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México D.F. Domingo 14 de diciembre de 2003

Guillermo Almeyra /II

Las fábricas recuperadas y la autogestión

Un piquete que corta los puentes de ingreso a una ciudad o las rutas de acceso subordina la Constitución, que establece el libre derecho a la circulación, a la prioridad humana y social de la conquista del trabajo, y los trabajadores que ocupan y ponen a producir una fábrica abandonada por el patrón subordinan también el derecho de propiedad al prioritario derecho a la vida, mientras que la reconquista del suelo público para hacer asambleas o actos culturales establece otra autoridad y otro uso de los recursos que los fijados por la ley. De este modo los movimientos sociales no sólo debilitan el dominio estatal (que la ley plasma y consagra), sino también crean otra legalidad, precursora de una sociedad de seres libres ya de la constricción del hambre y del poder y, al mismo tiempo, recuperan hoy su poder de decir no y de decidir, es decir, su ciudadanía.

Sin embargo, estos movimientos -los piquetes, las asambleas que cortan calles u ocupan parques- plantean la necesidad de establecer una alianza social que no provoque que la decisión particular (de un grupo o sector) choque contra los derechos y la voluntad de las mayorías (o sea, no impida a otros ir a ganarse el pan o ir a los hospitales, por ejemplo).

Tal alianza no se logra con un código de conducta sometido a un referéndum, sino con la conquista de las mentes de otros sectores, construyendo lo que Gramsci llamaba contrahegemonía. Es decir, demostrando todos los días y en todos los momentos que la aparente legalidad es imposición de clase y se basa en una relación surgida del conflicto, que no es la única posible, que hay alternativas, que se pueden crear otras relaciones de fuerza que redefinan las prioridades sociales.

Los movimientos sociales, para tener base, audiencia, duración, deben construir todos los días consenso y, sobre todo, quitarle el velo a lo que parece "natural" (la desocupación, el miserable "trabajo" en los changarros, la riqueza descarada de unos pocos, la superexplotación de los campesinos). La campaña por una nueva cultura, la propaganda política, educativa, moral, es tan indispensable o más que la acción en las calles, que la debe sustentar, porque el capitalismo se mantiene gracias a la dominación, a la aceptación de la idea falsa de que no hay alternativas y, como decía José Martí, "de pensamiento es la guerra mayor que se nos hace. Ganémosla a pensamiento".

Esto plantea la necesidad de definir con claridad en cuál perspectiva se hacen los piquetes o se recuperan las empresas, y también cuáles son las relaciones de fuerza en que se apoyan estos movimientos subversivos del orden. Creo que lo primero es comprender que nacen de una profunda crisis económica y social y utilizan medidas defensivas. Es defensivo ocupar una empresa abandonada por sus dueños, generalmente ya casi vaciada, obsoleta y en quiebra, para asegurar antes que nada el derecho al trabajo (porque la producción, limitada, viene después). Y es defensivo tener que golpear al capital donde le duele (en la distribución y en la circulación de sus mercancías, porque la fábrica ya no es el centro de la lucha de los desocupados, que combaten en el territorio).

El carácter defensivo de la lucha no le quita importancia ni eficacia, pero determina un tipo de comprensión particular de quienes libran esa batalla casi desesperada y un tipo de incidencia en la sociedad y de presentación del futuro ante las mayorías. Hay que comprender también que, contrariamente a lo que dicen algunos teóricos respetables, como Raúl Zibechi, prologado por John Holloway, ni estamos en el caso de los piquetes ante una nueva clase obrera, ni hay una real autonomía frente al Estado ni siquiera de los que se declaran autónomos y autogestionarios y aspiran a serlo. En primer lugar, porque los piqueteros forman parte de una clase que, como la obrera, siempre ha sido heterogénea, y hoy lo es más que nunca y abarca desde los trabajadores especializados hasta los lumpen. La inmensa mayoría de los hoy piqueteros aspira a trabajar de modo duradero y digno (y no, por el contrario, a no tener un empleo fijo para no tener más horario y disciplina que los que dicten sus deseos, cosa que está muy bien y será posible en el socialismo pero que hoy es utópica). Se dicen desocupados aunque están ocupadísimos tratando de conseguir trabajo y de luchar por sobrevivir.

En segundo lugar, y sobre todo, porque los trabajadores que ocupan una fábrica y exigen su estatización o municipalización, o la quieren convertir en cooperativa y piden para ello al Estado un fondo inicial y que sea su cliente obligado, o los piqueteros que exigen planes Jefe y Jefa de Familia (150 pesos argentinos, o 600 mexicanos mensuales para sobrevivir cuando la familia que gana menos de 750 pesos está en la pobreza) exigen lo mismo que el proletariado romano (que el césar les diera pan). Sus reclamos, es cierto, debilitan al Estado, en el sentido en que le imponen políticas asistenciales de sobrevivencia contrarias a la filosofía neoliberal que el gobierno tiene, pero lo refuerzan también al depender del aparato estatal. Además, el cooperativismo, por importante que sea, no es autogestión ni lo es tampoco la mera autoadministración de un recurso. Pero sobre esto volveremos para los que tengan memoria de lo anterior y no se aburran demasiado...

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