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México D.F. Jueves 13 de noviembre de 2003
¿LA FIESTA EN PAZ?
Leonardo Páez
David
Silveti
SIGUIENDO LA COSTUMBRE de no pocos matadores de
toros y ejerciendo ese "único acto de libertad insobornable", el
diestro David Silveti decidió quitarse la vida ayer, en su rancho
de Salamanca, Guanajuato. Había cumplido 48 años de edad
el pasado 3 de octubre, el próximo 20 de noviembre celebraría
el 26 aniversario de su alternativa y hoy jueves debía recibir el
trofeo a la mejor faena de la temporada 2002-2003 en la Plaza México
que una vitivinícola otorga anualmente.
DEMASIADOS FANTASMAS CARGABA David en su sensible
y atribulado corazón, empezando por una agobiante dinastía
que lo convirtió en hijo, nieto y hermano de toreros de acusada
personalidad: Juan Silveti Reynoso, su padre, de una finura académica
y un eficaz dominio de los toros, es de los pocos mexicanos que han logrado
salir a hombros por la puerta grande de la plaza de Las Ventas, en Madrid;
Juan Silveti Mañón, su abuelo, figura del toreo en México
y en España durante la segunda y tercera décadas del siglo
pasado, amante ruidoso de Celia Montalbán y prototipo del torero
macho dentro y fuera del ruedo, y Alejandro Silveti, su hermano menor,
arquitecto titulado, apoderado de toreros y, después, matador de
toros de estoica quietud.
OTROS FACTORES INTERNOS y externos abrumaban la
obsesiva vocación taurina de David: una exigencia de interioridad
interrumpida constantemente, más que a causa de las cornadas por
el disfuncionamiento congénito en ambas rodillas, sobre todo la
derecha, que hubo de someter a varias operaciones quirúrgicas y
a indescriptibles convalecencias.
La suerte de matar
ASIMISMO, UNA CONFUSA religiosidad que al tiempo
que le ayudaba a trascender sus penalidades frente al toro y frente al
quirófano, le permitía utilizar una mercadotecnia seudomística,
pero rentable, con el sobrenombre de Rey David, así como
un guadalupanismo exagerado mediante el cual publicitaba que la virgen
morena "era su apoderada" y protectora, no obstante sus enormes deficiencias
con la espada, antes que por falta de valor por las mermadas facultades
de sus piernas para ejecutar correctamente la suerte de matar.
LUEGO DE UNA prometedora cuanto accidentada etapa
novilleril de 1975 a 1977, que incluyó varias novilladas en España,
David inicia más que la consolidación de una vocación
como torero, la reiteración de un calvario autoimpuesto, habida
cuenta de que la vulnerabilidad de sus extremidades inferiores le imponía
una condena doble: por un lado, largos periodos de operaciones, tratamientos
y recuperación, y por el otro, elevados costos de los mismos, que
no siempre podía sufragar la asociación de matadores. De
ahí su reiterada y pública confesión de que el toro
con tres años de edad era "el ideal" para su tauromaquia.
NO OBSTANTE HABER conseguido actuaciones apoteósicas
en varias temporadas de la Plaza México, incluidas dos faenas en
la anterior, malogradas, como siempre, con la espada, este Silveti tuvo
que aceptar que definitivamente no podría volver a torear. Consumido
por la frustración, los medicamentos y la nostalgia, ayer David
acabó de estar, concluyendo así su atormentada vida y la
posibilidad de que México tuviese en él al último
ídolo taurino de tan enrarecidos tiempos.
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