuñado por Acchile, quien alude al lenguaje como un instrumento de transición, de pasaje de una obra a otra y de un estilo a otro.
En el texto que acompaña el catálogo, el crítico y curador napolitano repite lo que brillantemente reseñó y elucubró en la publicación bilingüe (italiano-inglés) de Giancarlo Politi en 1982. Ese fue el momento en el que cinco o seis pintores italianos, entonces bastante jóvenes, fueron antologados y reunidos en diferentes exposiciones y artículos escritos por este audaz y polifacético personaje, cuyas agallas seguimos admirando porque efectivamente llevó a sus pintores a una plataforma internacional, basándose en el hecho de que el prestigio artístico italiano es inconmensurable, desde Giotto hasta por lo menos la segunda década del siglo XX, con todos los baches consabidos que se dieron desde los Macchiaioli hasta De Chirico, Savino, etcétera.
Inteligencia y sentido de promoción es lo que menos le falta a Acchile, quien además siempre se ha interesado en México. La muestra no se presenta completa por razones de espacio. Eso conminó a que la museografía haya adquirido un carácter aleatorio y sumamente extraño, pues la sala Carlos Pellicer, la más amplia del piso superior, alberga ahora varios rubros: a la transvanguardia que se visita en sentido contrario a las manecillas del reloj, sigue parte de la colección permanente a partir más o menos de Ruptura, englobando además, aunque en recinto separado por mamparas, el espacio dedicado a Remedios Varo.
No creo que esta opción haya sido positiva, pero entiendo que así se presentaron las cosas, y es lo que me permite aventurar que hubo problemas con las fechas como antes sucedió con el Novecento, que se montó allí mismo durante sólo 40 días, sin incluir otra cosa que no perteneciera al contexto de la exposición.
En los años 80 se postulaba que si algún sentimiento transmitía la llamada transvanguardia, era su indiferencia. Indiferencia que conminaba a trastocar rápidamente una imagen simbólica por otra. En ese tiempo ''posmoderno" eso tuvo su razón de ser, pues fue una respuesta al aspecto crítico y hasta darwiniano (término que utiliza mucho Acchile) de las vanguardias.
Los ''nuevos salvajes" alemanes, como Lüperz o Baselitz, fueron también transvanguardistas; inclusive Susan Rothenberg pudo haber quedado incluida en ese contexto, que en México también se dio y en forma por demás clara. ƑNo hubiera sido más apropiado habitar el espacio con cuadros de artistas mexicanos que de algún modo respondían a esta tendencia, sobre todo después de 1984 y más aún durante los años posteriores al terremoto del 19 de septiembre? Hay mucha obra producida aquí durante la segunda mitad de esa década que es de muy buen nivel y accesible de congregar porque los artistas y sus piezas allí están y se hubiera podido realizar una selección plausible incluyendo seis u ocho autores mexicanos.
Los artistas representados ahora son Sandro Chia, Francesco Clemente, Enzo Cucchi, Nicola di Maria (el más tardío en ser amalgamado al contexto transvanguardista) y Mimmo Paladino. De todos ellos he visto obras interesantes, de alto nivel. Pero las que ahora se presentan, producto de la curaduría realizada al parecer por Valentina Bonomo, me parecen un tanto aleatorias, es decir, fue lo que se pudo conseguir y eso resulta burdo y hasta feo sin que se persiga propositivamente la estética del ''feísmo" (aunque también eso cuenta).
A veces las obras operan en tanto el movimiento o tendencia, que en este caso el crítico detectó, se mantiene vigente. Pero ocasionalmente logran sobrevivir a su momento histórico.
Estas obras, quizá otras sí, no lo lograron del todo. No digo que el famoso Clemente (representado entre otras cosas con miniaturas hindúes que ''narran" la historia de su país), Di Maria, que fue seleccionado para la XLIV Bienal de Venecia; Cucchi que ha expuesto en la Galería Nazionale d'Arte Moderna en Roma, recientemente en el Museo de Tel Aviv y otrora en la Galería de Ramis Barquet, o Paladino que tuvo una individual (entre muchísimas otras) en el Museo de Monterrey, hayan dejado de ser artistas de primera línea, pero sí que no sobrevivieron al grupo que supuestamente integraron, como sucedió, por ejemplo, con los Rolling Stones. Tanto que el mejor cuadro transvanguardista de la muestra (las esculturas forman mejor conjunto) no es de algún italiano, sino de Vlady, y está mu-seografiado justo donde termina esa exposición, cosa por demás acertada.
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