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México D.F. Jueves 18 de septiembre de 2003
Primeros cuentos para El Llano en llamas (1945)
Alberto Vital
La editorial RM dará a conocer en la Feria Internacional
del Libro (FIL) de Guadalajara, en noviembre próximo, el volumen
Noticias sobre Juan Rulfo, de Alberto Vital, quien se desempeña
en el Centro de Estudios Literarios del Instituto de Investigaciones Filológicas
de la UNAM. En el presente adelanto, el investigador aborda la gestación
de El Llano en llamas, del cual hoy se conmemoran 50 años
de su primera edición. En octubre, La Jornada publicará
El Llano en llamas en edición especial para sus lectores.
En
1945 apareció el primer cuento de la obra canónica de Rulfo:
''Nos han dado la tierra"; es como si el inicio de la plenitud del mejor
narrador mexicano tuviera que coincidir con el auge de la modernidad capitalista
revolucionaria. Ya comenté en el capítulo II que el régimen
de José Guadalupe Zuno en el Jalisco de los años veinte proporcionaba
el material anecdótico que sirve de humus a esta lacónica
pieza maestra. El amparo agrario, promovido por el Presidente Alemán
en 1947, significaba el freno más importante al reparto de tierras
desde el inicio de la Revolución; el cuento pone en evidencia que
ese reparto, eje de las reivindicaciones sociales, ya había sido
traicionado incluso desde los primeros años relativamente estables
del Nuevo Régimen.
''Nos han dado la tierra" se publicó prácticamente
de modo simultáneo en el número 2 de Pan, de Guadalajara
(con pie de julio de 1945) y en el 42 de América, de México
(Secretaría de Educación Pública), del 31 de agosto
de ese mismo año. Casi dos años después, en marzo
de 1947, Rulfo anunció a Clara: ''Me van a publicar un cuento en
una Antología de Cuentistas Mexicanos, 'Nos han dado la tierra'.
Yo les había entregado otro que se llama 'Es que somos muy pobres',
pero lo encontraron subido de color" (Aire de las colinas xiv 67-68).
''Macario" salió en el número 6 de Pan
(octubre de 1945) y en el 48 de América (30 de junio
de 1946). En agosto de 1947 Rulfo le comentó a Clara que acababa
de salir ''Es que somos muy pobres" en América (XXXIV 152;
el cuento apareció en el número 57).
La revista América
El nombre América se vincula con uno de
los momentos cruciales del pensamiento político en nuestro continente.
La revista acompañó a otras de nombre similar que se fundaron
por esos meses; aparte de las reflexiones de Antonio Caso citadas al final
del capítulo anterior, recuérdense la Revista Hispanoamericana,
de 1939, y los Cuadernos Americanos, de 1942. La Segunda Guerra
Mundial, sobre todo a raíz de la toma de París por los nazis
en 1940, puso en inteligencias como la de Alfonso Reyes y la de Jesús
Silva Herzog la certidumbre de que la civilización occidental, si
subsistía al embate criminal, antihelénico y anticristiano
de los fascistas, habría de hacerlo en nuestras tierras, depositarias
de aquellos valores políticos, éticos y estéticos
que Europa estaba a punto de perder; el lema en el primer número
de Cuadernos Americanos fue una frase en la que Rubén Darío
se refiere al continente como el futuro del mundo.
El término América era mucho más
que la designación de un territorio. Entrañaba el último
reducto de un conjunto de proyectos civilizadores de origen oriental, griego,
romano, árabe, hebreo y en general mediterráneo, cuya interacción
había creado las condiciones para que las sociedades de los últimos
dos milenios alcanzaran algunos de sus máximos logros en la convivencia
privada y pública y en el arte y el pensamiento.
El americanismo se dividió muy pronto en un panamericanismo
promovido por Estados Unidos y un latinoamericanismo que en México
y Buenos Aires tuvo dos de sus sedes más activas. Sin militar directamente
ni poner énfasis en esta o en otras posturas, Rulfo se orientó
hacia el latinoamericanismo de un modo que en 1980, como veremos, alcanzó
su manifestación más explícita.
Por todo lo anterior, América acabó
siendo la revista capital en la vida de nuestro escritor y fotógrafo:
aparte de los cuentos, allí se hizo pública la primera muestra
gráfica de Juan Rulfo, en el número 59, de 1949.
Asimismo, allí se imprimió ''La vida no
es muy seria en sus cosas", en la página 35 del número 45,
de junio de 1945.
Y, en fin, Pan y América resumían
tres de las tendencias más importantes de los proyectos ideológicos
y político-culturales de México en los años cuarenta:
1) la búsqueda de espacios para las expresiones estéticas,
como una defensa tácita y práctica de la autonomía
del arte, desde la cual Rulfo escribió; 2) la cultura católica
no dogmática ni restrictiva, distante ya del radicalismo cristero,
pese a la admiración nostálgica de González Luna por
González Flores, y 3) sobre todo un americanismo emergente que llegaría
a puntos culminantes en las obras de pensamiento emprendidas por Alfonso
Reyes en esos años, así como en las páginas de Jorge
Luis Borges (cuya literatura ampliaba y enriquecía decididamente
las posibilidades de que nos apropiáramos de todas las culturas,
especialmente las europeas, tal y como ya lo había propuesto la
generación de Reyes y difundido éste de viva voz cuando fue
embajador de México en Brasil y en Argentina a principios de los
treinta), del propio Rulfo, de José María Arguedas y de tantos
otros, hasta abarcar tanto las revoluciones cubanas y chilena como las
obras del boom en los cincuenta y sesenta. Rulfo por cierto admiraba
a Arguedas y a Felisberto Hernández y pedía a los editores
que no se olvidaran de estos viejos maestros mientras publicaban a aquellos
jóvenes que desde los años sesenta dispusieron de mecanismos
de publicidad inimaginables para las generaciones precedentes. El insistía
en que se pusieran a circular ''los breves textos del uruguayo Felisberto
Hernández, contenidos en 'Tierras de la memoria' o el 'Agua' del
peruano José María Arguedas, agotados hace más de
30 años, o darle mayor difusión al escritor mexicano Justino
Sarmiento", especialmente la novela Las Perras (Los cuadernos de Juan
Rulfo 170). En 1983, Siglo XXI sacó las obras del fino narrador
uruguayo.
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