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México D.F. Viernes 31 de octubre de 2003
REFORMAS: SE DEBE HABLAR CLARO
El
debate en torno a las reformas fiscal, energética, laboral, judicial,
política y educativa ha ido intensificándose no sólo
en las esferas políticas e institucionales -empezando por las cámaras
del Congreso de la Unión-- sino en diversos ámbitos académicos,
sociales, empresariales, periodísticos y culturales. Da la impresión,
por el tono y el encono de la polémica, que las primeras bajas de
la confrontación podrían ser, no el carácter público
de las instituciones energéticas -si se lograra privatizarlas- o
la economía popular -si se aprobara el IVA en alimentos y medicinas-,
sino las carreras políticas de personajes como Elba Esther Gordillo,
secretaria general del PRI, y Santiago Creel, secretario de Gobernación.
El grupo en el poder, el sector salinista del PRI, buena
parte del empresariado nacional, el Fondo Monetario Internacional aumentan
la presión para conseguir tales reformas, y en forma simultánea
se multiplican las dificultades para aprobarlas.
Al menos uno de los obstáculos en el camino de
las reformas es la forma ambigua y hasta tramposa en que están planteadas.
Seguramente muy pocas personas en el país se opondrían, por
principio, a la introducción de cambios de fondo en la orientación
de la recaudación fiscal, en las formas de operar de Pemex y la
Comisión Federal de Electricidad, en las regulaciones laborales
y en el sistema educativo, entre otros ámbitos que requieren, sin
duda, ser reformados. Existe, de hecho, un consenso nacional en este sentido.
Los desacuerdos se ubican, más bien, en el tipo y la orientación
de las reformas a emprender. El gobierno de Fox y sus aliados salinistas
pretenden hacer creer a la sociedad que el único cambio plausible
en el sector eléctrico consiste en abrirlo al capital privado, nacional
e internacional; que la esencia de la reforma fiscal reside, necesariamente,
en gravar los alimentos y las medicinas; que la modernización productiva
de las leyes laborales implica dejar a los asalariados en la desprotección;
que la forma correcta de corregir el sistema educativo es pulverizar la
enseñanza pública para dar a la privada mayores oportunidades
de negocio. En suma, las propuestas de reforma que emanan del gobierno,
del poder económico, de los organismos financieros internacionales
y de Washington tienen un sentido antinacional y antipopular.
En el PRD, en los sectores del PRI congruentes con los
estatutos de su partido y en diversos ámbitos sociales y académicos
se han formulado, sin embargo, alternativas viables para establecer condiciones
de crecimiento, desarrollo y productividad sin renunciar a factores de
soberanía y viabilidad nacional, como la propiedad pública
del sector energético, y sin sacrificar a las depauperadas mayorías
en aras de una recaudación fácil. Un ejemplo de esos planteamientos
es el realizado hace unos días por el senador priísta Carlos
Rojas, quien propuso fortalecer la generación de energía
eléctrica y la industria petrolera con los recursos que manejan
las Afore. De esa forma llegarían al sector fondos ciertamente necesarios,
y al mismo tiempo se daría certeza a los trabajadores y seguridad
a sus ahorros. Pero nadie, entre los impulsores de "las reformas" a secas,
se ha tomado la molestia de rebatir la pertinencia de la idea. Y ese es
sólo un ejemplo.
Para finalizar, no está en disputa si es necesario
o no modernizar, sanear y adecuar a las nuevas realidades nacionales e
internacionales el fisco, la energía, las relaciones laborales y
la educación, entre otros terrenos, sino cómo, y para provecho
de quiénes, llevar a cabo los cambios: si para el país y
la mayoría de sus habitantes o para los intereses trasnacionales
y empresariales.
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