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México D.F. Jueves 11 de diciembre de 2003

Elena Poniatowska

Arte popular en las rejas de Chapultepec

Guadalupe en mi cuerpo y en mi alma

Virgen de Guadalupe, virgencita linda, celebramos tu santo. Mañana 12 de diciembre, 20 millones de hombres, mujeres, ancianos y niños te cantan las Mañanitas. Procesiones de todos los rincones de la República llegan a felicitarte, unas a pie, otras en camión, muchas (y ojalá y fuéramos un pueblo bicicletero) en bicicleta, una gran mayoría en el Metro y una minoría muy respetable de rodillas. Todos levantan los ojos hacia tu imagen, te piden que no los olvides, suben hacia ti 20 millones de voces calientes, 20 millones de plegarias de mexicanos que te ofrecen su corazón para que hagas con él lo que tú quieras, en medio del atronar de los cohetes, los fuegos de artificio, el olor de las gorditas de maíz en el comal, los rehiletes de feria y el monótono danzar de los concheros.

Nunca fue tan atinado ni tan visionario don Miguel Hidalgo y Costilla como en 1810, cuando en un momento de inspiración arrebató tu imagen del altar, la levantó en vilo y al grito de ''šVéanla todos!" y ''šViva nuestra Señora de Guadalupe!" llamó a los mexicanos a rebelarse contra el dominio de España. Es a ti a quien siguieron los alzados, a ti, que galopabas encabezando la batalla, a quien se unieron las fuerzas independentistas. Hidalgo te soltó a todos los vientos para que fueras bandera, estandarte, símbolo, patrona de nuestra libertad. Tú, Virgen de Guadalupe, diste nacimiento a una nación; tú, Guadalupe, forjaste la identidad mexicana indígena, mestiza y criolla. Tú te convertiste en la madre de todos los mexicanos que no tenemos madre, la madre de todos los huérfanos del mundo. Tú eres un fenómeno desde hace más de cuatro siglos y seguirás siéndolo por los siglos de los siglos.

Tu libro Guadalupe en mi cuerpo como en mi alma reúne 150 imágenes y el único texto que las acompaña en letras de difícil lectura, además de la introducción de Marie-Pierre Colle Corcuera, es el Nican Mopohua, escrito en 1544 por Antonio Valeriano y publicado en 1649 por Luis Lazo de la Vega, traducido del náhuatl por Miguel León-Portilla, ese chaparrito tan estudioso a quien le gustas tanto que pensó en escogerte para siempre y volverse sacerdote.

Allí en las páginas amarillas del vergel de flores de tu libro nos demuestras que tu fuerza guadalupana no tiene rival. Tan es así que ahora cuelgas en la rejas de Chapultepec.

Eres tú, Virgen de Guadalupe, la que cura, la que cierra los ojos del agonizante, la que propicia el encuentro de los corazones solitarios, la que responde al grito de los desesperados, la que halla lo perdido, la que engrandece nuestro pasado prehispánico e indígena, la Morenita, la Reina Apiñonada, la que bendice con sus manos el atado de tortillas y las cervezas que nos empinamos, la que gana los partidos de futbol, la estrella más alta de los altares populares, la que le da sentido a las vulcanizadoras, las accesorias, las gasolineras, los tableros de los camiones con sus focos de colores, las maternidades, las camas de hospital, las cárceles, los estacionamientos. Jefita de los Barrios, tú eres la que presides los brindis en cantinas como La Guadalupana, en Coyoacán; eres la que aparece en playeras, veladoras, toallas, telas, blusas, mascadas, enaguas, aretes, collares, tatuajes, banderas. Sin ti, Ombligo de la Luna, Generalísima, Aguila de México, Aguila Vencedora, Paloma Morena, Señora de los Cielos, Arca Salvadora, Ƒqué sería de nosotros?

Para tu aparición en este libro, Marie- Pierre Colle consiguió un séquito de chambelanes que te retrataron por los cuatro costados: Guillermo Aldana, Lourdes Almeida, Ignacio Urquiza, Eniac Martínez, Bob Shalqwick y muchos más que han registrado al menos una vez el milagro de tu permanencia. Tú eres la que protege a los mexicanos de todo mal. Eres el icono más arraigado de la cultura mexicana. De todos los tesoros nacionales, tú eres el más grande. Tu poder de convocatoria, tu capacidad de persuasión es mayor que la de cualquier mandatario. Tú si que despeinas a Juárez y mira que yo admiro a Juárez y más en estos tiempos. La confianza que tú despiertas no la despierta nadie, si alguna solidez tenemos es porque tú eres nuestro Resistol, nuestro drenaje profundo, nuestra infraestructura, nuestra obra negra, el único terreno seguro que pisamos.

Marie-Pierre Colle Corcuera, tu autora y florista, la engarzadora de tus perlas, la bordadora de tus méritos, es nieta del último dandi mexicano, Pedro Corcuera, quien tenía una mesa reservada todos los días en el Maxim's, en París, para agasajar a sus amigos. Marie-Pierre conoció las glorias de Le Chapelet en Biarritz. Su madre, Carmen, fue el brazo derecho de ese extraordinario renovador de la moda después de la Segunda Guerra Mundial, Christian Dior, quien además apadrinó a Marie-Pierre en la fuente bautismal. En la galería que lleva su nombre, Pierre Colle, su padre manejó toda la herencia de Renoir y fue íntimo amigo de Picasso, de Matisse, de Max Ernst y de su mujer, Dorothea Tanning. En 1929 Dalí, Giacometti, Calder y nuestra Frida Kahlo tuvieron su primera exposición en la Pierre Colle.

Allí también Pierre Colle hizo con André Breton la primera exposición surrealista en homenaje a su mujer mexicana: Carmen Corcuera. Henri Cartier-Bresson retrató al bohemio y talentoso Pierre Colle, quien abrió su casa a los artistas. Carmen y Pierre practicaron la hospitalidad mexicana, la del pase usted, pase usted, ésta es su casa, donde comen cuatro comen ocho y en su comedor de París se conocieron Balthus y Octavio Paz, Man Ray y Pedro Coronel.

Era natural que años más tarde, la niña Marie-Pierre se dedicara al arte, ya que lo conoció desde adentro, desde su entrañable y difícil cotidianidad. No a todas las niñas las pintaba Balthus, y Balthus la pintó a ella y a sus hermanas.

Cuando se trata con esa intimidad a los grandes artistas es fácil conocer también a sus mecenas, a Agnelli, a Niarchos y su colección de impresionistas. Marie-Pierre bailó en Versalles a la luz de los prismas de cristal, que en la noche se convierten en diademas, y el París de los años 50, que encandilaba a Joseph Kessel y Maurice Druon, fue para ella la fiesta que hicieron estallar en sus novelas Hemingway y Henry Miller.

Ya en Casa mexicana, su primer libro lanzado en 1989, Marie-Pierre hacía alusión a la Virgen de Guadalupe. A ese texto siguió el de Artistas mexicanos en su estudio y México, casas del Pacífico, entre otras obras. Virgen de Guadalupe, fíjate bien y velos con cuidado, porque son libros que sonríen, libros que cantan, libros que rinden tributo a México, libros que cintilan de amor por tu país, su gente y sus costumbres.

Todo eso te lo digo por si se te ha olvidado, aunque tú, Virgen de Guadalupe, tienes conocimiento del quehacer de tus fieles y los vas palomeando en tus celestes boletas de buenas calificaciones.

Se dice que en la vida no importa tanto lo que nos sucede, sino lo que hacemos con lo que nos sucede. Lo que ha hecho Marie-Pierre Colle con lo que sucede en su vida es inmejorable y por eso merece que tú, Virgen de Guadalupe, a partir de hoy en la noche, le pases una a una todas tus rosas y la corones.

Virgen de Guadalupe, Niña Celeste, cuida a Marie-Pierre Colle Corcuera, mírala aquí a tus pies, con esa aureola de luminosidad que ella misma se ha forjado, con la dulzura de sus palabras cotidianas, su asombrosa valentía, su ecuanimidad, su exaltación de mujer madrugadora y apasionada, su forma de encontrarle algo bueno a todos, envuélvela en tu manto de estrellas, pon sus pies sobre la media luna, préstale a tus angelitos para que la encaminen, cúbrela de pies a cabeza como ella lo hace en sus armonizaciones, llena su ayate de rosas para que ella pueda repetir con el poeta Carlos Pellicer que aquí no pasan cosas de mayor importancia que las rosas, dale a su Juan Diego, haz que corra por sus venas la sangre salvadora, redímela de sus pecados y redímenos con ella de nuestras pequeñas y grandes infamias, perdónanos, Señora, si te hemos ofendido, entiende que todos fallamos y nos llenamos de excusas.

Virgen de Guadalupe, voy derechito al grano, cuida a Marie-Pierre, bendícela como la bendecimos nosotros, vigila sus pasos, abrázala, bésala, dale una manita; no escatimes tus bendiciones, piensa que ella enriquece nuestras vidas y gracias a ella somos mejores, más participativos, y nos crecen flores en la cabeza.

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