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México D.F. Viernes 31 de octubre de 2003
Debut latinoamericano de la reina del concertismo
en pianos miniatura
Margaret Leng convirtió a Cuévano en
paraíso de constelaciones sonoras
Dedicó la sesión entera, en la Universidad
de Guanajuato, a su maestro John Cage
Mañana interpretará a Erick Satie, los
Beatles, Philip Glass y Beethoven
PABLO ESPINOSA ENVIADO
Guanajuato, Gto., 30 de octubre. Música
para pianos de juguete. Música para geranios, anturios, orquídeas,
aralias. Música zen. Un homenaje al Albert Einstein de la música,
al sup Marcos de la composición, al artífice de la
revolución sonora del siglo XX, es decir, una sesión entera
dedicada al maestro John Cage (1912-1992); un delirio de concierto, en
suma, significó el debut latinoamericano de la reina del concertismo
en pianos miniatura, de la inspiradora de la actual vanguardia asiática
y occidental del pianismo, la intérprete por antonomasia de Cage,
la maestrísima Margaret Leng Tan, quien en el transcurso de dos
horas convirtió el mediodía del jueves en un paraíso
preñado de constelaciones sonando, soñando, desde el mismísimo
Cuévano.
Sala llena de cronopios
Margaret Leng Tan nació en Singapur y vive en Manhattan
con tres pianos Steinway, nueve pianos de juguete y dos perros, Morley
y Periwinkle. Hasta hace un par de años su fama se reducía
a la exquisitez del ámbito de la ''música nueva". Tuvimos
el privilegio de darla a conocer en México, hace precisamente dos
años, en la columna Disquero de La Jornada, con un disco
que rebasa lo real maravilloso: The art of the toy piano (Polygram),
en el que interpreta a Satie, los Beatles, Philip Glass y Beethoven, repertorio
con el cual terminará de hipnotizar el sábado a los circunstantes
que continúen ese rapto del serrallo que emprendimos este jueves,
con el debut de la señora Tan y su homenaje, sin precedente en los
anales mexicanos, al iniciador de lo que el mundo conoce hoy como vanguardia,
es decir a John Cage.
La
presentación de la señora Tan y sus pianitos ocurrió
de manera espectacular ante una sala llena de cronopios en plena Universidad
de Guanajuato. El público joven siguió con fascinación
en éxtasis sus movimientos de pianista y al mismo tiempo de ujier,
chalana, tramoyista de sí misma, pues cargaba sus pianitos, soplaba
silbatitos y los sumergía en agua, introducía tornillos,
tuercas, pelotitas y artefactos de vario linaje entre las cuerdas del piano
grande, un viejo Petrof, para ejecutar las obras maestras de John Cage
para uno de sus inventos mayores: el piano preparado, que no es otra cosa
que un piano intervenido con los artefactos antes mencionados.
Una obra para piano preparado, Bacchanale (1940),
fue la que inició el concierto. Activaba Tan las teclas y el sonido
resultante era una fiesta en plena selva de Africa, pues los tornillos,
los clavos, las roldanas y las pelotitas que había colocado entre
las cuerdas del arpa del piano daban un sonido de percusiones africanas
y luego, merced a la concentración zen de la pianista desde las
ideas del compositor -quien en vida fue un ejemplar practicante zen-, sonaba
a una orquesta entera de monjes tibetanos, una ceremonia de apareamiento,
una orgía sexual entre fanerógamas y criptógamas,
entre cotiledóneas y monocotiledóneas (mmmhh, qué
rico), entre siemprevivas y caducifolias en el suntuoso jardín de
John Cage, quien escribía música para su amado esposo Merce
Cunningham y para la humanidad entera y para sus plantas, que las tenía
por cientos en macetas en su departamento de un sexto piso de Manhattan.
El sonido dulce, mozartianísimo, de los pianos
de juguete, se apareaba a su vez con el sonido del piano preparado y con
las técnicas interpretativas inventadas por Cage: tocar con los
puños cerrados, con los antebrazos, casi con la nariz como aconsejaba
irónico Erick Satie, padre putativo del infante terribilis
Cage. Además de los guiños al viejo rosacruz barbitas de
chivo Satie, Cage glosaba, por medio de Tan, también a Debussy,
a Bach y anticipaba al mismísimo Cecyl Taylor.
Zurear de palomas
Una vez que terminaba una obra con piano de juguete, la
señora Tan cargaba su instrumento (un pianito de 40 centímetros
de ancho por 60 de alto) para colocar en su lugar uno más pequeño
y, oh prodigio de la infancia recobrada, se sentaba frente a él
en un banquito diminuto para hacer danzar a las hadas con las constelaciones.
El momento culminante fue la ejecución de una de
las obras más célebres de la historia: 4 minutos 33
segundos, título que indica el tiempo que la pianista se sienta
frente a un piano diminutísimo mientras se escucha el silencio.
La dama Tan, quien fue alumna de Cage y mantuvo con él una relación
estrecha hasta el día de la muerte del compositor, hizo una ejecución
conmemorativa del cincuentenario de esta partitura, el año pasado
en Woodstock, donde, narra Tan, se escucharon los sonidos de la noche,
los grillos y los árboles del bosque. En el estreno de esta obra,
a cargo de David Tudor, hace 51 años, lo que se oyó fueron
relámpagos y truenos de una noche hermosa. En el estreno mexicano
de esta obra con la señora Tan lo que se oyó -porque el silencio
no existe, tal como lo demuestra Cage con esta obra- fue un zurear de palomas
apareándose entre los recovecos del viejo edificio universitario
junto a las toses nerviosas de algunos entre el público; también
en demostración de que el silencio es un bien insoportable para
muchos.
Todas las plantas en sus macetas en el mundo se aparearon,
al igual que todos los jóvenes en todos los rincones del planeta
se fundieron con sus cuerpos y todas las palomas zurearon y todas las luces
se encendieron en unísimo de clusters este mediodía
en la cima de las escalinatas de la Universidad de Cuévano, porque
la señora Margaret Leng Tan accionó con sus dedos los interruptores
escondidos entre las teclas de sus pianos de juguete.
Gloria in excelsis.
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