México D.F. Martes 27 de enero de 2004
Teresa del Conde
García Ponce: a un mes partir
Uno de los aspectos más gratos que desde el ángulo de la crítica de arte se encuentra entreverado en las percepciones de Juan García Ponce -palpable sobre todo en su narrativa- es su visión rememorada o directa de casas, barrios y ambientes que habitó sea en Campeche, Mérida, la ciudad de México o en otras. Registra con frecuencia las calles que transitó, las plazas habitadas por fresnos o truenos que hacían sus delicias hace décadas y también los barrios malogrados por nefastas acciones gubernamentales y civiles.
Cuando llegó al DF, en 1945, se aposentó en su casa familiar ubicada en la calle Cholula. Relata que pasaban por allí unos camiones con el letrero: ''Santa María, Roma y anexas".
Y las anexas son ''como la memoria, no se pueden situar en la realidad, en ellas subsisten muchas cosas desaparecidas o que no se mencionan.''
El libro que reúne esas nociones es Personas, lugares y cosas. Abre con una apostilla de Henry Miller que a muchos pretendidamente proustianos o realmente proustianos de corazón se nos convirtió en lema: ''Acuérdate de recordar".
Juan rememora -no su estancia propiamente- sino el recuerdo de la fisonomía del Internado México, colegio marista donde cursó al parecer tercero de secundaria. ''Se llegaba hasta él por un camino de tierra con árboles frutales de ambos lados y excepto por los dormitorios que estaban al exterior, estaba rodeado por una barda de ladrillos rojos con luctuosos cipreses detrás. Del otro lado de esa barda debería existir un canal, el cual daba un muy adecuado aroma de descomposición continuamente (...) Por las ventanas de mi salón de clase, junto a las cuales siempre logré estar, se veía un bellísimo huerto de duraznos (...) Los maristas nos sacaban a pasear (al 'lejano' pueblo de Tlalpan), estaba lleno de truenos y su plaza era bonita y pueblerina."
A veces la arquitectura y los emplazamientos de la urbe se vuelven abstractos, en tanto no es posible identificarlos a ciencia cierta, sino sólo asociar ciertos ambientes. Eso ocurre, por ejemplo, en La invitación. R., el protagonista, ve con atención concentrada el parque (más bien es una plaza) flanqueado por edificios desde la ventana de su cuarto de convaleciente. Es la incidencia de la luz sobre los árboles lo que marca las horas del día a lo largo de su encierro.
Llega el momento en que puede descender del apartamento y sentarse en una banca con actitud contemplativa, o leer la novela de sir Walter Scott que parece proporcionarle la trama del relato, es decir, la trama de La invitación, cuyo desenlace cae dentro de los parámetros de la novela negra, aunque no lo sea.
El departamento en el que R. ha de toparse con Beatrice al mismo tiempo es y no es en el que finalmente coincidirá con su antiguo condiscípulo Mateo Arturo y con los padres de éste. El juego de espejos: escaleras, descansos, las idénticas ventanas de los departamentos situados frente a frente, las enredaderas y la bugambilia hacen pensar en el conjunto intemporal de la colonia Condesa que en un tiempo solíamos calificar de Payton Place.
En La invitación no ocurre como en sus escritos memoriosos en los que -sin describir propiamente- muestra su percepción íntima, por ejemplo, de la casa de su abuela en Yucatán, de la colonia Hipódromo, del Parque México (donde empezó a noviar) o del recorrido por cantinas y librerías del Centro Histórico.
Retomar la idea de los ambientes urbanos o pueblerinos en la obra de Juan García Ponce puede convertirse en tarea fascinante para todo amante de las letras, pues sus ámbitos aparecen hasta en las transcripciones oníricas que realiza, evitando siempre ''el retrato" de la realidad, a la que supone habría que abolir para crear conciencia, pues es cierto que ''la realidad" estorba porque obnubila la percepción interior. La observación detallada de la realidad, propia de momentos no sólo inevitables, sino procurados con ahínco, tiene dos filos porque crea un espacio que queda vacío de las sensaciones que la realidad provoca. Y es la percepción interior la que facilita, por asociación, el advenimiento del recuerdo.
En ese vilo están sus apreciaciones sobre lugares y ambientes. Intentando ejemplificar, cito una frase tomada del ensayo Lo bueno y lo malo, incluido en su antología Apariciones. ''Lo bueno de lo malo y lo malo de lo bueno solían determinar la riqueza del mundo y del arte..."
Son distintos tipos de percepción y de atención que convergen en un mismo momento. Eso no hace que las cosas no sean ''ni chicha ni limonada", al contrario: ''chicha y limonada" al mismo tiempo.
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