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México D.F. Jueves 4 de diciembre de 2003
Molly Ivins*
Podredumbre empresarial
Austin, Texas. Sugiero que el epitafio para toda esta era sea: "El pez se pudre de la cabeza para abajo". La última ronda de escándalos corporativos -Hollinger, el lío cada vez mayor de los fondos mutuos y los traficantes en divisas extranjeras que desvalijaron a sus propias compañías- constituye un elegante resumen de esta tendencia.
Hollinger International, compañía de medios de comunicación propiedad de lord Conrad Black, reportó una utilidad relativamente raquítica de 23 millones de dólares entre 1998 y 2002. Durante el mismo periodo, la compañía pagó a Black y sus colaboradores cercanos más de 200 millones en salarios, honorarios por administración y otros beneficios, según informes públicos. También se descubrieron las acostumbradas transacciones internas, entre ellas una inversión por 2.5 millones de dólares en la compañía Trirreme, propiedad de Richard Perle, miembro del consejo de administración de Hollinger. Debe ser el mismo Richard Perle que sigue figurando en el Consejo de Asesores de la Defensa, pese a que tuvo que renunciar como presidente del mismo a causa de otros conflictos de interés con empresas.
Hasta el momento todos los escándalos corporativos, de Enron en adelante, han presentado los mismos rasgos: inversionistas defraudados, pensionistas despojados, empleados dejados sin nada y ejecutivos que se marchan con millones de dólares. Quienes dirigen grandes consorcios que truenan por completo y crean desastres absolutos se largan con millones de dólares, protegidos por acuerdos dorados en caso de separación. Por dar un ejemplo, el secretario del Tesoro, John Snow, antes directivo de la compañía ferroviaria CSX, la llevó a una caída de 53 por ciento en el valor de sus acciones mientras se aumentaba el sueldo en 69 por ciento. También recortó los beneficios de atención a la salud y seguro de vida de los jubilados de esa empresa.
Las corporaciones se han vuelto en sí mismas entidades organizadas para evadir impuestos. En realidad es extraordinario: en teoría la tasa del impuesto sobre la renta de las empresas es de 35 por ciento, pero ninguna corporación que se respete pagaría tal porcentaje. El Agujero de las Bermudas es apenas el inicio del juego favorito de los consorcios, y ni por un momento creamos que el impuesto mínimo alternativo empresarial los hará parpadear siquiera. Muchas de las corporaciones más rentables del país son tan buenas para el juego de los impuestos, que el gobierno les debe rembolsos.
Lo que ocurre tarde o temprano cuando hay podredumbre en la cima -lo que los economistas llaman "fraude de control"- es que los peces pequeños también entran al juego. Vamos, si los tipos que están a la cabeza despelucan a la gente por todos lados, Ƒpor qué algunos de los peones no deberían hacer lo mismo en su nivel? Y allí es cuando se dan fenómenos como los traficantes en divisas extranjeras e incluso algunos de los artistas del robo de fondos mutuos. La podredumbre escurre hacia abajo.
Como liberal que soy, creo que la forma de detener los despojos corporativos y el daño causado al público por la avaricia es la regulación gubernamental y demandar judicialmente a los desgraciados. Pero supongamos por un momento que ponemos en práctica los métodos preferidos por el Wall Street Journal para arreglar todo esto: transparencia, rendición de cuentas y responsabilidad. Y apliquemos estos métodos al gobierno de Bush, que se enorgullece en llamarse el gobierno de los altos ejecutivos. Sin duda es un gobierno de ejecutivos. Después que el inefable Harvey Pitt fue obligado a renunciar como presidente de la Comisión de Cambios y Valores (SEC, por sus siglas en inglés), Bush trajo como vigilante de las corporaciones a Bill Donaldson, presidente ejecutivo de una gran firma de Wall Street, Donaldson Lufkin & Jenrette, actualmente bajo investigación de la SEC por fraude. Cielos.
Transparencia: empezamos con la fuerza de tarea secreta de Dick Cheney en materia energética, luego Bush decidió que ni los documentos presidenciales de su padre ni los de Reagan podían abrirse al público, después vino la ley patriótica y todo se fue al demonio. No pudimos averiguar quién había sido "detenido" cuándo, dónde, por qué o durante cuánto tiempo, sin contar con abogado ni dar aviso a los familiares. Y, claro, espionaje telefónico, grabadoras y micrófonos ocultos, etcétera, ante la más leve "sospecha".
Rendición de cuentas: Ƒqué se necesita para ser despedido del gobierno? ƑIdentificar a una agente de la CIA por venganza política? ƑContravenir por completo la política del gobierno con declaraciones estúpidas sobre el Islam, como el general Boykin, cuando es uno jefe de un departamento del Pentágono que tiene una delicada función en la materia?
Obviamente, uno puede ser cesado por abogar en favor del medio ambiente, o al menos por no inclinarse lo bastante rápido ante quienes se afanan en arruinarlo. Descanse en paz la ex directora de la Agencia de Protección al Ambiente, Christine Todd Whitman. O por levantarse a pronunciar alguna frase populista, por ejemplo que el fisco debería dejar de perseguir a trabajadores pobres y tratar de atrapar a algunos evasores ricos, como dijo el ex secretario del Tesoro Paul O'Neill.
Responsabilidad: Ƒalguna vez hemos oído a este gobierno reconocer que cometió un error? Si no admite responsabilidad siquiera por tonterías como aquel letrero de "misión cumplida", mucho menos reconoce que no tenía idea de lo que iba a hacer en Irak después de la caída de Saddam. Todavía hoy los tipos del gobierno intentan deslindarse de sus propias no sé si mentiras o falsas informaciones: no había un programa de armas nucleares, no había armas de destrucción masiva y no había vínculos entre Saddam y Osama Bin Laden. Pero aquí vienen de nuevo, con alguna lista filtrada de cuestionables datos de inteligencia, tratando de probar lo que no es cierto.
Este país cuenta con multitud de personas que son verdaderos héroes: no hay que perderse el extraordinario libro Mountains Beyond Mountains (Montañas más allá de las montañas), del doctor Paul Farmer. Pero en lo alto de los mundos empresarial y económico las normas éticas parecen estar pudriéndose: avaricia, fariseísmo, certeza de tener la razón absoluta. Y, por supuesto, cuidémonos de los que no tienen sentido del humor.
*Columnista en más de 300 periódicos y autora de tres best sellers sobre la política actual en Estados Unidos
© 2003, Creators Syndicate Inc. Traducción: Jorge Anaya
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