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México D.F. Viernes 21 de noviembre de 2003
LA MUESTRA
Carlos Bonfil
Recuerdos
Unica representante mexicana
Interés por el exilio español
RECUERDOS, DOCUMENTAL DE
Marcela Arteaga, egresada del Centro de Capacitación Cinematográfica
(CCC), es la única representación mexicana en la Muestra
Internacional de Cine y, casi paralelamente, la cinta que inaugura el Festival
de Cine Franco-Mexicano. Es también, en estos momentos, una película
involuntariamente emblemática. En sus créditos finales aparecen
el CCC, Imcine y los Estudios Churubusco, justamente el sello de colaboración
e interdependencia de tres instituciones amenazadas por el gobierno federal
en su infatigable y ubuesca embestida contra la cultura.
EL
PROYECTO DE Marcela Arteaga, fruto de una investigación de varios
años, recibió el apoyo de la Fundación Rockefeller.
Sin esta contribución y sin la participación de las instituciones
mencionadas, dicho empeño habría sido no sólo incosteable,
sino impensable. El caso de Recuerdos es el mismo de muchos otros
proyectos. Un desmantelamiento de lo que queda de la industria fílmica
nacional equivaldría, automáticamente, a cercenar el impulso
de una nueva generación de cineastas, quienes privados de las únicas
instituciones que en México pueden apoyar sus trabajos, naufragarían
en el desánimo y el desconcierto.
EN LOS RECIENTES años la Muestra de Cine
Mexicano de Guadalajara y la propia Muestra Internacional de Cine han premiado,
la primera, y difundido la segunda, trabajos de documental, de lejos muy
superiores al conjunto de trabajos de ficción en México,
desde Gabriel Orozco, de Juan Carlos Martín, hasta La
pasión de María Elena, de Mercedes Moncada, y reconocido
los aciertos de Juan Carlos Rulfo (Del olvido al no me acuerdo),
Carlos Bolado (Bajo California, el límite del tiempo), Everardo
González (La canción del pulque) y Carlos Reygadas
(Japón). No todo el cine mexicano es Vivir mata o
La tregua.
RECUERDOS, PELICULA NOTABLE
en sus logros y desaciertos, muestra primeramente que el cine mexicano
es capaz de interesarse en realidades sociales que no son necesariamente
las suyas, como la experiencia del exilio y la evocación de la Guerra
Civil española, desmintiendo con ello, al menos por un tiempo, una
recurrente acusación de chovinismo. La cinta de Arteaga prosigue
además una inquietud temática y formal presente ya en Un
beso a esta tierra, de Daniel Goldberg, estupendo documental sobre
la inmigración judía en México, aun cuando Recuerdos
no alcance la unidad de propósito y tono que distingue a esa cinta.
Los múltiples testimonios, capturados en varios países, de
quienes conocieron al primer protagonista del documental, el lituano Luis
Frank, emigrado a México, no muestran una vinculación sólida,
no sólo entre ellos, sino con el pretexto inicial, el propio Frank,
personaje ya desaparecido, presentado aquí de modo excesivamente
fragmentado.
SE SUCEDEN LOS episodios históricos, desde
los progroms en Lituania hasta la sublevación franquista,
y la evocación de los campos de concentración. El mayor interés
del filme lo suscitan la fuerza de algunos testimonios, sus anécdotas
pavorosas, como el mendrugo de pan arrebatado de la mano de un muerto en
un campo de exterminio o la sensación de orfandad absoluta del sobreviviente
que añora ese mismo campo al encontrarse a su salida ''sin casa,
ni país, ni familia".
LUEGO DE HABER querido precisar la personalidad
de Luis Frank, sus peripecias y la significación de su exilio, Recuerdos
dispersa su atención, y la de sus espectadores, en un mosaico de
remembranzas, interesantes muchas, algunas muy divertidas, aunque deshilvanadas
en el conjunto del relato.
EL DOCUMENTAL ES llamativo y al mismo tiempo algo
invertebrado, como si el deseo de evocar y dejar constancia del horror
y la amargura, dispensara de un mayor rigor en la organización del
material presentado. No se evitó así caer en la generalización
y en el lirismo conmovido, en la dispersión y en la denuncia sentimental
del horror de todas las guerras. Un logro a medias en la experiencia del
documental, el campo potencialmente más fértil para el cine
mexicano.
La hora de la religión
Beatificación al vapor
Etica vs cinismo triunfante
MARCO BELLOCCHIO, CINEASTA de la revuelta moral
y política. Para los cinéfilos mayores de 40 años,
un momento clave en su formación en los años 60: Con los
puños en el bolsillo (I pugni in tasca, 1965), embestida
implacable contra la autoridad familiar. En el nombre del padre
(Nel nome del padre, 1971), es un señalamiento muy lúcido
de la intolerancia religiosa y un retrato alucinante del clima represivo
en un convento jesuita a finales de los años 50.
SIGUE EN LA trayectoria fílmica del niño
terrible, contemporáneo de Bertolucci y Pasolini, una serie de cuestionamientos
sociales que incluyen el poder excesivo de la prensa en Italia (Violación
en primera plana, 1972) y los abusos de la institución militar
(La marcha triunfal, 1976), y una película clave, El salto
al vacío (Salto nel vuoto, 1979), fascinante estudio
de un incesto simbólico, con insistencia en el tema de la locura,
y un resumen de las instancias de subversión recurrentes: familia,
poder
político e Iglesia.
AL CINE DE Bellocchio en las dos décadas
siguientes lo caracteriza parcialmente la grandilocuencia expresiva y un
gusto por las situaciones escabrosas. Muchos espectadores retienen como
imagen definitoria la escena de sexo oral que practica Marutschka Detmers
a un adolescente en El diablo en el cuerpo (Il diavolo in corpo,
1986), basado en una novela de Radiguet.
LA HORA DE la religión
(que también tiene como título La sonrisa de mi madre),
marca un regreso más sereno y más desencantado a las inquietudes
de las primeras cintas del realizador. El radicalismo de los rebeldes libertarios
antes y después del 68, aparece hoy en el cine europeo, al menos
en los autorretratos retrospectivos de algunos sobrevivientes cineastas
(Romain Goupil -Morir a los treinta años-, el propio Bellocchio),
como materia de reflexión obligada de cara al triunfo de la derecha
meridional y al resquebrajamiento del laicismo.
EN SU CINTA más reciente, el director italiano
muestra a un personaje emblemático, Ernesto Picciafuoco (formidable
Sergio Castellito), ateo convencido, que súbitamente se entera del
proceso de beatificación de su madre, ya fallecida, que prepara
el Vaticano en acuerdo con otros miembros de la familia. Se le pide su
participación y que interceda para obtener también el acuerdo
de un hermano demente, responsable de haber provocado con sus blasfemias
la muerte de la madre.
EL FILME DESCRIBE con humor y meticulosidad analítica
la crisis de Ernesto ante las presiones familiares y eclesiásticas
(un diálogo estupendo con su tía calculadora; la discusión
teológica con un cardenal; el duelo fársico con el conde
Bulla, reaccionario radical, nostálgico de una monarquía
absoluta). Paranoia y enfado del protagonista, quien siempre consideró
idiota a su madre, y más idiota aún el intento por beatificarla;
malicia del grupo de conspiradores en sotana, interesados en el provecho
material de esa beatificación al vapor.
BELLOCCHIO SE DIVIERTE con las mezquindades de
esa pandilla eclesiástica y sus cómplices en la familia Picciafuoco,
a quienes muestra como microcosmos de la sociedad italiana actual. Opone
continuamente la profesión de humanismo radical de Ernesto y su
intento por transmitir a su hijo el credo de la tolerancia. Hay una historia
sentimental que pudiera ser una salida liberadora para el protagonista,
y que nuevamente se revela como un espejismo.
UNA PELICULA SOBRE el compromiso ético en
una época de cinismo triunfante. Una estupenda narración
llena de ironía y desenfado. De lo mejor de Marco Bellocchio.
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