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México D.F. Jueves 13 de noviembre de 2003

Olga Harmony

De divanes y gelatinas

No toda experimentación teatral es afortunada, en gran medida porque se emplean actores de poca o nula capacidad. Por eso resulta importante El diván según el concepto de Michel Didym, bajo su dirección y con el apoyo artístico de Mauricio García Lozano, en el que 10 actrices y 10 actores profesionales interpretan textos de 10 autores franceses y 10 mexicanos (con el añadido del chileno Marco Antonio de la Parra) para sólo 10 espectadoras y 10 espectadores. El actor o la actriz, en el diván, es el paciente y el espectador, en un sillón, es el silencioso analista en este dificilísimo trabajo actoral en que se rotan los casos clínicos cara a cara con el público individualizado, siempre un rostro diferente. Las mujeres escucharán a hombres y viceversa, salvo en algunas excepciones, y nadie llega a romper esta barrera, con lo que la frustración del espectador, también sujeto del experimento, puede ser grande. Resulta muy interesante y rico este montaje y yo haría la única salvedad de que en el programa de mano no se explique a qué dramaturgo corresponde cada texto.

Lo que sigue es una pálida idea de lo que se puede captar. Pude ver a Esteban Soberanes como un adulto sumido en su neurosis y dependiente de una madre castrante. Clarissa Malheiros se trasviste en un joven poseído, que escupe cinta magnetofónica. Hernán Mendoza, atormentado por el hijo abortado, al que no vio y que alega que lo no visto se recuerda más. Fernando Becerril sostiene que no existe el tiempo, eterno retorno de horrores y guerras. Miguel Flores ignora si mató a una mujer, o disparó contra una carpa. Teresina Bueno afirma ser diferente y que por la noche le crecen alas. Carmen Mastache hace el papel de una ninfómana con varias estancias en siquiátricos. Arnoldo Picasso sueña con vengarse de los padres que lo abandonaron y de sus padres adoptivos. Miguel Solórzano hace una metáfora de los torturados a través de sus personalidades de esquizofrénico. Ricardo Ezquerra da una vuelta de tuerca al racismo estadunidense. Todos están excelentes, en personaje, a veces establecen contacto físico con el falso terapeuta, a veces en distintas posturas en el diván, el tono justo y los matices logrados.

Lo mismo podría decir de cinco actrices y un actor a quienes agradezco mucho que quisieran ofrecerme sus monólogos en un tiempo que no fue el de la función y con lo que me quedé sin conocer muy pocos de los textos y las actuaciones. En esta ronda extra disfruté el trabajo de Laura Almela como la casada que se satisface vicariamente con el ruido de los vecinos. De Roberto Soto sosteniendo con vehemencia y seriedad que el ano es el centro de la vida. De Mónica Huarte disfrutando hasta el orgasmo el zumbido de una mosca. De Verónica Segura obsesionada por las manos del analista. De Claudia Ríos, sensual mujer que se lamenta por no sentir emociones. De Mónica Dionne, casi histérica, vulgar chava que oculta sus temores profundos.

Ofrezco una disculpa por pasar abruptamente a una escenificación del todo distinta, pero Las gelatinas es una obra de Claudia Ríos que me parece excelente desde que la leí y que, estrenada, pude ver con mucho retraso. Por ello no quería dejarla pasar ahora, ya que es estreno nacional y, me parece, ópera prima de la actriz y directora. Se trata de uno de esos textos elusivos y ambiguos (José Sanchís Sinisterra la compara, muy acertadamente, con Jesús González Dávila) en los que nada se dice claramente y son las actitudes de los personajes -cuyas razones nunca se explican, sobre todo en el caso de la mamá- las que nos permiten adivinar el discurso interior de la historia que es bastante dura y quizás por ello emociona.

En una escenografía muy realista, de casa de clase media baja -debida a Carlos Trejo- la autora dirige con gran eficacia su obra (si acaso, podrían sobrar esos desdoblamientos de Roberto que contradicen el tono del texto) y a sus actores que logran las tensiones y matices de cada una de las escenas: Martha Navarro como la madre, Sergio Cataño como Roberto y Anilú Pardo como Chuy tienen mayor responsabilidad actoral, pero todos -Alfredo Cataño, Hielen Yánez, Regina Flores y el niño Uriel Regalado -vestidos con diseños de Katia Lozano que indican la circunstancia del personaje sin mayor complicación, interpretan con atingencia los papeles asignados.

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