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México D.F. Jueves 4 de diciembre de 2003

Carlos Montemayor/ I

La memoria literaria y la historia

I

Algunos afirman -entre ellos mis editores- que escribo novelas históricas. En cierta forma podríamos decir que se trata de novelas históricas, sí. Empero, pienso que la mayor parte de las novelas así llamadas modifican la perspectiva o replantean una visión historiográfica previamente dilucidada. Es decir, las novelas históricas suelen ser el vehículo artístico de una historiografía ya consolidada o el enfrentamiento con esa historiografía académica u ''oficial" previa. En ese caso, la novela persuade por su aparente realidad humana y la historiografía por su aparente objetividad científica.

Pero no me propongo escribir novelas que reformulen o replanteen una visión historiográfica ya establecida. Mis novelas no constituyen una reformulación de periodos históricos ya analizados previamente por especialistas; no escribo novelas históricas que ofrezcan sólo interpretaciones nuevas. El tipo de novela que propongo es aquella que constituye en sí misma la primera formulación histórica y narrativa de los hechos. Mis novelas son la primera formulación de los procesos históricos que trato. Me ocupo de temas y hechos sociales relevantes que no han sido tratados por historiadores ni especialistas ya sea por su complejidad política, por la peligrosidad de la información militar o por la dificultad de penetrar en ciertos círculos sociales o clandestinos.

No había ningún otro libro de investigación metódica, abarcante, sobre el movimiento guerrillero de Lucio Cabañas antes de Guerra en el Paraíso. La novela fue resultado de un trabajo de campo, de una investigación antropológica, hemerográfica y bibliográfica, de un trabajo de historia oral; particularmente de testimonios orales, porque uno de los ejes fundamentales en que me baso es la entrevista con los protagonistas, con los sobrevivientes, con familiares de los protagonistas fallecidos.

Las armas del alba también fue resultado de un proceso de investigación histórica, trabajo de campo y de una minuciosa recopilación de testimonios orales acerca de uno de los hechos esenciales en la historia social de la sierra de Chihuahua: el ataque de un grupo guerrillero compuesto de jóvenes estudiantes y campesinos a la guarnición militar de la ciudad de Madera el 23 de septiembre de 1965. Desde entonces se sucedieron por diversas zonas urbanas y rurales de México numerosos movimientos guerrilleros. Por ello he dicho repetidas veces que el amanecer del 1 de enero de 1994 en las montañas de Chiapas empezó en verdad el amanecer del 23 de septiembre de 1965 en las montañas de Chihuahua. La leyenda conservó la memoria de ese alzamiento, pero con muy poca información disponible acerca de sus causas, desarrollo, hechos de armas y protagonistas sobrevivientes. Estos acontecimientos permanecían hasta ahora como algo nunca revelado al gran público, como acontecimientos aún no analizados por historiadores. Las armas del alba es una novela, ciertamente, pero también una aportación historiográfica. Por ello, como en Guerra en el Paraíso o Los informes secretos, los personajes aparecen con sus nombres reales y la fuerza y objetividad de los hechos son constantes que se integran en la misma estructura literaria.

Podríamos decir que Tomóchic, de Heriberto Frías, es la primera formulación histórica y literaria de la masacre perpetrada por el ejército de Porfirio Díaz en un poblado de la sierra de Chihuahua a finales del siglo XIX. Podríamos reconocer que las Memorias de Pancho Villa o El águila y la serpiente de Martín Luis Guzmán son también resultado de investigaciones documentales y testimoniales del autor, o de historia oral, particularmente en el caso de las Memorias de Pancho Villa, y que al mismo tiempo son libros de arte. Ambos autores crearon novelas que no confrontaban ni reformulaban una historiografía previa, sino que formaban parte de la primera expresión historiográfica y de la primera y profunda expresión literaria. Los muchos o pocos lectores de Heriberto Frías o de Martín Luis Guzmán lo siguen siendo no sólo por atender a la importancia histórica de la obra de estos autores, sino por su importancia narrativa.

En fin, a este tipo de literatura no deberíamos llamarle novela histórica. Creo que todavía no tenemos un deslinde crítico suficiente para designarla. El escritor argentino Miguel Bonasso, que también escribe novelas así, de investigación, como Don Alfredo, le llama ''novela de no ficción". La ventaja de esta expresión es que aleja de la novela el fantasma de lo ficticio.

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Discurso leído por el escritor y ensayista el pasado 13 de noviembre en la Universidad de Bologna, Italia, en las sesiones de Post-Scripta. Incontri Possibili e Impossibili tra Culture

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