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México D.F. Jueves 11 de diciembre de 2003

Angel Guerra Cabrera

Bush, la mafia y el imperialismo

La amenaza de una intervención militar de Estados Unidos en Cuba se ha alejado después de que fuera una posibilidad inminente a mediados de este año. El ataque se pretendía justificar con la fabricación de un grave incidente bilateral, apoyado en el espejismo mediático que presentaba como una oposición masiva al puñado de agentes locales de Washington. El montaje se completaba con una ola deliberada de secuestros de naves, destinada a evidenciar el supuesto descontento de la población y la mala fe de La Habana para cumplir los acuerdos migratorios bilaterales.

El gobierno cubano respondió con drásticas medidas, las indispensables para desmantelar el plan subversivo. Explicó sus razones y lanzó una contraofensiva ideológica y política internacional que desnudó las intenciones de Bush y sus íntimos de la contrarrevolución de Miami. El debate generado también sirvió para reiterar el sólido apoyo con que cuenta la revolución cubana en el mundo, evidenciado en la resuelta actitud asumida por personalidades como Nadine Gordimer, Gabriel García Márquez, Samir Amín, Pablo González Casanova, Mario Benedetti, Alfonso Sastre, Costa Gavras, Ignacio Ramonet, Ernesto Cardenal, Noam Chomsky, James Petras, Harry Belafonte y Danny Glover. Brilló en esos días el espontáneo desbordamiento popular con que decenas de miles de argentinos de todas las edades recibieron la visita de Fidel Castro a Buenos Aires.

La contraofensiva de Cuba ha sido contundente, en primer lugar por los logros evidentes de su sistema social y la sostenida recuperación de su economía, pese a la desaparición de la URSS y al reforzamiento sucesivo bajo Bush del acoso estadunidense. Pero también porque la isla está cada vez más acompañada en su tenaz oposición al injusto orden impuesto por la hegemonía unipolar. Ello se constata en varios desarrollos. Uno es el ascenso de los movimientos populares en América Latina, enfrentados al aumento irrefrenable de la pobreza, la ignorancia y la insalubridad de millones de habitantes de la región castigados por las políticas neoliberales.

Otro desarrollo es el surgimiento de gobiernos que intentan mantener actitudes independientes respecto a Washington, ponen mayor énfasis en la solución de los problemas sociales y establecen relaciones de respeto con Cuba. También cuenta la creciente y mayoritaria inconformidad de los estadunidenses con la política de la Casa Blanca hacia la isla.

Ahora se ve más clara la razón que asistía a Cuba cuando rechazó los cantos de sirena y las fuertes presiones que después del desplome soviético la instaban a abrazar el farisaico libre mercado y la mal llamada democracia representativa. La isla se ha consolidado como referente para quienes buscan algún camino alternativo al sistema dominante. Acabar con esa fuente de inspiración era lo que buscaba la camarilla bushista cuando preparaba el golpe mortal contra la revolución cubana. Y en eso se topó con una resistencia patriótica en Irak capaz de destrozar en unos meses la peregrina idea de la incontestable superioridad militar estadunidense.

En Estados Unidos existen muchas fuerzas, dentro y fuera del sistema, que por distintos motivos no apoyarían otra intervención militar en este momento, incluso militares profesionales suficientemente realistas para comprender que sería un gravísimo error, impensable en las actuales circunstancias. En lo que concierne a Cuba los militares estadunidenses saben que ejército y pueblo son lo mismo, preparados concienzudamente durante décadas para esa eventualidad y con la organización y los recursos necesarios para imponerles pérdidas muy superiores a las que sufren en Irak.

Dentro de una perspectiva racional es válido pensar que ese conjunto de fuerzas tendría más influencia en Washington que la mafia de Miami y sus aliados de la derecha cavernícola. Pero Bush está patológicamente ligado a esa mafia, que lo percibe como la última oportunidad de acabar con la revolución. Además, el imperialismo no actúa racionalmente, como demuestran las agresiones hitleriana a la URSS y estadunidenses al norte de Corea o Vietnam, militarmente irracionales desde un principio. Bush es capaz de lo inimaginable con tal de perpetuarse en la Casa Blanca y en caso extremo sólo podría ser frenado por los propios estadunidenses, agraviados por el desastre en Irak, el desempleo y el recorte inclemente de los programas sociales.

 

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