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México D.F. Miércoles 24 de diciembre de 2003
Emir Sader
Brasil: Lula año uno
ƑCon qué criterios se debe juzgar el primer año del gobierno de Lula? Antes de responder, hay dos preguntas: Ƒcon qué criterio comparativo se debe juzgar al gobierno del Partido de los Trabajadores (PT)? ƑY cómo juzgar el primer año de gobierno con ese carácter?
Los gobiernos con los que sería posible comparar al gobierno del PT se dieron en otro periodo histórico: sean los gobiernos del Frente Popular -en España, Francia, Chile, o en las tesis de Dimitrov en el séptimo congreso de la Internacional Comunista, en los años 30- o el de la Unidad Popular en Chile, en los 70. En el caso de los primeros, después de la Internacional Comunista se constata -a partir de las victorias de Hitler en Alemania y de Mussolini en Italia- el viraje negativo de la relación de fuerzas en el plano internacional, propugnándose un frente amplio de carácter defensivo, con todas las fuerzas antifascistas-democráticas en la lucha de resistencia, que se materializó en los tres gobiernos mencionados del Frente Popular. Los partidos comunistas renunciaban a sus pretensiones hegemónicas en las alianzas para detener la ofensiva de la extrema derecha, caracterizada como una contrarrevolución de masas. Se vivía un periodo defensivo, tal vez comparable con el actual, pero con adversarios muy distintos -el fascismo en todas sus variantes-, que exigían distintas formas de lucha. El gobierno de Salvador Allende, apuntalado en la alianza entre los partidos socialista y comunista, pretendía la transformación del capitalismo chileno en socialismo.
Un balance negativo. El gobierno Lula surge en un marco muy diferente: no hay un escenario internacional de bipolaridad entre bloques y está marcado por la hegemonía estadunidense desde el punto de vista político y el neoliberalismo como ideología y política económica predominante. En lugar de los objetivos anticapitalistas y antimperialistas, hoy se coloca la lucha contra el neoliberalismo. En este marco se inserta el gobierno del PT: en el desafío de salir del modelo neoliberal que devastó a Brasil y casi a la totalidad del continente latinoamericano. Se trata de un gobierno con nuevas características, que debe ser juzgado en esta óptica: Ƒen qué medida logra salir del modelo neoliberal? Desde esta óptica el primer año del gobierno Lula tiene que ser juzgado negativamente. La política económica heredada del gobierno anterior se mantuvo y profundizó con la intensificación del ajuste fiscal, que congeló recursos para obtener superávit fiscales superiores a los solicitados por el FMI, con el objetivo anunciado de disminuir la fragilidad externa de la economía. No obstante, las tasas de interés elevadas aumentaron el endeudamiento, llevaron al gobierno a renovar acuerdos con el FMI y ahondaron la fragilidad de la economía. El precio pagado fue que el objetivo central del gobierno de Lula -prioridad de lo social- no se alcanzó: mientras los índices financieros mejoraban, los sociales empeoraban. Literalmente el gobierno asumió la administración de la crisis heredada, sin avanzar a su superación positiva, puesto que dio continuidad a las orientaciones del gobierno anterior, cuya política siguió fielmente las directrices del FMI. Así, en su primer año de gobierno, Lula se reveló fuertemente conservador: en la política económica, en dos reformas -previsión social y tributaria-, en los modelos recomendados por el Banco Mundial en su segunda generación de reformas, y en los discursos: desmovilizadores, críticos de los movimientos sociales, sin mención del capital financiero y del neoliberalismo.
El viraje del PT. ƑCómo fue que el PT -partido nacido del sindicalismo de base, de los movimientos sociales, de la lucha contra el neoliberalismo- asumió ese papel? Las "explicaciones" sobre el carácter perverso que el poder ejerce sobre todos los que llegan a él son insuficientes, puesto que esos virajes, en partidos de base popular, no se dan de un día a otro: son resultado de un proceso, muchas veces prolongado, de transformaciones sociales, políticas e ideológicas. Este fue ciertamente el caso del PT y de Lula.
Desde 1994 el PT vivió un proceso sistemático de transformación que alteró su composición interna, su relación con los movimientos sociales, la institucionalidad y los temas centrales para la definición estratégica del partido. A raíz del balance que hizo la dirección tras la derrota con Fernando Henrique Cardoso (FHC), adoptó el tema del ajuste fiscal como central, contra las prioridades de las políticas sociales defendidas por el PT. La derrota fue traumática no sólo porque Lula era ampliamente favorito al inicio de la campaña y sufrió una gran derrota a última hora, sino porque se dio en torno a un tema subestimado por el partido con el cual nunca consiguió ajustar cuentas. El tema, expulsado artificialmente por la puerta -porque era desconocido- regresó por la ventana, hasta que, aun privilegiando lo social en la campaña electoral, el primer año de gobierno retomó la prioridad del ajuste fiscal en oposición a lo social. La reinserción del PT en la institucionalidad ganó relevancia en detrimento de su relación con los movimientos sociales. Paralelamente, Lula centró su actuación en el Instituto de la Ciudadanía, distanciándose de la vida interna del PT, mismo que alteraba su composición: datos del último congreso (Recife, diciembre de 2001) muestran que las tres cuartas partes de los delegados no estaban vinculados a movimientos de base, pero tenían cargos institucionales: bancadas parlamentarias, prefecturas, gobiernos estaduales, estructuras partidarias, etcétera. El promedio de edad mostraba significativo aumento y predominaban sectores medios. Los sectores populares -jóvenes pobres de la periferia de las grandes ciudades, sin tierra, movimiento negro, entre otros- pasaron a tener un protagonismo secundario e incluso irrisorio en la vida del partido.
Alianza con el capital. La principal transformación política e ideológica se dio en el transcurso de la campaña presidencial de 2002. Al inicio, la alianza con sectores del gran empresariado -representado por la elección del vicepresidente de la fórmula electoral- revelaba el papel protagónico que tendría el empresariado productivo, sobre todo el volcado hacia el mercado interno, como era el caso de José Alencar, empresario textil. Una lectura favorable supondría que se privilegiaba al sector que emplea más mano de obra y tiene el mercado interno de masas como sector fundamental para el destino de su producción. Como fuese, se proyectaba en el programa original del Instituto de la Ciudadanía una oposición, aunque tenue, entre capital productivo -incluido el gran capital- y el especulativo, con un tono que recordaba programas desarrollistas del pasado.
A lo largo de la campaña, en tanto se dio una fuerte ola especulativa, vinculada con la posibilidad de victoria de Lula, que no conseguía superar la barrera histórica del PT de cerca de 30 por ciento de los votos, quedó claro que el consenso era favorable al cambio, con prioridad en lo social, sin afectar la estabilidad monetaria -expresada en la candidatura de Ciro Gomes, que llegó a encabezar las encuestas-; la candidatura de Lula se sumó a esta postura con la Carta a los Brasileños, que respetaba los compromisos asumidos por el gobierno de FHC, aceptando los términos del nuevo acuerdo con el FMI, y la línea Lulita, paz y amor, tratando de limar las aristas de la imagen conflictiva -y combativa- de Lula. En ese momento cambió el carácter de la candidatura de Lula, con una alianza explícita con el capital financiero y los organismos internacionales que velan por los intereses de ese capital, siguiendo los términos de aquella carta, bajo cuya orientación se dio el primer año de gobierno, en el que el equipo económico -ministro de Hacienda, Comercio Exterior y de Desarrollo Agrario, más el presidente del banco central- ocupa el centro estratégico y desempeña el papel de formulador con poder de veto sobre las decisiones fundamentales del gobierno. Este perfil hizo que Lula prometiera reimpulsar el desarrollo y la prioridad para lo social, pero esos dos objetivos se ven inviabilizados por los criterios del equipo económico: mantener el superávit primario superior al exigido por el FMI y administrar de forma conservadora y gradualista la baja de la tasa de interés -al punto que disminuyó de 25 a 17.5 por ciento, apenas 30 por ciento- en medio de una brutal recesión. El gobierno de Lula enfrenta el desafío de la cuadratura del círculo: retomar el desarrollo, redistribuir la renta, crear empleos y enfrentar los graves problemas sociales brasileños, sin salir del modelo neoliberal. ƑConseguirá triunfar donde fracasaron De la Rúa, Toledo, Fox, Batlle y FHC? Nada lo garantiza, ni parece que se proponga cambiar de modelo, haciendo apenas adecuaciones microeconómicas en el mismo marco de la política heredada y profundizada por el equipo económico.
ƑQué perspectivas se prevén? La proyección de la política actual, con leves alteraciones, en tanto el desempeño productivo sea menos mediocre que aquel de cero -0.4 por ciento, menos 1.5 por ciento del crecimiento demográfico, por tanto negativo en renta per cápita en más de uno por ciento-, configuraría definitivamente al gobierno de Lula como administrador de la hegemonía del capital financiero y lo llevaría al fracaso como gobierno de izquierda y como continuador de las políticas -agotadas- del gobierno de FHC. El balance esbozado lleva en esa dirección y permite un diagnóstico definitivamente negativo del mandato del PT en la Presidencia de la República.
En la esquizofrenia de su composición, el gobierno no fue polarizado internamente por los ministros del área social, sin fuerza para promover un debate contra la política económica-financiera que inviabilizó sus carteras. Ocupados por ministros del PT -algunos debilitados por derrotas electorales-, en lugar de ser garantía de lucha por su predominio en el gobierno fueron instrumento de solidaridad con las orientaciones definidas en los marcos del duro ajuste fiscal, que promete persistir en 2004.
La política exterior. La alternativa de polarización en esas condiciones se dio por la vía menos esperada: política exterior. La polarización entre la prioridad del ALCA o del Mercosur frente a la presión estadunidense y el vacío de liderazgo de Estados Unidos en la región, el agotamiento del modelo neoliberal y la nueva política belicista, más abiertamente proteccionista del gobierno Bush, han permitido la proyección de una política de soberanía en el plano internacional. El éxito en la política de reorganización y ampliación del Mercosur, anclada en la alianza estratégica con el gobierno argentino y el lanzamiento del Grupo de los 20, que logró frenar los planes estadunidenses en la OMC, revela el potencial de liderazgo externo de Brasil en América Latina y el Sur del mundo. Inicialmente el equipo económico, frente al endurecimiento de las posiciones de los países centrales del capitalismo, en Cancún, tuvo que sumarse a las posiciones de Itamaratí, pero luego participó activamente en la mayor campaña hecha hasta ahora en la prensa contra el gobierno, apoyada en el gobierno estadunidense y sectores de la prensa identificados con las políticas de Washington, del FMI, de la OMC y del Banco Mundial, con un papel bien caracterizado en la prensa como quinta columna de las posiciones internacionales del gobierno brasileño.
La diferencia entre la prioridad del Mercosur y del ALCA marca el potencial más claro de polarización política e ideológica dentro del gobierno y puede llevar a definiciones más claras en 2004. Considerando que el gobierno de Bush no hará ninguna concesión significativa hasta las elecciones presidenciales -al contrario, tenderá a aumentar el proteccionismo con fines electorales, como evidencian las medidas contra las exportaciones chinas al mercado estadunidense y la aceptación de la tesis brasileña del ALCA light-, el tema regresará con fuerza en 2005, con cualquiera que triunfe en las elecciones estadunidenses.
Itamaratí y los sectores interesados en la inserción internacional soberana de Brasil, condición de una política económica centrada en el mercado interno y orientada a la integración regional, tendrán posibilidad de avanzar en la reorganización y ampliación del Mercosur. Llegará así un momento decisivo para el gobierno brasileño: mantener la actual política económica requiere del ALCA en los términos que Estados Unidos proponga, porque el papel del comercio exterior -especialmente del agrobusiness- no permite desperdiciar la tajada del mayor mercado consumidor del mundo, más aún en la perspectiva de la prolongación de la recesión interna y sin esperanzas de que la distribución de la renta posibilitara la reanimación del consumo interno. Dar prioridad al Mercosur significaría la inducción de una política que privilegiaría los mercados internos, con distribución de renta, generación de empleos, dando prioridad a las políticas sociales.
De este dilema depende hoy la posibilidad de que el segundo año de gobierno de Lula no consolide el camino conservador y proyecte una alternativa de superación del neoliberalismo, sobreviviente y central en su primer año de gobierno.
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