México D.F. Domingo 14 de diciembre de 2003
El quinteto de Astor Piazzolla ofreció
dos conciertos en el Teatro de la Ciudad
Una velada de tango sensual y seductor
ANGEL VARGAS
Una tras otra y otra, las ráfagas emotivas, irreverentes
y sexuales del tango de Astor Piazzolla mantienen a varias decenas de personas
con el alma en vilo, literalmente sumidas en las butacas. No hay momento
de sosiego para los sentidos. ¡Carajo, da pena hasta respirar!
Charrraaán,
rubrica una pieza más el delirante bandoneón de Walter Castro,
y explota una pirotecnia de aplausos y vítores, la enésima
del concierto. A la par, muchos dejan escapar oleadas de suspiros, para
desprenderse de quién sabe cuántas toneladas de insensibilidad
acumulada.
No puede ser posible tanta belleza y sin embargo es. Contundente,
abrumadora. Acaso también un tanto despiadada. Piazzolla, como dicen
del canto de Gardel, cada vez toca y suena mejor; no importa que haya muerto
hace 11 años.
Viernes por la noche. Primero de los dos conciertos que
ofrecen en la capital de la República los integrantes originales
del quinteto de Astor Piazzolla. Privilegio enorme el que nos brindan,
pues se reagruparon para la ocasión después de varios años
de bregar cada uno por su cuenta.
El Teatro de la Ciudad está casi abarrotado por
un público polarizado en cuanto a edades, lo mismo adultos muy mayores
de níveas cabelleras como jóvenes pospubertos de peinados
y colores de cabello estrafalarios. Ese es en realidad el único
contraste, porque fuera de esa diferencia, la gran mayoría proviene
de la clase acomodada.
Tango hora cero se intitula el programa. En realidad
se trata de dos conciertos de diferente naturaleza agrupados en una sola
sesión de poco más de dos horas.
La primera parte es íntima y desgarradoramente
sublime: el quinteto solo, en una atmósfera que no acaba de definirse
entre la de concierto de cámara y la violenta, seductora y desparpajadamente
sexual del tango, tal como es en sí la esencia misma de la música
piazzollana.
Uno, dos, tres... Los temas se desgranan hasta completar
la decena: Milonga del ángel, Revirado, Invierno porteño,
Michelangelo 70... Y no sólo hay melancolía, tristeza
o nostalgia, como generalmente se limita al ánima del tango. Piazzola
también es fiereza, desenfado, y en muchas de sus notas, al igual
que Mozart, sonríe, hace bromas, brilla. El maestro es rejuguetón
y cachondo.
Así lo hace notar el embrujante violín de
Fernando Suárez Paz, el no menos fascinante piano de Pablo Ziegler,
el arrollador contrabajo de Héctor Console y la virtuosa guitarra
de Horacio Malvicino.
Imposible llenar el sitio del bandoneón de Piazzolla,
pero Walter Castro, a sus 31 años, hace bufar, resoplar y sonar
a lo lindo, como los grandes, tan emblemático instrumento.
Nueve piezas integran la segunda parte de la velada, entre
ellas Introducción al Angel, Fuga y misterio, Soledad, Tangata
y Adios Nonino. Allí se aprecia en todo su potencial
el sello inconfundible e insuperable del finado compositor argentino. Es
el Piazzolla sinfónico, el músico asentado, terso, nítido,
desgarradóramente implacable y sensual.
La Filarmónica de la Ciudad de México, bajo
la dirección de José Areán, acompañan a Pablo
Ziegler y Walter Castro, quienes actúan como solistas. Música
de suspiros, de veleidosos arrebatos al corazón y a la piel. A la
libido.
Es mucha belleza y cachondería, tanta que incluso
se dificulta soportarlas. La noche concluye con el generoso regalo de cuatro
encores.
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