México D.F. Jueves 13 de noviembre de 2003
LA MUESTRA
Carlos Bonfil
El gran dictador
Sátira sobre la megalomanía
Plena vigencia
LA
VERSION 42 de la Muestra Internacional de Cine se inicia hoy con la
presentación de una copia remasterizada de un clásico de
Charles Chaplin, El gran dictador (The great dictator), película
realizada en 1940. Circulan ya en dvd copias nuevas de otras tres cintas
suyas, Luces de la ciudad, La quimera del oro y Tiempos
modernos.
A LA REVALORACION del arte de Chaplin no sólo
la facilita la redifusión en nuevos formatos de sus películas,
sino nuevas miradas de conjunto como la que este año ofrece el crítico
estadunidense de la revista Time, Richard Schickel, en su primer
trabajo como realizador, el documental Charlie: the life and art of
Charles Chaplin, complemento ideal para esta suerte de homenajes.
EL GRAN DICTADOR satiriza, de modo transparente,
el ridículo y la megalomanía de Adolf Hitler. Chaplin interpreta
dos papeles, el de un peluquero judío que luego de perder la memoria
durante la Primera Guerra Mundial -en la que salva a un combatiente alemán,
convertido más tarde en oficial nazi- descubre que su barrio natal
se ha transformado en un gueto, y que su vida corre peligro por las amenazas
de un dictador desquiciado, Adenoid Hynkel, de quien físicamente
él es la copia perfecta.
CHARLES CHAPLIN CARACTERIZA MUY bien a Hynkel,
con su bigote característico y una estridencia gutural que confunde
jocosamente el alemán y el yiddish. La farsa política transita
a la comedia de enredos en el momento en que el peluquero sobrevive a un
campo de concentración sólo para ser confundido con el dictador.
Sigue el célebre discurso humanista y antibélico y la secuencia
memorable en la que Hynkel juega caprichosamente con un globo terráqueo
de plástico.
EN SU PASO al cine sonoro, Chaplin sigue ofreciendo
gags visuales de enorme eficacia (uno de ellos, el encuentro de
Hynkel, dictador de Tomania, con Benzino Napolini, tirano de Bacteria),
pero concluye con una embestida verbosa, de corte sentimental, en su denuncia
del fascismo alemán.
ESTA CONCESION, entendible por las circunstancias
de la época, hace que El gran dictador goce de una recepción
crítica menos favorable que la reservada a sus comedias anteriores,
aciertos indiscutibles.
LA CINTA DE Chaplin no muestra el desenfado ni
el gusto por el absurdo y la desmesura de una comedia de los hermanos Marx
filmada siete años antes, Heróes de ocasión
(Duck soup), con un memorable Groucho interpretando al lunático
gobernante de Freedonia, Rufus T. Firefly, pero antecede con precisión
y audacia a la sátira antinazi que hace Ernst Lubitsch en su magistral
Ser o no ser (To be or not to be), de 1942.
CHAPLIN FILMA SU película en un momento
en el que la denuncia del régimen hitleriano aún no deviene
propaganda bélica en Estados Unidos. Su aspiración declarada
es el señalamiento global de la discriminación y la injusticia.
Este propósito deliberado prolonga la cinta excesivamente, la vuelve
rígida y le resta poderío cómico, particularmente
si se piensa en los recursos de humorismo visual que despliega, por ejemplo,
La quimera del oro, 15 años antes.
EL PASO DEL cine silente al sonoro no fue del todo
afortunado para Chaplin, y esto es elocuente en el cine que realiza en
su último periodo.
EL GRAN DICTADOR representa, sin embargo,
un ejemplo de brillantez histriónica y una cinta que no pierde en
absoluto su actualidad, particularmente en el presente clima de prepotencia
bélica, donde todavía figuran en primer plano otros Hynkels
con nuevos delirios de grandeza.
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