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México D.F. Jueves 4 de diciembre de 2003
Jorge Carrillo Olea
El desastre actual de Irak
Las sucesivas guerras contra Irak, dadas con diez años de intervalo, han dejado en el milenario espacio de esa zona huellas de la más bestial destrucción. Suficiente excusa ofreció Hussein para dar lugar a la primera y fue ya sólo un fantasma para la segunda.
La primera guerra fue un relámpago de aniquilación de un ejército numéricamente grande, pero tecnológicamente retrasado. La segunda fue contra los fantasmas creados por una decisión política con el apoyo absolutamente inmoral de una alianza tripartita y de una comunidad de inteligencia que inventó con escrupulosidad un poderoso enemigo y una sombría amenaza de armas de destrucción masiva que nunca se concretó.
El cajero de estas guerras fue el pueblo de Irak, su cultura multimilenaria y sus estructuras vitales. Tal vez el anuncio de Bush el 1Ŷ de mayo, de que las operaciones militares en Irak habían terminado, dio un respiro a algunos optimistas. No a un prudente observador. Lo que no ha terminado es la masacre de iraquíes, que ya suman aproximadamente 14 mil entre militares y civiles. Los recursos mediáticos filiales de Estados Unidos dan cuenta de las bajas de los invasores. Nunca hablan de las de los islámicos.
La inteligencia estadunidense, tanto la estratégica como la de operaciones, está fallando en su deber axiomático: "conocer al enemigo", y para el presidente Bush y su proyecto electoral sus muertos pesan como losas, haciendo que el juicio universal, pero más significativamente el de sus supuestos electores, esté concluyendo que la gestión política, administrativa y militar de él y sus aliados es un fracaso. Su modelo, derivado de una antigua doctrina de ocupación llamada "gobierno militar", que se aplicó en múltiples ocasiones a partir de la Segunda Guerra Mundial, está rebasado. Sus asesores de seguridad, encabezados por Condoleezza Rice, debieran estar diseñando un nuevo modo de empleo de su fuerza. Pero, por lo pronto, Ƒcuántos muertos de uno y otro lados más habrá que agregar antes de atinar a cómo salir de este laberinto?
La comunidad de inteligencia en materia estratégica tiene muy poco que hacer en el ambiente estrictamente militar. Sus esfuerzos están encaminados a anticipar acciones y reacciones de la comunidad internacional respecto del conflicto.
La inteligencia militar en operaciones tácticas, incluidas las operaciones encubiertas de la CIA, fallan en prevenir qué hará el enemigo, lo que es su deber central. En este ambiente el enemigo es elusivo, complicado, casi impredecible y particularmente furtivo, lo que obliga a los esfuerzos de inteligencia a actuar fuera de su ortodoxia. No sabe a ciencia cierta quién manda al enemigo, cuál es su estructura de control, qué está planeando, cuándo, dónde y cómo surgirán sus deletéreos ataques. Supone que el enemigo está manejado por Hussein y que éste dispone de una red de mando; teoriza que tiene como fin su expulsión del territorio iraquí y que lo seguirán atacando en Bagdad, Tikrit, Kerbala o Mosul. Pero no sabe, tal como debiera, cómo opera la red de información, en qué esquina los espían, de qué ventana les dispararán o que instalación será dinamitada. Ante tanta ignorancia, los ocupantes matan ante la menor sospecha, incluyendo a civiles. La guerrilla urbana es así: cruel y desgastante. Ellos insisten en llamarla terrorismo.
Los insurrectos conocen las debilidades de una fuerza militar convencional, que son blancos relativamente fáciles. Ellos sí saben qué van a hacer, cuándo atacarán, quién será su objetivo y, sobre todo, miden día a día el atroz efecto sicológico que causan sobre la moral de las fuerzas ocupantes y sobre la opinión política en sus países de origen. Esta desventaja para las fuerzas ocupantes crea una situación que para ellos puede calificarse de caótica; por ello se establecen dos verdades que actúan en los bordes de la evidencia:
1. Para la fuerza ocupante, ciega y sorda, su futuro es de más y más frustraciones y desilusiones.
2. Para la fuerza insurgente queda claro el baño de sangre que habrá de pagar por una guerra de desgaste, como son todas las insurgentes, pero tiene claro también que a largo plazo, con paulatina preminencia, logrará crecer en el poder e ir consolidando el apoyo en el orden social existente.
Saben que no hay guerra de ocupación que no acabe por ser derrotada. La historia está a su favor. Tomemos el crudo ejemplo de Argelia, donde De Gaulle hipotecó su gobierno convencido de la inviabilidad de la ocupación colonialista.
Por supuesto que quedan importantísimas incógnitas por descifrar. De ellas, tal vez la más importante sea la conducta de la comunidad internacional, única fuerza relativamente independiente con la solvencia moral, la fuerza política y el poder disuasivo para acortar el actual baño de sangre.
Reconstruir la infraestructura destruida es posible. Rescatar el patrimonio cultural perdido, que sin equívocos pertenece a la humanidad, es imposible. Y para peor, lamentablemente, el petróleo, verdadero móvil de la guerra, sigue siendo el auténtico casus belli.
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