México D.F. Jueves 11 de diciembre de 2003
Padre de un soldado busca la verdad en Irak
Forma parte de una misión estadunidense que desconfía de las noticias de guerra
PHIL REEVES THE INDEPENDENT
Bagdad, diciembre. Debe de ser muy extraño ser Anthony Lopercio, de la 82 división aerotransportada estadunidense. Este soldado raso de 23 años ha sido enviado a Fallujah, en la línea frontal de lo que para cualquiera de su país es uno de los campos más hostiles del mundo. Sin embargo, al mirar el monótono paisaje iraquí, vigilando un mar de resentimiento hacia la ocupación extranjera, no sólo se preguntará por los guerrilleros que contiene. También estará atento por si descubre la corpulenta figura de su padre.
No hace mucho Michael Lopercio, restaurantero de Tempe, Arizona, de 51 años de edad, resolvió que no le gustaba la calidad de las noticias que recibía de la guerra a la que su hijo había sido arrastrado. También se dio cuenta de que el conflicto actual se alarga, y con él el tiempo que su hijo tendrá que permanecer en Irak, donde ya cientos de jóvenes estadunidenses han perecido. Entonces hizo las maletas y partió para Bagdad, para averiguar por sí mismo lo que ocurría, y ver si había algo que pudiera hacer al respecto.
''En Estados Unidos no nos han dicho la historia completa'', explica. ''Los medios informan de los hechos -los tiroteos y bombardeos-, pero nada nos dicen de los temas. No cubren lo que realmente le ocurre al pueblo de Irak, a la infraestructura del país y cómo todo esto afecta nuestras probabilidades de éxito aquí.
''Es muy importante -añade- entender la frustración de los iraquíes comunes y corrientes, lo infelices que se sienten por el curso de los acontecimientos de los ocho meses pasados.''
Obviamente, para el soldado Lopercio fue una sorpresa la noticia de que su padre venía a unírsele en la zona de conflicto. ''Se quedó de una pieza cuando lo llamé'', dice éste. Todavía no ha obtenido permiso de verlo, pero espera recibirlo antes de regresar a Estados Unidos, en los próximos días. ''Me llevó cinco minutos convencerlo de que no le estaba jugando una broma. Pero está muy emocionado por mí. Creí que no estaría de acuerdo, pero me dijo que creía que sería una experiencia increíble para mí.''
Su hijo tenía razón. Para Lopercio todo ha sido increíble. Increíble que, ocho meses después del comienzo de la invasión, aún fallezcan niños en los hospitales iraquíes por falta de antibióticos. Increíble que las escuelas carezcan de corriente eléctrica, de calefacción, de libros. E increíble que, durante la semana que ha pasado en Irak, las autoridades han montado una costosa campaña de relaciones públicas al quitar los bustos monolíticos de Saddam Hussein de la parte superior del palacio en el que Paul Bremer, el administrador estadunidense, tiene su centro de operaciones.
''ƑPara qué diablos desperdician dinero en derribar esas cabezas de Saddam del palacio de la autoridad de coalición, cuando podrían gastarlo en algo más significativo, como llevar electricidad, calefacción y medicinas a los hospitales iraquíes?'', pregunta Lopercio. Su misión requirió de considerable valor personal, y no sólo por los peligros de ser un estadunidense en Irak. Su deseo es cambiar las razones de su país para ir a la guerra, pues la forma desastrosa en que su gobierno ha manejado la secuela de la invasión no ha caído particularmente bien en Arizona. Menciona que los programas de radio conservadores de su localidad han comenzado a atacar a su esposa, que es trabajadora social, después que ella concedió entrevistas a algunos diarios respecto del viaje de su marido.
"Han estado leyendo al aire las entrevistas, y haciendo comentarios ofensivos. Está un poco asustada, en verdad fuera de su elemento."
Lopercio es parte de una delegación integrada por nueve familiares de soldados estadunidenses y veteranos de guerra que ha venido a Irak, dirigida por el grupo de derechos humanos Global Exchange, con sede en San Francisco. La mayoría de los integrantes del grupo se manifiestan contra la ocupación, si bien algunos dicen que simplemente quieren ver por sí mismos la situación en el terreno.
Entre ellos están Billy Kelly, cantinero neoyorquino jubilado, de 60 años de edad. Pasó un año combatiendo en Vietnam, en 1967. "No pasa un día sin que piense en lo que ocurrió hace 35 años", expresa. Dice que vino a confirmar una sospecha de que en Irak ocurre algo que guarda estremecedoras similitudes con la amarga experiencia que él vivió estando en filas. También a él le han llovido las críticas, y una de las principales razones es que viene de Nueva York, blanco principal de las atrocidades del 11 de septiembre. "Algunos de mis amigos dicen que soy un traidor. Pero yo siento que la gente puede aceptarme o no. Mi esperanza es que podamos tener un diálogo sobre lo que está pasando. Todavía no se da. Por el momento sólo tenemos diatribas de un lado o del otro."
La delegación constituye la vanguardia de una creciente minoría organizada que tiene el propósito de cuestionar el incesante torrente de retórica e información confusa que desparraman los gobiernos estadunidense y británico para tratar de justificar las operaciones en Irak. Otro del grupo es Fernando Suárez del Solar, cuyo hijo Jesús Alberto, infante de marina, fue uno de los primeros estadounidenses caídos durante la invasión... víctima de una bomba de racimo lanzada por los suyos. Se ha vuelto opositor activo a la política del presidente Bush en Irak, denunciando la ilegalidad de la invasión y exigiendo el retiro inmediato de las tropas estadunidenses. "Nuestra misión no son las sesiones fotográficas", advierte. "Nuestra misión es hablar con iraquíes comunes y corrientes y con soldados estadunidenses para darnos una idea de cómo las cosas se han vuelto tan terribles y qué podemos hacer para detener esta violencia y llevar a los soldados a casa."
La delegación ha sido recibida con resonante falta de entusiasmo por los militares estadunidenses y por los funcionarios de la "coalición", quienes -al mismo tiempo que se empeñan en persuadir a los medios internacionales de que la mayor parte del país está libre de violencia- advierten sobre los peligros de su visita.
Esto no ha detenido a Suárez del Solar, quien tiene una misión personal que cumplir. Planea visitar el lugar en que cayó su hijo y llevar a casa un frasco con el suelo que su sangre regó. Lo pondrá en el parque que el muchacho solía visitar, marcado con una rosa blanca. © The Independent. Traducción: Jorge Anaya
|