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México D.F. Domingo 14 de diciembre de 2003
Angeles González Gamio
Atisbos a Palacio Nacional
En el gran centro ceremonial de la majestuosa México-Tenochtitlán destacaban dos hermosos palacios: el que había pertenecido a Axayácatl, padre del emperador Moctezuma Xocoyotzin, y el del propio monarca. Tras la conquista, Hernán Cortés se adjudicó ambos; en el primero levantó su residencia, que ocupaba una manzana completa, y se decía que era como una aldea, por la cantidad de construcciones que la formaban. Con su sentido práctico y comercial, en la planta baja tenía locales para renta.
El suntuoso palacio que había pertenecido a Moctezuma lo redificó con la idea de vendérselo a la corona española para que fuera la sede del palacio virreinal, objetivo que finalmente logró su hijo Martín en 1562, quedando transformado en la Real Casa del Virreinato de la Nueva España, conocida popularmente como Real Palacio. A partir de la Independencia llamado Palacio Nacional, es una de las sedes de gobierno más antiguas del mundo y se supone que continúa siéndolo, aunque la realidad es que los últimos presidentes, incluido el actual, prácticamente han abandonado el simbólico edificio, que durante más de 500 años ha albergado al poder político supremo. Aquí vivieron los virreyes y varios presidentes. A lo largo de los siglos ha padecido diversas transformaciones: de imponente palacio mexica se modificó a fortaleza medieval para terminar en la magna construcción neocolonial que tenemos hoy día.
El tercer piso se le añadió en la restauración que se llevó a cabo a finales de los años 20 del siglo pasado, por los arquitectos Augusto Petriccioli y Jorge Enciso. La gran fachada muestra tres accesos con sus respectivas garitas. Sobre la puerta central descansa el balcón principal y el nicho que contiene la campana de la Independencia, que tañe el Presidente cada 15 de septiembre. El interior tiene varios patios; el principal, de dimensiones majestuosas, muestra en el centro una fuente adornada con un pegaso. En el cubo de la escalera que desemboca en el patio, Diego Rivera pintó entre 1929 y 1935 unos murales soberbios, que muestran más de 400 figuras, en su mayoría retratos reconocibles. La ambiciosa obra abarca cuatro siglos de la historia de México y en sí misma merece una crónica especial, que haremos en otra ocasión, pues hay que seguir nuestro recorrido.
En el ala norte se encuentra el recinto a Juárez, que nos muestra las habitaciones que ocupó el Benemérito con su familia. Muy bien puestas, nos permiten imaginarlos en su vida cotidiana. Qué tiempos eran aquellos, que por las tardes solían salir don Benito y doña Margarita a caminar por los alrededores. La entrada a este recinto es por la llamada Puerta Mariana, cuyo nombre se debe a haber sido concluida en 1851 por el presidente Mariano Arista.
En la zona oriente del patio central, en el segundo piso, se encuentra el salón que fue la sede del Congreso de la Unión y desapareció en 1872 debido a un feroz incendio. Cuenta la leyenda que el día de la tragedia se inauguró, contigua a Palacio Nacional, la cantina El Nivel, con la oferta de dos por uno, y los soldadores que trabajaban en el recinto parlamentario la aprovecharon a la hora del almuerzo, con la consecuencia mencionada. Con ocasión del centenario de la muerte de Juárez, el derruido espacio se mandó restaurar, en 1972, sin más testimonio que una litografía de Pedro Gualdi, de 1842. El resultado es magnífico; cuesta trabajo creer que no se trata del salón original.
Para celebrar esta excelente obra, que realizaron expertos del Instituto Nacional de Antropología e Historia, después de visitarla es imperativo tomarse un copetín en la cantina El Nivel, que se encuentra justo a un lado, en la esquina con la calle de Moneda; aunque se encuentra en la bella casona que fue sede de la antigua universidad, el interior es muy poco agraciado, recubierto de azulejos blancos como los viejos baños públicos del rumbo, adonde los comerciantes iban a echarse un baño de vapor para curarse la cruda.
Ya cubierta la cuota de la nostalgia, vamos a Venustiano Carranza 49, a comer bien al Bar Mancera, cantina de prosapia, con barra de fina madera, vidrios biselados y con sabrosa comida tipo español; si le apetece puede echarse un dominó o un cubilete. [email protected]
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