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México D.F. Jueves 9 de octubre de 2003
Margo Glantz
El fraude y su globalización
Un primer reportaje que veo en la televisión, al llegar el domingo pasado por la noche a París, Francia: šššAlerta!!! Las tarjetas bancarias internacionales y sus riesgos: los estafadores profesionales ya no se dedican a abrir cajas fuertes, trabajo obsoleto que pertenece a otras épocas, a otro tipo de ladrones y exige otro tipo de habilidades; los estafadores actuales operan en equipo, colocan hábilmente un ligero y delgado dispositivo adaptado perfectamente a la forma de la caja distribuidora de billetes, y en él se inserta una cámara fotográfica diminuta que copia la clave y el nombre del dueño de la(s) tarjeta(s), información trasmitida a su vez a un vehículo -generalmente una motocicleta- estacionado a una distancia estratégica de la caja.
Una vez adquirida la información, se procede a clonar la tarjeta y colocarle la cinta magnética reglamentaria. Provistos de tarjetas idénticas a la del pobre cliente, que ha tenido el mal tino de sacar dinero de una caja manipulada, los estafadores operan en varios países fuera de Francia, país donde es imposible realizar los fraudes. Resultado: cuando el cuentahabiente acude a un banco francés para sacar dinero de su cuenta advierte que se la han vaciado. Empieza entonces un nuevo calvario, el proceso de verificación del fraude y la probable, pero difícil y lenta devolución de su dinero.
En México también se clonan las tarjetas, es evidente, pero parecería que por las quejas continuas difundidas en la radio y la televisión, por las cartas que se mandan a los correos de los periódicos o simplemente por los comentarios que todos los días oímos -si no es que somos nosotros quienes se lo estamos contando a unos amigos o parientes-, que el sistema es distinto y sobre todo más descarado, porque en los fraudes suelen estar involucrados si no los más altos funcionarios sí muchos de los empleados de los bancos, aunque esta verificación no descarte la otra posibilidad, la de que haya equipos muy hábiles de estafadores externos dedicados a clonar tarjetas o a falsificar cheques, siguiendo métodos más o menos semejantes o más originales de los que suelen utilizarse en Francia.
ƑCómo explicar de otra manera que alguien que ha ido en México al banco para cambiar un cheque por una cantidad específica de dinero -gastos imprevistos o urgentes- llegue a su casa y en la puerta misma se encuentre con unos tipos que a punta de pistola le exigen que entregue el monto exacto de lo que acaba de retirar del banco? ƑPodría pasar algo semejante si no hubiese una red que operase dentro y fuera de la institución? ƑY no sucede a menudo que cuando el agraviado reclama y se queja ante un alto funcionario de la sucursal donde se ha efectuado la operación, éste defiende al empleado y simple y cínicamente lo traslada a otra sede? Operación semejante a la efectuada por algunos altos dignatarios eclesiásticos -por ejemplo de la ciudad de Boston, para citar un caso bastante cercano y conocido- que cuando recibían denuncias de mala conducta de sus subordinados, los numerosos curas que ''molestaban" a los niños de la parroquia o de sus escuelas, simplemente cambiaban de sede a los infractores.
Y volviendo al caso de las tarjetas clonadas, cuando en México se hace un fraude de este tipo y el cuentahabiente exige que el banco realice una investigación, empieza un proceso semejante al que Kafka describió en la novela que lleva justamente ese nombre. Primero que nada, se redacta una carta que se entrega a un funcionario en la que se hace un minucioso recuento de las cantidades sustraídas y se avisa que una de las consecuencias puede ser que por carecer involuntariamente de fondos el banco le sustraiga a su vez una cantidad excesiva de dinero -900 pesos contantes y sonantes-, el equivalente de una multa que se aplica cuando la cuenta no tiene la cantidad mínima de fondos que el banco exige. Una vez entregada la carta de denuncia, el funcionario la envía a la casa matriz y los resultados le serán entregados al cliente 60 días hábiles después, mismos que nunca son verdaderamente hábiles porque cualquier información se hace por teléfono, a cargo de una máquina que remite sin cesar a nuevos números y a nuevas voces hasta que, profundamente irritado, cansado y desesperado, el interesado interrumpe la comunicación.
Hay un último recurso, acudir a la Condusef (Comisión Nacional para la Protección y Defensa de los Usuarios de Servicios Financieros), instancia que sirve de mediador entre el cliente y el banco. En muchas ocasiones se falla en favor del cliente y el banco tiene que poner en marcha mecanismos para reponer los fondos sustraídos, proceso que se vuelve largo, desagradable y muchas veces hasta tramposo. El banco juega a las escondidillas, jinetea el dinero, aplica multas que no debiera imponer y actúa eternamente el juego del gato y el ratón, pero a diferencia de los comics en los que siempre vence el más pequeño, sólo en muy contadas ocasiones se hace justicia al cuentahabiente.
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