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México D.F. Martes 27 de enero de 2004
BUSH Y BLAIR, MENTIROSOS
La
convicción basada en el sentido común y expresada en muchos
tonos por personas de buena voluntad de todo el mundo, en el sentido de
que el régimen de Saddam Hussein carecía de las armas de
destrucción masiva que fueron usadas como pretexto por los gobiernos
de Washington y Londres para invadir, masacrar, destruir, ocupar y saquear
Irak, ha demostrado ser una verdad contundente.
El viernes pasado el jefe del equipo estadunidense de
inspección que durante nueve meses rastreó el territorio
humeante de la infortunada nación árabe, David Kay, concluyó,
sin margen de duda, que el gobierno depuesto no desarrolló, desde
el fin de la primera guerra del golfo Pérsico (1991), alguna clase
de arma química, biológica o bacteriológica. Por añadidura,
el otro pretexto angloestadunidense para la agresión militar contra
Irak, los supuestos vínculos entre el derrocado Hussein y la organización
Al Qaeda, de Osama Bin Laden, no ha encontrado, hasta la fecha, ningún
asidero más que los paranoicos alegatos del grupo que gobierna Estados
Unidos.
La evidencia de que Bush, Blair y los aliados menores
de ambos, como José María Aznar y Silvio Berlusconi, mintieron
en forma sistemática y deliberada, se está convirtiendo en
una abultada factura política para esos gobernantes. Blair vive
acosado por las consecuencias de su inmoralidad, entre ellas, el suicidio
del experto británico en armas biológicas David Kelly, quien
fue inhumanamente presionado luego de que filtró a la BBC
la inexistencia de las armas químicas.
Bush, por su parte, se enfrenta a una rápida evaporación
de su ventaja electoral frente a sus contendientes demócratas, los
cuales no tardaron mucho en reprochar al todavía presidente sus
engaños, su alarmismo injustificado ante la falsa amenaza de Saddam
Hussein y su improcedente triunfalismo tras la caída del dictador
iraquí, al anunciar el fin de una guerra que, nueve meses después,
sigue cobrando una cuota cotidiana de vidas estadunidenses y también,
por supuesto, iraquíes.
El aspirante Howard Dean llegó al extremo de señalar
con todas sus letras una verdad evidente para todo el mundo, pero que hace
apenas unos días resultaba impronunciable en los entornos políticos
del país vecino: hoy, bajo el dominio de la soldadesca estadunidense,
los iraquíes viven mucho peor que en tiempos de Hussein. John Kerry,
otro de los precandidatos demócratas, acusó a Bush de engañar
al país para llevarlo a la guerra.
Los cuestionamientos no proceden únicamente del
ámbito político. Ayer, en rueda de prensa realizada en Nueva
York, el analista Joseph Cirincione, de la organización no lucrativa
Carnegie Endowment for International Peace, acusó a Bush de haber
inventado la amenaza de las armas de destrucción masiva para llevar
al país a "una guerra innecesaria", señaló que Washington
y Londres han perdido credibilidad en el ámbito internacional por
el fracaso de sus servicios de inteligencia y pidió la revisión
de la política de seguridad nacional vigente "para eliminar la política
de guerra preventiva y unilateral".
La "guerra contra el terrorismo" de Bush y sus edecanes
británico, español e italiano se enfrenta, además,
a una descalificación legal de la totalitaria "ley patriótica"
promulgada tras los atentados del 11 de septiembre de 2001. En efecto,
el juez federal Audrey Collins, de Los Angeles, determinó que las
disposiciones de esa ley que prohíben "la asesoría o la ayuda
de expertos" a los grupos acusados de terrorismo por el Departamento de
Estado resultan demasiado vagas y violan las enmiendas de la Constitución
de Estados Unidos referidas a la libertad de expresión (primera)
y al derecho a un juicio justo (quinta).
Bush, Blair y compañía habrán de
pagar elevados costos políticos por sus mentiras, pero debe considerarse
que éstas conllevan también responsabilidades penales ineludibles,
toda vez que, con sus engaños, esos gobernantes perpetraron crímenes
de lesa humanidad contra la población iraquí y enviaron a
centenares de soldados estadunidenses y británicos a una muerte
innecesaria y absurda que no tenía por propósito eliminar
una amenaza de ataques terroristas ni liberar a Irak de la dictadura de
Hussein, sino apoderarse de los recursos naturales del ahora destruido
país árabe. Sin duda, existen motivos suficientes para llevar
al ex dictador de Bagdad ante una corte internacional, pero, en una lógica
de estricta justicia, sus vencedores tendrían que correr un destino
semejante.
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