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México D.F. Martes 4 de noviembre de 2003
Con silbidos impugnaron la presencia del gobernador
en la clausura del FIC
Fervor recíproco de Chavela Vargas y 10 mil
almas en la Alhóndiga
La bailaora Sara Baras subió al escenario
para brindar su arte a la popular cantante
ARTURO JIMENEZ Y ANGEL VARGAS ENVIADOS
Guanajuato, Gto., 3 de noviembre. No se fue, se
la llevaron. Si por ella hubiera sido, con todo y sus más de 80
años, Chavela Vargas habría cantado desde anoche ''hasta
el día siguiente", como dijo al público, su público,
de una Alhóndiga de Granaditas más que llena y que se extendía
fuera de sí misma hasta las terrazas, azoteas y calles circundantes.
Y
no les mentía. Ella es así, entregada. Por eso la aman, por
eso se le rinden y le festejan todo, hasta la afectación de la voz
o el olvido de algunas letras. Por eso la bailaora Sara Baras subió
al escenario y ofrendó unos minutos de su arte con Verde luna,
cantada por Chavela Vargas en un reconocimiento mutuo. Por eso José
Alfredo Jiménez, invocado por ella, se apareció entre el
público. ''Lo estoy viendo", aseguró. Y no hubo quién
dudara.
Y en el otro extremo, a él, el funcionario, nomás
tres chiflidos le dieron: el primero por coraje, cuando lo mencionaron;
el segundo por capricho, cuando habló; y el tercero por placer,
cuando lo volvieron a mencionar. De esa manera fue impugnada la presencia
del gobernador de Guanajuato, Juan Carlos Romero Hicks, durante el concierto
de Chavela Vargas para clausurar la versión 31 del Festival Internacional
Cervantino (FIC).
Nada de discursos, preámbulos ni protocolos. El
público de la Alhóndiga refrendó que lo suyo es la
fiesta y la comunicación directa con sus artistas. La primera muestra
de desaprobación pública a Romero Hicks fue cuando lo presentaron
entre los invitados especiales. La segunda, cuando el mandatario intentó
ofrecer unas palabras antes de abrirse el telón y fue bañado
de silbidos y gritos de repudio. La tercera, casi al final, cuando Ramiro
Osorio y Leticia Perlasca lo mencionaron durante un breve reconocimiento
a Chavela Vargas.
Ola de regocijo
Como nunca sucedió en esta versión cervantina,
el histórico recinto se desbordó desde, por lo menos, dos
horas antes de que la intérprete de la Macorina saliera al
escenario a desgañitar lo mejor del repertorio y hacer cantar y
conmocionarse a ese ''público adorado" que le gritaba: ''¡Qué
chingona eres Chavela!" o ''¡Chavela, te amo!" y que, integrado por
más de 10 mil almas, se movía en las escalinatas de la explanada
como una ola de regocijo iluminada por la luz artificial.
Chavela
respondía: ''¡Ay, mis amores, yo también los amo!"
Pura incondicionalidad y fervor recíproco, nada de razón
o reflexión. Pura emoción y buenos, simples, llanos sentimientos.
Lo mejor del ser humano: la necesidad que uno tiene del otro. ''El artista
no es nada sin el público, sin el aplauso", dijo la cantante. Y
los espectadores hubieran podido responder que, sin sensibilidades como
la de ella, la humanidad no tendría razón de ser.
La actuación de Chavela Vargas se dividió
en tres bloques con forma de atmósferas: una íntima, acompañada
con sus guitarristas Miguel Peña y Juan Carlos Allende; otra festiva,
con arpa, jarana y percusiones, en compañía del grupo de
son jarocho Tlen Huicani; y una estridente, con el Mariachi de la Secretaría
de Marina. Con ellos recreó a su hermano José Alfredo, a
su querido Agustín Lara, a Juan Záizar, Alvaro Carrillo,
María Teresa Lara.
Todo el concierto fue un clímax, pero hubo momentos
más allá de ese tiempo dramático: con La bruja,
con Caminos de Guanajuato, con Piensa en mí, con La
Llorona, canción oaxaqueña que Chavela inhala-resemantiza-y
exhala en forma de susurro y poema.
Ella cantaba y se sumergía en su arte para obsequiarlo.
Ellos corearon, gritaron, la ovacionaron o, una vez que se llevaron a la
cantante para que pudiera descansar, esperaron durante varios minutos con
la esperanza, ya no de que cantara otra, sino de siquiera verla de nuevo,
de sólo contemplarla.
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