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México D.F. Viernes 21 de noviembre de 2003
José Cueli
Gironella: Bel ténébreux
Después de la magna exposición de Josef Koudelka, Mercedes Iturbe vuelve a deslumbrarnos en el Museo del Palacio de Bellas Artes con una retrospectiva que lleva por título Alberto Gironella, barón de Beltenebros.
Beltenebros es el seudónimo que adoptó Amadís de Gaula cuando fue desdeñado por su amada Oriana y decidió retirarse a una especie de isla llamada la Peña Pobre, donde se entregó a la penitencia y al desatino. Así, en solitario y con la furia que sólo puede dar la pasión, el caballero Gironella fue construyendo, a lo largo de 47 años, su obra prodigiosa.
Octavio Paz, siempre certero, dijo que ''la pintura de Gironella no cuenta ni relata: es una descarga de imágenes que provoca en el espectador otra descarga". Gironella, por su parte, afirmaba que su ''vocación es la de provocador". Por ello se identifica con Valle Inclán, Craven, Buñuel, Lowry, Gómez de la Serna, Nietzsche y Madonna, y por ello sus cuadros pueden inscribirse dentro de esa tradición que va desde los tenebristas españoles del siglo XVII hasta los mejores exponentes del grupo Cobra (Alechinsky, Appel, Corneille) pasando, por supuesto, por Goya.
Cervantes en El Quijote menciona a Orbaneja, el pintor de Ubeda que cuando le preguntaban qué pintaba, respondía: ''lo que saliere" y si por ventura pintaba un gallo, escribía debajo: ''Este es gallo", porque no pensasen que fuera una zorra. Con ironía, Gironella pone en muchas de sus obras el sello ''Esto es gallo", porque sabe visceralmente que el arte no debe imitar a la naturaleza. Junger afirmaba que ''el arte reside en la metamorfosis, no en la imitación" y éste es el espíritu que campea en las esperpénticas y a veces feroces versiones que Gironella nos ofrece de Velázquez, Goya, Pereda, Valdés Leal y el Greco. Estas transfiguraciones lo emparentan de inmediato con genios de la talla de Picasso y Saura.
Si tuviera que escoger un adjetivo para describir la obra de Gironella diría que es revulsiva, porque con fuerza telúrica sacude el buen gusto de las buenas conciencias y causa sarpullido. No dejo de reconocer, sin embargo, que en algunas ocasiones la bilis y el afán iconoclasta pudieron más que la pintura.
Sería injusto no mencionar aquí a Juan García Ponce, el crítico por excelencia de la mal llamada ''generación de la ruptura", a la que pertenece Gironella. García Ponce señaló hace tiempo el carácter teatral que siempre tienen las obras de este pintor barroco. Los cuadros de Gironella son, en efecto, el escenario en el que se muestran como espectáculo las obsesiones y manías del artista, que con su mano mágica las transforma en pintura, para asombro y goce de sus espectadores.
Otro aspecto notable en la obra de Gironella es el de la libertad. El propio pintor expresaba: ''No hay tanta teoría en lo que hago, sino una manifestación de individualidad. Uso lo que sea. No me importa por qué, ni para qué ni para quién. Se trata de pintar lo que me dé la real y pontificia gana". Esta libertad es la que le permite utilizar en su creación corcholatas y latas de sardinas (no olvidemos que su padre era un ''mercader catalán", quien por razones de trabajo llevaba a su hijo pequeño a visitar tiendas de ultramarinos), fichas de dominó y naipes, pistolas y raquetas de tenis, fragmentos de esculturas y cámaras fotográficas, cajetillas de cigarros y espejos, caracoles y animales disecados, fotos y textiles, botellas y guitarras. Pero libertad no sólo significa introducir materiales insospechados en el quehacer artístico; significa, principalmente, crear sin más exigencias que las propias de la creación, siendo siempre fiel a sí mismo. En este sentido, Gironella es poeta de la pintura.
Rica y variada es la temática que encontramos en el barón de Beltenebros. Algunas de sus obsesiones fueron el poder, la historia, la mujer, la tauromaquia, el erotismo y, sobre todo, la muerte, esa muerte que, como decía Pavese, ''nos acompaña/ de la mañana a la noche, insomne,/ sorda, como un viejo remordimiento/ o un vicio absurdo".
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