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México D.F. Jueves 11 de diciembre de 2003
CARCEL A REPRESORES
En
la edición de ayer, este diario dio a conocer la emisión
de órdenes de aprehensión contra Miguel Nazar Haro y Luis
de la Barreda Moreno, ex directores de la desmantelada Dirección
Federal de Seguridad (DFS) y responsables, como funcionarios de esa policía
política, del secuestro y desaparición en 1975 de Jesús
Piedra Ibarra, militante de la Liga Comunista 23 de Septiembre, en Monterrey.
Se libró, además, orden de aprehensión contra el ex
agente de la Policía Judicial de Nuevo León Juventino Romero
Cisneros, presunto cómplice en ese crimen de lesa humanidad. Ayer
mismo, el procurador general de la República, Rafael Macedo de la
Concha, confirmó la información y confió en la pronta
captura de los represores, los cuales, según información
conocida, han abandonado el país.
A primera vista, ese primer resultado tangible de los
más de dos años de labor de la Fiscalía Especial para
Movimientos Sociales y Políticos del Pasado, que dirige Ignacio
Carrillo Prieto, puede parecer pírrico e insatisfactorio, sobre
todo si las dos órdenes de aprehensión libradas se comparan
con el pavoroso y exasperante cúmulo de atrocidades cometidas por
el poder político en contra de opositores y disidentes durante los
sexenios de Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría Alvarez y
José López Portillo, y en el contexto de una guerra sucia
que no sólo estuvo orientada a erradicar organizaciones guerrilleras,
sino también a perpetuar el régimen priísta con métodos
de terrorismo de Estado.
Ciertamente, el tiempo ha hecho imposible la impartición
de justicia para todos y cada uno de los delitos cometidos en el contexto
de la estrategia represiva gubernamental de aquel entonces; esa constatación
obliga a convivir con lacerantes parcelas de impunidad. Pero debe considerarse,
también, que la determinación de llevar ante un tribunal
a los dos mencionados directivos de la DFS podría acelerar, de concretarse,
el esclarecimiento de la cadena de mando en el aparato represor del régimen,
establecer a partir de ella la identidad de otros responsables y llegar,
por esa vía, a quienes fueron, según todos los indicios,
los máximos culpables vivos de aquellos crímenes de lesa
humanidad, es decir, los ex presidentes Luis Echeverría y José
López Portillo.
En lo inmediato, las imputaciones formales contra Nazar
Haro y De la Barreda Moreno -hechas posibles tras el fallo de la Suprema
Corte de Justicia de la Nación que estableció la imprescriptibilidad
del delito de secuestro en tanto no aparezca la víctima del ilícito-
obligan a recordar las vergonzosas semejanzas de método entre aquellos
gobiernos priístas y las dictaduras militares que asolaron la porción
sur del continente justamente en esos mismos años. Resulta perturbador,
pero ineludible, reconocer que mientras el Estado mexicano pulía
su imagen internacional dando asilo a chilenos y argentinos perseguidos,
en territorio nacional la DFS perpetraba violaciones a los derechos humanos
parecidas a las que cometía la DINA en Chile, y que el aparato represor
policiaco-militar en Guerrero tiraba al mar a los guerrilleros que capturaba,
justamente a la manera argentina de deshacerse de sus opositores en los
tristemente célebres "vuelos de la muerte".
Si dan pie al pleno esclarecimiento del aparato de terror
y muerte armado por el régimen mexicano de los años 70 y
80, las esperadas capturas de los hoy prófugos Nazar Haro, De la
Barreda Moreno y Romero Cisneros pueden ser el inicio de la dolorosa, pero
necesaria, superación por la vía de la justicia, de ese pasado
negro del país. De otra manera, las órdenes de aprehensión
comentadas quedarán como un suceso anecdótico y aislado,
como un operativo cosmético y encubridor. La impunidad seguirá
sentando sus reales y la vigencia del estado de derecho seguirá
siendo una mera consigna de la publicidad gubernamental.
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