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México D.F. Jueves 18 de septiembre de 2003

Angel Guerra Cabrera

Lecciones de Cancún

La autoinmolación del campesino sudcoreano Lee Kyung Hae en la reunión ministerial de la Organización Mundial de Comercio (OMC), celebrada en Cancún, contiene una explosiva carga simbólica. Toda la que al parecer le quiso imprimir su autor, quien no sólo era uno de tantos millones de campesinos condenados a desaparecer -ya sea físicamente o como grupo humano- por el orden económico más expoliador de la historia. Agrónomo, editor del primer periódico campesino de su país, prestigioso militante contra la globalización neoliberal, al atentar contra su vida Lee no obedeció al impulso autodestructivo de un enajenado ni fue presa de un instante de desesperación. A todas luces realizó un acto premeditado conscientemente por alguien educado en una cultura que en ciertas circunstancias valora el suicidio como el gesto más honorable. Su acción recuerda la de los monjes budistas de Vietnam encendiéndose como antorchas en el centro de Saigón en protesta contra la agresión a su patria. Aunque la gran mayoría de los que en Occidente censuraban la matanza de Washington en Indochina no estaban dispuestos a imitarlos, podían comprender y admirar su conducta.

Los monjes conocían la cultura occidental y, por tanto, su condena a ultranza del suicidio y también la descomunal influencia que en ella ejercía ya la televisión. De modo que buscaban conmocionar con su acción a la opinión pública de Estados Unidos y Europa, pero -sobre todo- que ésta rompiera por unos minutos con el conformismo y el vértigo consumista y se detuviera a meditar sobre el móvil que los inspiraba. La autoincineración de los monjes contribuyó a que muchos en Occidente repararan en el genocidio en marcha hacía años en el sudeste asiático, perfectamente equiparable a las prácticas nazis de exterminio masivo de la población civil en los países ocupados.

De la misma manera, el acto de entrega suprema de Lee llamó la atención sobre otro genocidio sordo y menos evidente, pero igualmente cruel y sistemático, que las políticas neoliberales han internacionalizado con particular saña contra las zonas rurales. Millones de personas mueren de inanición o víctimas de enfermedades prevenibles o curables, y muchos millones más morirán o quedarán marginados del trabajo y los servicios básicos en las décadas por venir si la humanidad no hace algo pronto para revertir el injusto orden dominante e impedir que se imponga el más injusto aún a que aspira en nombre de la democracia y del libre mercado el puñado de potencias que oprime a la humanidad desde el siglo XIX.

Por eso los resultados de la reunión de Cancún son alentadores para quienes creen que otro mundo es posible. Allí brilló la madurez alcanzada por el movimiento antiglobalización, que previamente había realizado una perseverante labor concientizadora a escala internacional sobre los verdaderos objetivos de los países ricos en la conferencia. Destacaron por su combatividad, serenidad y disciplina los activistas y contingentes de Vía Campesina, fuertemente motivados por la masiva presencia de labriegos indígenas y mestizos de México, y el pequeño pero ejemplar destacamento sudcoreano. Su acción fue fundamental para frenar las exigencias de los estados industrializados. Estos, que no representan los intereses de sus pueblos, sino de las trasnacionales, pretendían ahondar más la tragedia ocasionada ya por las prácticas asimétricas de apertura comercial indiscriminada, libre flujo de capitales especulativos y abandono mayoritario por los estados del Tercer Mundo de la defensa de la soberanía, la regulación de la economía y la protección social de sus ciudadanos. Dicho en pocas palabras, lo que se discutía era si los países subdesarrollados aceptaban su recolonización.

Y aquí, como no había ocurrido antes en una cita de la OMC, estos últimos presentaron una resistencia mancomunada que mostró las enormes potencialidades que podría alcanzar una alianza permanente en aquellos puntos en los que sus agendas coinciden: entre el movimiento antiglobalización y los gobiernos de las naciones oprimidas por el imperialismo. Como se veía venir desde la anterior reunión del Movimiento de los No Alineados en Malasia, resucitó la combatividad tercermundista, en esta ocasión de la mano de Brasil y el recién creado Grupo de los 23, con el que cerraron filas los integrantes del mecanismo Africa, Caribe, Pacífico (APC). Fueron en balde las presiones, amenazas y chantajes de los países ricos contra los pobres. Ni siquiera pudieron doblegar a los estados africanos más dependientes de la ayuda internacional, algunos de los cuales mantuvieron una actitud beligerante hasta el final.

En algún momento habrá de reconocerse cuánto ha contribuido la heroica resistencia iraquí a que se venza el temor a los grandes y poderosos. Por lo pronto, de la muerte de Lee Kyung Hae en Cancún renace la lección de la invencible fuerza moral de los pequeños.

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