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México D.F. Sábado 6 de diciembre de 2003
FOX-PRI: RELACIONES PELIGROSAS
La
crisis por la que atraviesa el Partido Revolucionario Institucional ha
tenido en los últimos días un incremento en su alcance y
sus implicaciones, tanto para el propio tricolor como para el país
en su conjunto. A juzgar por las declaraciones y acciones recientes de
diversos actores políticos, la disputa ya no se concentra sólo
en la definición de quién asume o debe asumir la coordinación
de la fracción priísta en la Cámara de Diputados.
Ahora ese diferendo presenta ramificaciones que cuestionan la posición
del propio Roberto Madrazo como presidente nacional de ese partido y enrarecen
su relación con numerosos gobernadores priístas. Además,
tal lucha de clanes ha inducido una ruptura en el sindicalismo corporativo
históricamente vinculado al tricolor (la fractura de la FSTSE,
acicateada por los leales de Elba Esther Gordillo, lo ejemplifica). Pero,
lo más grave, al enredo priísta se ha sumado ahora el propio
Presidente de la República, Vicente Fox, quien no oculta su inclinación
por una de las partes del conflicto. Entre tanto, la estabilidad del país
y la tramitación de iniciativas legislativas cruciales, como son
la Ley de Ingresos y el Presupuesto de Egresos para 2004, permanecen en
calidad de rehenes de las riñas intestinas del priísmo.
En este panorama, el presidente Fox ha tomado un espinoso
camino y se ha comportado como una pieza más del descompuesto ajedrez
priísta, apartándose de la moderación y la serenidad
que corresponde asumir al Ejecutivo federal en esta clase de acontecimientos.
Con ello no sólo ahonda las tensiones en ese instituto político
-desde donde se han alzado voces que exigen que saque las manos del PRI-
sino que induce nuevos factores de desconfianza a escala nacional, además
de reforzar los argumentos de aquellos que señalan que su cercanía
con Gordillo -y el mutuo aprovechamiento político que ambos habrían
pretendido realizar de tal vinculación- se encuentra en el origen
de la presente crisis del priísmo. Así, cabe reiterar que
la investidura presidencial, sobre todo en un gobierno democrático,
debe mantenerse apartada de las disputas sectarias y de las ambiciones
particulares a fin de no convertirse en catalizador de conflictos partidarios
ni ser fuente de confusión o incertidumbre entre la ciudadanía.
En el PRI se experimenta una lucha por el poder en toda
la línea, y en tal disputa comienza a cuestionarse la pertinencia
del liderazgo de prácticamente toda su dirigencia. La desarticulación
que se advierte en ese partido es, así, preocupante, pero no lo
es tanto por las reconfiguraciones en sus cuotas internas sino porque,
como se ha podido constatar en las semanas recientes, tal pelea ha comenzado
a ser un factor de desestabilización a escala nacional.
Ciertamente, corresponde a los priístas decidir
de qué lado de la balanza recaerá la conducción política
de su partido, pero resulta censurable que los pleitos, ambiciones, mezquindades,
revanchas y afanes de hegemonía personal o sectaria dentro del tricolor
enturbien el panorama general del país.
De igual forma, corresponde al presidente Fox honrar su
investidura como mandatario y abstenerse de participar, así sea
de modos indirectos o tangenciales, en las disputas de cualquier partido.
De lo contrario, el Ejecutivo federal estaría enviando a la ciudadanía
señales inquietantes en el sentido de que, nuevamente, la Presidencia
de la República pretende erigirse en factor clave de las decisiones
y la dinámica priístas, indeseable posibilidad que trae tras
de sí el fantasma del partido de Estado y que no le haría
bien ni a Fox ni al PRI ni, mucho menos, a la democracia, a la estabilidad
y a la gobernabilidad de México.
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