Adolfo Sánchez Rebolledo

PRI: resabios autoritarios

Ha sido doloroso para quienes, con Vicente Fox a la cabeza, prometieron inaugurar una nueva era democrática, desprovista de las impurezas del pasado, aceptar tres años después que el ex partido oficial aún tiene la llave del cambio y la gobernabilidad. Pero ésa es la realidad, como prueban los números en el Congreso y en la mayoría de las representaciones locales, la presencia de sus cuadros en los gobiernos estatales y municipales.

Aun sin tener la Presidencia de la República -que otorgaba coherencia y sentido a lo que en verdad siempre fue una coalición de intereses, un "aparato" carente de autonomía-, el PRI continúa siendo la fuerza mejor organizada y con mayor implantación nacional, como ha quedado demostrado en el penoso debate en torno a las reformas estructurales que el gobierno "del cambio" no podría acabalar sin el apoyo de su antiguo y denostado enemigo. Sin embargo, a pesar de que siguiendo su proverbial realismo hizo cambios para adaptarse pragmáticamente al contexto de competencia pluripartidista, la fuerza del PRI no hace más que subrayar sus limitaciones originarias, su pertenencia a un mundo social y político que ya no existe: la sobrevivencia de los reflejos del presidencialismo.

El PRI no se ha hecho más democrático porque ahora discuta con furia en todas las instancias, sobre todo cuando el supuesto debate se circunscribe a dirimir las formalidades tras las cuales subyace una enconada lucha personal por el poder. En los partidos de raíz autoritaria, la discusión política no es, como quiere la teoría, un momento en la construcción de la "voluntad común", sino más bien un instrumento para descalificar, para hundir a la contraparte. Se ataca, no se dialoga. Se impone, no se acuerda. Por eso en ellos la lucha entre lo viejo y lo nuevo suele desembocar en cataclismos a fin de expulsar al "cuerpo extraño", pues carecen de espacios donde traducir las diferencias en modificaciones graduales, sostenidas en los más amplios consensos.

No está roto el PRI, como dicen unos y otros, por la pugna entre dos concepciones sobre el país y las reformas, pues todo el mundo sabe que en el conflicto entre Gordillo y Madrazo no hay verdaderas diferencias de fondo, matices sustantivos sobre un asunto particular de la política económica, sino una disputa descarnada por el poder con vistas a la próxima sucesión presidencial.

En todo caso, entre ellos existen divergencias en torno a la oportunidad y la dinámica de las alianzas, no sobre cómo y con quién realizarlas, pues ya estaba resuelto desde la elección de la dirigencia actual. Para demostrarlo bastan las palabras de la profesora recogidas ayer por este diario: "El hizo algunos compromisos y lamento decir que una vez más, como desde que hicimos la alianza, no cumplió. Me duele profundamente decirlo. Muchos problemas y muchas cosas se dicen de mí; es falso que haya promovido el IVA en alimentos y medicinas. Fue Roberto Madrazo quien me dio instrucciones y con quien discutí y hablé del tema, particularmente del 5 por ciento''.

Naturalmente en el ex partido oficial existen corrientes de opinión diversas o, incluso, discrepancias ideológicas que eventualmente pudieran poner en crisis la unidad interna, pero no son ésas las que se expresan en el diferendo que hoy divide al priísmo, pues lo que estamos viendo, repito, es una lucha descarnada por capitanear las alianzas que en el pasado inmediato hicieron posible el ajuste estructural y la remodelación de las relaciones entre el Estado y la sociedad. Luego del fracaso del foxismo para formar a la vanguardia de dicha modernización, hay priístas que se preparan, acaso prematuramente, para tomar el relevo. Veremos.