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México D.F. Viernes 28 de noviembre de 2003
NO A LAS REFORMAS FOXISTAS
Decenas
de miles de ciudadanos de todos los sectores, de diversos partidos, clases
sociales y lugares de origen, desafiaron la imprevista lluvia de ayer y
la no menos torrencial propaganda del gobierno de los meses recientes para
expresar, en el Zócalo capitalino, su rechazo terminante a las intenciones
oficiales de entregar la industria eléctrica a la inversión
privada nacional y extranjera y a las ideas del gabinete económico
de exprimir fiscalmente -para provecho de banqueros y especuladores- a
los segmentos más necesitados de la población.
La marcha multitudinaria, que afortunadamente se realizó
en un espíritu de civilidad, sin incidentes de consideración
y sin violencia, y en la que confluyeron figuras políticas relevantes,
sindicalistas, campesinos, burócratas, estudiantes, comuneros, deudores,
policías, bomberos, informadores y trabajadores de la cultura, entre
otros, fue una expresión madura, sensata y articulada de una sociedad
harta de la política económica imperante desde hace cuatro
sexenios -el presente incluido-, por medio de la cual las elites tecnocráticas
han ido entregando las propiedades de la nación a especuladores
y logreros. Ahora, cuando los únicos bienes públicos de relevancia
han quedado reducidos a las industrias petrolera y eléctrica, y
ante la evidencia de que la cascada de privatizaciones iniciada durante
el gobierno de Miguel de la Madrid no se ha traducido en una mejora económica
sostenida, en una reducción de la desigualdad y ni siquiera, salvo
excepciones, en una mayor eficiencia de las empresas y entidades privatizadas,
esa sociedad no está dispuesta a asistir al desmembramiento y el
remate del sector energético, cuya propiedad pública es un
factor evidente de estabilidad, de soberanía y de viabilidad nacional.
Si los afanes privatizadores e impositivos del gobierno
foxista provienen de los dogmas neoliberales del gabinete económico,
la marcha de ayer representa una oportunidad de abrir los ojos y el espíritu
y entender que hay caminos distintos a la privatización -parcial
o total- para desarrollar las industrias petrolera y eléctrica,
y que una noción elemental de justicia social recomienda gravar
los ingresos de los más ricos y no el consumo de los más
pobres.
Si tales empeños son la consecuencia de cierta
pusilanimidad ante los imperativos de los organismos financieros internacionales
y del gobierno de Estados Unidos, el Ejecutivo federal tiene, en la manifestación
multitudinaria de este jueves, un argumento central para resistir tales
exigencias, toda vez que la pretensión de satisfacerlas a rajatabla
podría traducirse, esa sí, en escenarios de ingobernabilidad
y explosividad social semejantes a los padecidos recientemente en Argentina
y Bolivia.
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